Antes del Valderrama Masters, Seve Ballesteros y José María Olazábal encontraron por fin al tercer jugador español miembro honorario y de por vida del Circuito Europeo. Al final del Valderrama Masters, Colin Montgomerie y Bernhard Langer ya tienen tercero en el honor de ser los únicos que han conquistado dos veces un torneo en el prestigioso campo andaluz. Obviamente, el protagonista en ambos casos es Sergio García, aquel al que llamaban Niño, que hace mucho dejó de serlo para convertirse en un hombre, ya casado y esperando un hijo, cuyo pan bajo el brazo ha llegado en el torneo español.

La serenidad con que el castellonense celebró su birdie en el hoyo 17 -otra vez el 17, siempre el 17- evidenció dos realidades incontestables en ese momento y de ahora en adelante: 1) el acierto le ponía mano y media en el trofeo a menos que un desastre natural asolase Valderrama, como ya sucedió en la previa de la Ryder Cup de 1997, y 2) Sergio García tiene el poso que antes no tenía, tiene la calma que sólo da el tiempo, el saber estar del veterano, la compostura de quien no desespera, la sapiencia de aquel que sabe esperar su momento.

Porque Sergio García ya no es aquel Niño -ni falta que le hace-. Sergio García es un señor que recoge lo que ha sembrado durante toda su vida a ambos lados del Atlántico. La Chaqueta Verde conquistada este mismo año en el Augusta National le ha granjeado el cariño del público, que siempre le adoró pero que no lo sabía porque no podía soportar la ausencia de grandes en su palmarés. Su primer major le ha dado por fin el estatus que tenía y que, en ocasiones, ni él mismo se asignaba.

Todo eso se ha visto esta semana en Valderrama. Se ha visto a un país reunido en torno a una estrella -García- y pendiente de la que lo será en el futuro -Jon Rahm-. Se ha visto un emblema -Valderrama- que atrae jugadores, sponsors y aficionados. Se ha visto a un público dispuesto a acudir en masa a un campo de golf para ver deporte y espectáculo y gastar su dinero en ello -las taquillas contabilizaron unos 40.000 aficionados presentes a lo largo de la semana-.

Un fin de semana tan redondo que la Federación Española de Golf ya debería estar tomando notas para ver cómo demonios se las ingenia para replicarlo en el Open de España del que el golf nacional se ha quedado huérfano y cuyo impulso necesita más que nunca en vista de las muestras de vida ofrecidas esta semana.

Y eso que Joost Luiten a punto estuvo de echar la fiesta abajo. El holandés es de esos perros viejos que se las sabe todas, de los que se agarra al campo, de los que no suelta la presa cuando huele la sangre. Lo tuvo tan cerca en el green del 18 que un suspiro de alivio salió de todo el green cuando su putt para forzar el playoff se escapó no se sabe muy cómo. Ese fue su canto de cisne, la última carga de una caballería ligera que martilleó todo el santo día la cabeza de Sergio García. De hecho, ni los tres birdies consecutivos del castellonense en los hoyos 9, 10 y 11 despegaron al holandés pegajoso.

Hubo que esperar al final, que ya se sabe que el golf, como los partidos en el Bernabéu y la vida en general, es 'molto longo'. Eso ya lo ha aprendido Sergio García. Nada tiene que ver su actitud de hoy con la de aquel Niño que salió hundido ante la prensa presente en el Augusta National a decir que quizás no tenía "madera" para ganar un grande. Nada tiene que ver tampoco su situación: por fin ha encontrado la estabilidad profesional, por fin ha encontrado la estabilidad personal. Augusta le dio mucho, pero Angela Atkins, su mujer, la que será madre de su primer hijo, le ha dado mucho más. Por ahora, ya se lleva un pan bajo el brazo (y van tres este 2017).

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