Decenas de atletas africanos aterrizarán en Río de Janeiro en agosto. Desde el avión distinguirán con facilidad el Puerto, el mismo fondeadero al que llegaron sus antepasados tratados como animales de carga y vendidos al mejor postor. La nueva generación pisará, con modernas zapatillas deportivas, las calles de una nación que llegó la última en la carrera de abolición de la esclavitud. La historia les debe una.

La remodelación portuaria convertida en el santo y seña de Río para 2016, siguiendo el ejemplo de Barcelona en 1992, trajo consigo un hallazgo emblemático para la ciudad: el antiguo pero nunca olvidado Muelle de Valongo. Yacía enterrado desde 1911 a varios metros de profundidad, debido a uno de los rediseños urbanos de la que fuera capital del imperio.

El perverso lugar fue creado en 1811 para que las embarcaciones con africanos esclavizados procedentes de Angola, Mozambique, Congo o Guinea Bissau, atracaran en el puerto tranquilamente y comercializaran sin pudor con seres humanos, algo más lejos del centro de la ciudad, donde desembarcaban antes. No lo hacían por comodidad, sino por rubor y por la presión de buena parte de la ciudadanía que, con muy poco decoro, se quejaba de que los esclavos que aparecían en Praça XV entraban en las principales calles de Río esparciendo enfermedades y, para colmo, desnudos.

Valongo, en ruinas. Companhia de Desenvolvimento Urbano da Região do Porto do Rio de Janeiro

Según la información del Puerto Maravilla, en apenas veinte años de actividad oficial del Muelle (desde 1811 hasta 1831, cuando se comenzaron a firmar decretos y se prohibió el tráfico martítimo, comenzando la clandestinidad) desembarcaron entre medio millón y un millón de esclavos, de los 4 millones que en total llegaron a Río en el periodo de la esclavitud. Durante las obras y las excavaciones de 2011, se encontraron miles de objetos personales testigos de un sonrojo que no cesa: calzado, botones elaborados con huesos, collares, amuletos, anillo, pulseras y una buena muestra de arte africano utilizado en los ritos religiosos.

Aquello no fue exactamente una sorpresa. El puerto venía avisando. En 1996, el matrimonio formado por Maria Merced y Petrúcio Guimarães se encontraba realizando una reforma en su casa de la calle Pedro Ernesto, muy cerca de Valongo, cuando unos restos de huesos les pusieron en alerta. Lo que comenzó como una macabra anécdota resultó ser el mayor cementerio de esclavos de América. El Cementerio de los Negros Nuevos, lo llamaban. Todos los que, extenuados por el maltrato durante la travesía, llegaban muertos o morían en los primeros días, eran enterrados allí en una fosa común sin fin. En los registros oficiales aparecen 6.122 personas, aunque se estiman unos números globales entre 20.000 y 30.000.

La importancia de estos hallazgos, y la delgada línea entre el orgullo y la vergüenza, la resume Alberto Silva, presidente de la Compañía de Desarrollo Urbano del Puerto de Río de Janeiro: “Desenterrar el Muelle de Valongo y sacar a la luz su importancia histórica provoca la reflexión sobre las raíces de nuestras desigualdades y sobre la ciudadanía que queremos tener. El Muelle no debe ser tomado como un lugar de lamento, sino como un espacio que sirva para mantener viva la memoria de la vergüenza".

El Muelle de Valongo y el Cementerio de los Negros Nuevos forman parte de un recorrido por el infame legado de la esclavitud que incluye también la Pedra do Sal (la enorme escalinata sobre la roca donde los esclavos descargaban sal, y donde se inventó la samba carioca), el Jardín Colgante de Valongo, el Largo do Depósito y el Centro Cultural José Bonifácio. Aprovechando el tirón del año olímpico, el Muelle es candidato oficial a convertirse en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. “Contribuiría a estimular el conocimiento de nuestra historia de relación con los pueblos africanos, apuntar hacia un lugar donde ocurrieron hechos que marcan la construcción de Brasil. Cuento con que esto ayude también a paliar las desigualdades sociales de nuestro país”, explica Alberto Silva para EL ESPAÑOL.

LA CARA B DE VALONGO

Pero como en Río de Janeiro siempre hay una cara B, no todo ha sido cordialidad en estos años de obras en el Puerto Maravilla. Se cruzó por medio también el programa de urbanismo “Morar Carioca”, y el complejo de favelas más antiguo de la ciudad, el Morro da Providência, sufrió desalojos, en beneficio de todos, según el Ayuntamiento. Fue este el morro desde donde se popularizó la palabra “favela” a finales del siglo XIX. Soldados sin casa que volvían de la Guerra de Canudos (en Bahía) y esclavos liberados tras la abolición se instalaron allí. Su nombre original fue Morro da Favela porque recordaba a otro de aquella Guerra de Canudos; un cerro con ese nombre, en honor a la vegetación que lo invadía (faveleira).

Desde siempre fue barrio de clase baja que acababa en problemas o, los de peor suerte, en la cárcel. Aparece ya en los textos de João do Rio, pionero de la crónica periodísitica en Brasil: “Esas mujeres están en la penitenciaría por asuntos insignificantes [...] Son vecinas del morro de la Favela, de las callejuelas próximas al cuartel general, de los callejones que desembocan en el Largo da Lapa” (Mujeres Presas, 1905, crónica incluida en “El alma encantadora de las calles”).

Valongo, en obras. Companhia de Desenvolvimento Urbano.

Así que los descendientes de aquellos esclavos han tenido que volver a la revuelta que nunca abandonaron, para mantener sus modestas viviendas y su dignidad. Una nueva muestra de que Río de Janeiro es una eterna lucha de clases, también en el Morro da Providência y en el Puerto. Y bien sabe Dios que en la Pedra do Sal se celebrará cada medalla africana como si fuera propia, con una buena batucada y algo de samba. Porque bajo los Juegos Olímpicos estaba el África esclavizada y nada sería más justo que unas cuantas hazañas estilo Jesse Owens. Ubuntu: soy lo que soy porque todos lo somos.

Mientras los atletas corran para arriba y para abajo, los turistas colapsarán la flamante zona portuaria, y las calles bohemias y agotadas del centro de Río, donde la memoria de la vergüenza camina y te mira a los ojos. Hay un pedazo de cada uno de nosotros en el muelle de Valongo. Nadie se olvidó de él por mucho que lo enterraran.

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