Tras despuntar en 2007 con Kimi Räikkönen como campeón del mundo en el último Gran Premio derrotando a una McLaren dividida entre la guerra civil Alonso-Hamilton y el escándalo de los planos robados a Ferrari, el equipo italiano parece haber perdido el rastro de la senda del triunfo que falta desde 2008, el último de constructores, un título muy lejano para cualquier veinteañero que tenga el gusto de ver la Fórmula 1 actualmente.



La clonadora no funciona



La era Schumacher marcó profundamente una etapa en Ferrari que puso fin a una sequía de títulos histórica dejando un listón tan alto que los de Maranello no han sido capaces de mantener y del que cada día están más lejos.



La estrategia de los últimos años en Maranello se ha centrado en repetir el fenómeno Montezemolo-Todt-Brawn-Byrne-Schumacher tratando de clonar un original irrepetible.



Alonso llegó como estrella y salió estrellado



El sonado fichaje de Fernando Alonso devolvía la ilusión a Maranello al tiempo que hacía cambiar de chaqueta y colores a millones de aficionados españoles.



Alonso era el piloto que había puesto fin al dominio de Schumi y con el que compartía una entrega al mundo de las carreras total y una implicación absoluta en cuanto a trabajo y compromiso con el equipo.



Para los italianos el español era el clon perfecto del alemán que debía garantizar los resultados. Pero la realidad del equipo que no era el de un tiempo y la simbiosis del asturiano con la Scuderia no era la misma que la de Schumi con lo que el dicho popular “segundas partes nunca fueron buenas” se hizo realidad.



En Ferrari se volcaron con Alonso más aún que con Schumacher en los primeros tiempos y guillotina comenzó a cortar las cabezas que comenzaron a rodar rápidamente cuando los resultados no respondían a las expectativas.



Uno de los primeros en caer fue el director técnico Aldo Costa. El monoplaza rojo no rendía a nivel de chasis ni aerodinámica en comparación con las obras maestras que salían de la mesa de diseño de Adrian Newey por lo que la guillotina se cebó en el ingeniero italiano que hoy disfruta de la gloria de la victoria como responsable de la superioridad incontestable de Mercedes.

Fernando Alonso, en su etapa en Ferrari. EFE / Archivo



El asturiano apostó por técnicos en los que el confiaba tras su paso por McLaren, pero ni Pat Fry fue un Rosso Brawn ni posteriormente James Allison demostró poseer el talento de Rory Byrne.



Al mando del equipo italiano tampoco estaba la figura de Napoleón representada por Jean Todt, quien tras años de duro trabajo aunó el grupo perfecto que derrotó contundentemente al genio de Adrian Newey.



La estabilidad duró poco en la era Alonso, como suele ocurrir cuando al asturiano no le van bien las cosas, y el proyecto Ferrari se vino abajo por todas partes.



Alonso no podía hacer más en pista consiguiendo en la mayoría de las ocasiones resultados por encima del material que ponía a su disposición. El caos de 2014 puso fin a la que tenía que haber sido la culminación de la carrera del español y al intento de clonar a Schumacher por parte de Ferrari.



En el año del debut de la F1 híbrida Ferrari y Alonso tocaron fondo en todos los sentidos, la guillotina de Maranello volvió a caer cortando la cabeza del jefe del equipo y Fernando Alonso comprendió que el presente y futuro del equipo italiano no ofrecía garantías de éxito.



El español finalmente decidió migrar a la nueva McLaren-Honda para tratar de emular la leyenda de Ayrton Senna, su piloto favorito de todos los tiempos.



Vettel y el fracaso del clon Schumacher



A golpe de millones Ferrari trataba de compensar la pérdida del talento de Alonso fichando al pupilo del gran Michael Schumacher.



Sebastian Vettel había sido la pesadilla de la Ferrari de Alonso y en Maranello creían encontrar en el el reemplazo que hiciera olvidar al español y revivir la ansiada época Schumacher.



Esta vez sí, la era del heptacampeón alemán parecía repetirse en Maranello. El problema fue que la parte puesta en escena resultó ser más la vivida en 1996-1997 que la gloriosa del periodo 2000-2004.

Vettel, dentro de su Ferrari. Reuters



En 1996 Schumacher, con un monoplaza netamente inferior a los Williams, logró imponerse en tres ocasiones al igual que Vettel contra los Mercedes en 2015.



Pero al terminar la temporada de ’97 muchos eran los que pedían la salida de Schumacher por la absurda y penosa maniobra realizada contra Jacques Villeneuve en Jerez al ver como el título se le escapaba de las manos en una carera donde McLaren y Williams se aliaron para derrotar a una Ferrari que se suicidó a sí misma de la mano del Káiser.



Tras el GP de Malasia, la prensa italiana y las redes sociales han explotado contra Sebastian Vettel a quien exigen “echarse el equipo a la espalda” y “demostrar ser un verdadero líder” tras una maniobra desesperada en la primera curva que muestra la desesperación de un piloto que debe jugar un imposible para conseguir una plaza en la cabeza, donde su monoplaza no puede competir.



A Schumacher le llevó cinco años ganar con Ferrari un título que luego fueron cinco, en ese tiempo Alonso soló pudo constatar la imposibilidad de conquistar el campeonato que le falta para igualar a Senna.



Mientras Sebastian Vettel está condensando en dos años la experiencia quinquenal italiana del español sin visos de estar en grado de repetir los éxitos de su ídolo Michael Schumacher poniendo en riesgo su imagen que cada día se parece más a la del anónimo piloto que sufrió la llegada de Ricciardo en 2014 que al tetracampeón implacable de 2010-1013.

Vettel durante el Gran Premio de Singapur. Reuters

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