Almaz Ayana no corre, flota sobre la pista de atletismo impulsada por una zancada excelsa. Domina a sus rivales con una superioridad abismal, sin torcer el gesto, sin poner cara de sufrimiento. Deja la sensación de que gana sin desgaste. La fondista etíope es una extraterrestre encerrada en un cuerpo humano que lucha por desprenderse de sus limitaciones. Con tan solo 24 años, su exhibición sobre el tartán azul del Estadio Olímpico de Enghenao, batiendo el récord del mundo de los 10.000 metros por más de 14 segundos (29:17.45), le ha otorgado un merecido lugar en el Olimpo del deporte rey.

Era la primera final del atletismo en los Juegos Olímpicos de Río, en una mañana lluviosa, con un estadio desangelado sin apenas público, pero Ayana hizo tronar al mundo a medida que recorría kilómetros y se encaminaba hacia una marca estratosférica, impensable. La joven etíope ya había dejado improntas de su calidad y progreso en fechas recientes: era la fondista llamada a encabezar el derrocamiento de su compatriota, la invencible Genzebe Dibaba, solo un año mayor, pero que devora plusmarcas mundiales con el hambre de un león enjaulado, por el cetro del fondo mundial.

Ayana, campeona del mundo de 5.000 metros en Pekín 2015, se ha prodigado esta temporada en los 10.000. Su marca hasta hoy era de 30:00.07, el debut más rápido de la historia en esta distancia. Pero este viernes decidió coger los mandos de la carrera cuando todavía quedaban más de cinco kiómetros, emprender una escapada en solitario tras el fuerte ritmo marcado por las keniatas tras la salida. Aprovechar ese rápido inicio para entrar en la historia del atletismo. Cuando cruzó la meta después de 25 vueltas, el crono marcaba un tiempo de 29:17.45. El récord del mundo de la china Junxia Wang, vigente desde el 8 de septiembre de 1993, se había roto en mil pedazos.

Fue una final especialmente numerosa, con 37 atletas. De ahí al fuerte ritmo nada más salir para ir limpiando la carrera y evitar de esta forma posibles tropezones o caídas. En alguna vuelta, Ayana incluso se vio obligada a salir a la calle tres para doblar a rivales que miraban impotentes cómo la etíope flotaba por la pista, mientras ellas se retorcían del sufrimiento. Aunque Ayana haya ensombrecido todo lo demás, los 10.000 de Río de Janeiro quedarán grabados como la mejor carrera femenina en esa distancia de la historia: 8 récords nacionales, 15 marcas personales y 5 mejores tiempos de la temporada. Una auténtica barbaridad. La plata fue para la keniata Cheruiyot y el bronce para la otra hermana de las Dibaba, Tirunesh, que perdió la oportunidad de convertirse en la primera atleta que lograba tres títulos olímpicos consecutivos en una prueba individual.

A principios de junio, Ayana se quedó a poco más de un segundo de batir el récord del mundo de los 5.000 metros, en posesión desde el 2008 de Tirunesh, que se ha visto envuelta recientemente en una operación contra el dopaje: su entrenador, Jama Aden, fue detenido en Sabadell, junto a varios miembros de su grupo de entrenamiento, al encontrar 23 jeringuillas de EPO en el hotel donde se concentraban. Pero el juez solo le ha retirado el pasaporte al técnico y a un fisioterapeuta.

Lejos de sospechas vive Almaz Ayana, que ha conseguido borrar de los libros oficiales el último récord bajo sospecha perteneciente a la cuadra del chino Ma Junren, el entrenador que en la década de los noventa achacaba la bondad de las marcas de sus discípulas a la sangre de tortuga.

El martes saltará a la pista de Enghenao para competir en las semifinales de los 5.000 metros. Seguramente un trámite, un entrenamiento de rodaje de cara a la final del próximo viernes, donde Ayana volverá a desplegar todo su potencial, a flotar una vez más en busca de pulverizar también el récord del mundo de los cinco kilómetros.