No importa que cada vez corra menos, Bolt sigue siendo muy superior. Cada vez menos Relámpago, las marcas de sus últimas medallas ya no son las de un extraterrestre, ni siquiera están entre las mejores de la historia. De hecho estaban al alcance de sus rivales. Pero, curioso asunto, lo que deja de correr Bolt es lo que dejan de correr sus rivales. O quizá no tan curioso, doping mediante. Apretar las tuercas parece que tiene sus consecuencias. Así, la ostensible decadencia del jamaiquino no le impide seguir agrandando su leyenda ni seguir ejerciendo una atracción inevitable de los medios.

Sin embargo, desde su explosión en los Juegos de Pekín, Bolt es el rey de la pista por su dominio, su carisma y su acumulación de medallas, pero no por sus tiempos. Si la hazaña de Londres correspondió a Rudisha que batió el récord mundial de 800 metros corriendo en cabeza de principio a fin con una zancada majestuosa en la mejor carrera de la historia, en los presentes Juegos se han batido récords mundiales estratosféricos. Entre ellos, el de Ayana, la etíope voladora que pulverizó el tiempo que parecía inalcanzable de las chinas de la sopa de tortuga. De todos ellos, el más espectacular, por cómo que se produjo y por derribar de forma contundente una marca que se presumía eterna fue el de 400 metros lisos. Adiós a Michael Johnson, bienvenido Van Niekerk. Por cierto, que al término de la final el anterior campeón olímpico y favorito para la medalla de oro, Kirani James, se dirigió hacia el nuevo plusmarquista para felicitarle con un fuerte abrazo. Uno de los muchos ejemplos que se dieron en el estadio olímpico y que deberían ser más imitados en otros deportes que continuamente ofrecen gestos para el olvido. ¿Se imaginan que Messi y Ronaldo se dieran un achuchón?

Y Hortelano era humano. Casi con la misma velocidad que ponemos en acción la crítica, los españoles nos apasionamos por lo desconocido A la edad de oro de nuestro deporte- que comenzó cuando algunos de aquellos que todavía hoy siguen honrando el baloncesto patrio obtuvieron el Mundial junior en 1999-le faltaba una incursión en las pruebas más rápidas del estadio olímpico. Y Bruno ha conseguido pegarnos al televisor para vivir la descarga emocional de contemplar a uno de los nuestros pugnando entre los mejores del mundo y derrotando a alguno de ellos. Como a Blake, al que todo el mundo señalaba como el sucesor de Usain Bolt, sexto en la semifinal de ambos. El rendimiento de Bruno ha sido excepcional, aunque cegados por la pasión esperábamos su presencia en la final. En última instancia, la lógica derrotó a Hortelano.

Si algo tienen los Juegos es que sacan a la luz historias ejemplares que se acaban convirtiendo en leyendas del deporte. Como la de Ruth Beitia. Hace un par de meses tuve la ocasión de conversar tranquilamente con ella frente a las playas de El Sardinero. Me encontré una persona en un estado emocional perfecto para el alto rendimiento. Feliz con lo que hacía y sabiendo que ya lo había hecho todo, estaba disfrutando como nunca de cada momento que le daba el atletismo. Había logrado ya ganar la general de la Diamond League y todas las medallas habidas y por haber. Pero deseaba y soñaba con la medalla que no tenía. Quería la olímpica, no como una obsesión, sino como la consecuencia de unos años en los que estaba buscando lo mejor de sí misma.

Ruth Beitia con su medalla de oro. EFE



Y lo que son las circunstancias de la vida, saltando menos que en Londres, obtuvo el oro. Lejos de restarle mérito, lo ocurrido la engrandece. Mientras que las más jóvenes decaen, ella aguanta mucho mejor, a pesar de ser más veterana. Seguro que hoy bendice el día que decidió dejar de patinar alrededor del aeropuerto de Parayas para mantenerse en forma y volvió a los entrenamientos. Una medalla de la que no presume y que ella misma considera tan suya como de su entrenador, Ramón Torralbo, y su equipo.

Bolt aparte, la competición atlética en Río nos ha ofrecido carreras y concursos para la historia. Por ello no comparto la negativa conclusión de muchos analistas acerca de la crisis que se avecina con la retirada de Bolt, solo entendible desde el moderno punto de vista periodístico, tan extendido por desgracia, que se deja deslumbrar por el relámpago de los deportistas mediáticos y pone más su foco en las formas que en el fondo. El ejemplo de Ruth Beitia creo que ilustra a la perfección el potencial que está tanto en lo que sucede como en los que saben leer lo que tienen delante.

La lucha por el podio de baloncesto masculino suponía la oportunidad para olvidar una semifinal frustrante para el orgullo de unos jugadores acostumbrados a dar lo mejor de sí mismos. El partido contra USA les había dejado un regusto amargo. La sensación de que no habían jugado un buen partido, de que se les había escapado una oportunidad única, flotaba en la cabeza de los españoles al término del encuentro. Pero no había tiempo para el lamento. El partido por el bronce se lo lleva el que restaña más rápido las heridas. Y en este caso ambos protagonistas tenían tarea: los australianos habían pegado el petardazo de los juegos, fallando de manera estrepitosa en el momento más inoportuno.

La selección femenina de baloncesto ganó la plata. REUTERS

A fe que ninguno de los dos contendientes pareció acusar el varapalo y se enfrentaron al partido con determinación y contundencia. Una vez más ganó España y una vez más ganó porque tiene en sus filas a Pau Gasol. La leyenda de Sant Boi cerró otra actuación para el recuerdo, quién sabe si la última, para cerrar el mejor ciclo que jamás haya tenido una selección nacional en nuestro país. Con la ayuda del genial Sergio Rodríguez, tan imprevisible como certero, Gasol rubricó un partido soberbio para lograr otro hito más, y no solo para el baloncesto. Por primera vez, un deporte de equipo en nuestro país se sube al podio en las categorías masculina y femenina en una misma edición.

Admirables, como siempre, las mujeres, un equipo con menos clase que el masculino, pero con una ambición desmedida. Acostumbradas desde hace ya un lustro a la lucha por las medallas, su determinación no conoce límites y no me extrañaría verlas repetir de nuevo una final olímpica, pero esta vez para poner en aprietos a las estadounidenses. Al fin y al cabo, es el camino que ha recorrido el equipo de los hombres desde que unos cuerdos bajitos-comparados con el resto- se asomaron al podio hace más de treinta años en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.