No sé qué hace pensar a Piqué que pueda haber quien no quiera que juegue en la selección, y sin embargo parece que anda turbándolo una sospecha de ese tipo. 

Qué cosa más infundada. Unos cuantos cientos de miles de abucheos en unas cuantas docenas de campos de aquí y de allá, en partidos de España y desde hace ya varios años, no deberían animarle a sacar conclusiones que pueden llegar a minar su autoestima. El que ahora sus propios compañeros de selección y adversarios en el Madrid hayan sugerido que su último tuit sobre el referéndum no iba a ayudarle, cuando antes han empeñado su crédito personal en la tarea de brindarle apoyo, no debería hacerle concluir que nadie esté de él hasta los dídimos. Si alguna vez ha llegado a albergar pensamientos tan aciagos, yo le animaría a desterrarlos.

Piqué.



No sé qué podría mover a alguien a pretender que Piqué deje de jugar con la selección española. Pretender que la dignidad de un tipo que representa a un país deba obligarle a abstenerse de escupir sobre la cabeza de directivos, enfrentarse a la policía por una multa de tráfico, sembrar sospechas de la existencia de prevaricaciones y negocios turbios en el palco del rival y apoyar iniciativas destinadas a romper dicho país sería claramente ir demasiado lejos.

Ya ha indicado él en varias ocasiones (la última el pasado domingo) que jugar con la selección de un país no es una cuestión de patriotismo. Yo, que no soy el hombre más patriota del mundo, me pregunto de qué sino de patriotismo trata eso de jugar en un equipo nacional. Pero a lo peor yo soy uno de esos absurdamente tentados de exigir demasiado al defensa barcelonista, a quien en el afán injusto de seguir arrinconando -Dios me perdone- me aventuraría incluso a preguntar sobre las escuchas del caso Soule y la implicación de personajes como Gaspart y Soler en las mismas.

Porque todos sabemos lo que Piqué piensa del asunto catalán, pero nadie sabe (básicamente porque nadie se lo pregunta) qué opina acerca de esas escuchas y en qué palco juraría él que se mueven los hilos a resultas de las mismas. Merezco todo el vitriolo que pueda arrojárseme porque yo le preguntaría a Piqué por eso antes que por las urnas.



No sé qué podría, por último, hacer pensar al propio Piqué que sugiriendo un posible abandono de la selección vamos a perder todos el culo para suplicarle que por favor no lo haga. Digo que no sé por qué ha planeado esa estrategia porque solo una estrategia puede ser. El que quiere irse se va, y no entona amenazas de plañidera diseñadas para suscitar el arrepentimiento de quienes presuntamente hemos sido ingratos con él. Me recuerda esto de "Si soy un problema para alguien, doy un paso a un lado" a esos políticos que ponen su cargo a disposición. Piqué ha puesto a disposición su cargo con el mismo fuste que emplea un político corrupto para dimitir con la boca pequeña, y eso que los conceptos Piqué y boca pequeña no van precisamente de la mano.



Tengo para mí que su dimisión no va a ser aceptada y su inmediato superior le mantendrá en el cargo, lo cual nos conducirá a la misma conclusión a la que llegamos cuando esto pasa con un político (¿no es Gerard un animal político desde hace siglos?): que nunca dimitió. El que dimite de verdad ya no está, de igual forma que el que se muere de verdad no tiene luego salud suficiente para escribir libros sobre luces al final del túnel.



Yo, que tengo por costumbre tomar en serio a un hombre que llora siempre y cuando su propia mendacidad no haya desactivado antes cualquier opción solidaria, estoy demasiado viejo para arrodillarme ante Gerard y suplicarle que no nos deje. Además, quizá el doloroso adiós suponga ir quemando etapas en pos de lo que todos deseamos: ver a Gerard presidiendo el Barça y manejando los hilos de la RFEF no desde el área propia esta vez, sino desde los despachos. Gaspart y Soler, a su lado, van a ser unos aprendices.