Sus padres decidieron llamarla Melissa Jeanette. De hecho, así la bautizaron. Sin embargo, ella optó por ser, simplemente, Missy. En todas partes: en la escuela, en los largos entrenamientos en la piscina y en Londres 2012, cuando enseñó los dientes en la piscina y se convirtió en la segunda estadounidense en ganar cuatro medallas de oro en unos Juegos Olímpicos. Entonces, su apodo llegó acompañado de Franklin, el apellido que le tocó por herencia. Y así se presentará en Río, dispuesta a hacerse un hueco aún más grande en la historia. A sus 21 años, con el horizonte del futuro abierto en canal y las mejores condiciones para aumentar su leyenda.



Missy. O Melissa. O Jeanette. En definitiva, como quieran llamarla, no tendrá en Río la opción de colgarse cuatro medallas. Esta vez opta tan solo a dos individuales: 200 metros libre (lunes, 18:02, eliminatorias) y 200 metros espalda (jueves, 19:36, eliminatorias). Y lo hará como siempre: rezando, mirando al cielo y dándole gracias a Dios. Al fin y al cabo, siempre ha confesado ser profundamente religiosa: “Dios está ahí siempre para mí. Yo hablo con él antes, durante y después de las competiciones. Rezo para que me guie. Le doy las gracias por el talento que me ha dado. Prometo que seré un ejemplo positivo para todos los jóvenes atletas”, ha reconocido en más de una ocasión.



Sin embargo, su fe no la ha eximido de tomar decisiones. Missy Franklin, nacida en Estados Unidos pero hija de canadienses, optó por la doble nacionalidad y tuvo que elegir con quien competir. Y decidió hacerlo bajo la bandera de barras y estrellas. ¿La razón? Por un lado, demostrar su patriotismo, y por otro, hacer caso omiso ante las advertencias de su madre, que le recomendó competir con Canadá ante la dificultad y la competencia de los trials estadounidenses. Y con su talento, ha conseguido el resto.

Missy Franklin, durante los entrenamientos. USA today sports Reuters



Franklin la ‘misil’, como la apodaron en Londres 2012, heredó el gusto por el deporte de Dick, su padre, que jugó al fútbol durante un tiempo, pero tuvo que dejarlo por una lesión. De hecho, tras colgar las botas, se vio obligado a rehacer su vida y se puso a estudiar un MBA, y allí conoció a su esposa, una estudiante de medicina, la que a la postre sería la madre de Missy. Una aleatoriedad que poco tiene que ver con la vida de la nadadora estadounidense, que comenzó a dar brazadas con cinco años y no ha parado. Siempre in crescendo, pero también pasando por alguna crisis. 



Ahora, está condenada a ser comparada con Phelps. No por su estilo de nado, diferente y raro, pues comenzó a nadar en piscinas de 20 metros, sino por lo que puede ser su leyenda. Sus cuatro oros y un bronce en Londres 2012 la catapultaron hacia el estrellato en el mundo de la natación. Pero su culmen llegó en los Mundiales de Barcelona 2013 (seis oros). Sin embargo, en este momento le toca volver a recorrer el mismo camino que hizo cuando apenas tenía 16 años y empezaba a destacar.



Tras aquella explosión, su crisis llegó en los Mundiales de Kazán de 2015 (dos oros, dos bronces y una plata). Y a Río no llega de la mejor manera. “Quizá todo el mundo esperaba que repitiese los logros de antaño y eso era imposible; no es lo mismo ser una niña de 17 años que una adulta de 21, pero estoy satisfecha”. Sin embargo, en estos Juegos tendrá la oportunidad de volver a recuperar aquel nivel. Con algunos años más, pero con tiempo suficiente como para comerse el mundo. Al fin y al cabo, a pesar de sus temores, las niñas le siguen pidiendo autógrafos -una de sus mayores preocupaciones-. Y lo seguirán haciendo. En cualquier caso, este día 8, ella se refugiará en su Dios. Rezará, mirará al cielo y buscará una señal. O quizás, simplemente, la gloria olímpica.

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