A Saúl Craviotto, a veces, bastantes, le observan con esa mirada de 'yo a ti te conozco...', aunque habitualmente la segunda parte de la interpretación termina con '...pero no sé de qué'. Probablemente, las próximas semanas, más bien los próximos meses, le reconocerán más de lo habitual, como siempre le ha pasado a Cristian Toro desde que apareciese en un programa de citas y se convirtiera en ídolo de adolescentes; aunque ahora, este español nacido en Venezuela quizás agradezca que sólo sea por razones deportivas.

Policía de carrera el uno, aspirante a formar parte del cuerpo el otro, Saúl Craviotto (Lleida, 1984) y Cristian Toro (La Asunción, Venezuela, 1992) conquistaron el oro olímpico de forma tan meteórica como lo fue su clasificación para la final: directos, sin pasar por semifinales y, pese a que no existen los récords en piragüismo, con el mejor tiempo olímpico de siempre en la modalidad de K2 200 metros. Una medalla, más allá del color, que no por esperada resta mérito a su complejidad, pues el dúo español apenas acumula siete meses de vida deportiva en común.

Oro junto a Carlos Pérez Rial -'Perucho'- en el K2 500 metros de Pekín y plata en solitario en el K1 500 ya en Londres, Craviotto volvió a los entrenamientos en noviembre, unos 10 meses después del nacimiento de su hijo, precisamente una de sus grandes preocupaciones para Río por el Zika y la falta de información. Fue entonces cuando se emparejó con el joven Toro por decisión de la dirección técnica de la federación. Una dupla necesitada de acoplamiento, no sólo por la diferencia de edad (31 años del ilerdense por 24 del gallego).

Contundente Craviotto como pocos en el tramo final, Toro aportaba la potencia, la explosividad necesaria para mejorar en las salidas. Una complementariedad perfecta para una prueba de esfuerzo máximo, de sprint sin fin hasta la meta, que no se limita a la fuerza bruta, pues los 192 centímetros de altura de Craviotto implicaban otro tipo de adaptación entre la pareja.

La altura obliga al ilerdense a un menor ritmo de paladas de lo habitual, un ritmo al que Toro ha tenido que adaptarse para conseguir en Río la sincronía que no siempre existió y que al principio levantó dudas sobre el rendimiento del barco español. "Cuando empezamos a montar sabíamos que el barco era muy bueno y sabíamos la velocidad que podíamos alcanzar, pero sólo imaginamos esto cuando cruzamos la meta en Duisburgo", recuerda Toro de un Preolímpico que marcó el antes y el después.

Craviotto y Toro, al terminar la final del K2 500. Efe

Perdida la clasificación directa en el Mundial, España tenía que pelear por una plaza en el Preolímpico de Alemania, pero antes de eso tuvieron que superar los sectoriales nacionales contra la pareja formada por Carlos Garrote y Pablo Andrés, que incluso se impusieron en una de las tiradas ("Las repescas son muy complicadas y a nivel nacional tuvimos que hacer muchas pruebas para decidir las embarcaciones"). Un pequeño escalón comparado con la prueba de fuego de Duisburgo, donde, por poner el ejemplo del K1 200, competía el campeón olímpico británico Ed McKeever.

"Después de Duisburgo y la Copa del Mundo las cosas comenzaron a pintar bien, a oler bien", recordaba Toro con una medalla de oro colgada al cuello que ni siquiera en aquel momento estaba en la cabeza del dúo español. "Al volver a España (después del Preolímpico), cada entrenamiento, cada minuto que pasábamos en la piragua era pensando en llegar aquí", en alcanzar una final olímpica que para Craviotto sabe, sobre todo, a "paz", a "alivio", porque como dice el ilerdense, que en "cuatro o cinco semanas" ya estará patrullando por las calles de Gijón con su uniforme de policía, "tanto tiempo se ha estado sufriendo para llegar a esto y que te salga el día clave...".

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