El Barcelona está a punto de vivir una ruptura. Otra más. Todo apunta a que en los próximos días el club catalán, con el corazón roto pero con la cartera llena, tendrá que decir adiós a una de sus figuras más queridas. Neymar no quiere seguir con esta relación que hasta dos semanas parecía idílica y se ha buscado a alguien que le dé el cariño -o el dinero- que reclama. Si se va, lo hará por la puerta más pequeña y oscura de la parte trasera del Camp Nou. Porque entre la afición culé, que pocas veces está de acuerdo, hay consenso: el jugador brasileño ha dejado 'plantado' al equipo que lo invitó a bailar en Europa, sin siquiera haber pronunciado un "tenemos que hablar" o haber escuchado las numerosas voces que en su vestuario le han rogado que "se quede".

La situación no es nueva en Barcelona. Como si estuviera atrapado en un déjà vu interminable, el conjunto azulgrana empieza a acostumbrarse a que sus estrellas, portuguesas y brasileñas, abandonen sus filas sin gratitud, sin un simple "obrigado". En la mayoría de los casos, las despedidas han sido dolorosas, polémicas y han inaugurado un profundo momento de crisis. En otros, una salida ha estrenado un periodo de éxitos.

Romario

En la temporada 1993-94, el delantero demostró con creces su enorme olfato rematador a lo largo de 33 partidos de Liga, en los que anotó 30 goles. Jorge Valdano llegó a calificarlo como “un jugador de dibujos animados”. Romario era la reencarnación de las virtudes del fútbol brasileño: hacía gala de un mágico dribbling que practicaba a un ritmo altísimo y de una elevada intuición para el desmarque. Todo ello en grado superlativo. Con él, el 'Dream Team' halló la pieza que le faltaba: un punta goleador.

En el verano de 1994, tras conquistar la Liga con el Barça, Romario resucitó a una canarinha que seguía extrañando a Pelé y se proclamó campeón del Mundial de EE.UU, donde fue nombrado mejor jugador del torneo. El Baixinho, más allá del bien y del mal, desafió a la entidad catalana autoregalándose más días de vacaciones de los estipulados. Esta decisión a espaldas del club desató su prematura salida del club en enero de 1995 rumbo al Flamengo.

Casualidad o no, su traspaso precedió el ocaso definitivo del 'Dream Team', que asomaba desde la derrota de esta generación irrepetible en la final de la Champions de 1994. En la temporada 95-96, el Barcelona tan solo alcanzó la final de la Copa del Rey y las semifinales de la UEFA. En Liga se tuvo que conformar con el tercer puesto en una época en la que la superioridad de los dos grandes no era tan acusada. 

Ronaldo

Ronaldo, todavía en el Barcelona. EFE

El jugador brasileño aseguró que el presidente, Lluís Núñez, provocó su traspaso al Inter de Milán en el verano de 1997. Ronaldo no tenía ninguna intención de dejar el Barcelona. Había completado una temporada formidable y había asaltado el trono mundial con sólo 20 años. Apenas medio año después de su fichaje, el club le ofreció un contrato de renovación que el brasileño aceptó con el requisito de que se incluyeran ciertas cláusulas. Una vez firmado el acuerdo, el equipo violó los términos tan solo tres horas después, según el representante del delantero.  

El brasileño emigró a Milán y dejó a la entidad catalana en un periodo de incertidumbre que supo resolver: la llegada de Rivaldo suplió la ausencia de gol que precipitó la salida de su compatriota. El Barcelona no echó de menos a su estrella y se alzó con la Liga y la Copa del Rey, aunque no superó la fase de grupos de la Champions. Louis Van Gaal dirigió la nave culé con el viento a sotavento sin vislumbrar el gran naufagio que esperaba en lontananza.

Figo 

Cuando el portugués fichó por el Barcelona procedente del Sporting de Lisboa nadie preveía que el talentoso centrocampista terminaría ganándose el sobrenombre de 'Judas' entre la misma afición que antes lo había venerado. Figo aterrizó en la Ciudad condal dispuesto a liderar al club y, cinco años después, la abandonó repudiado. Se fue por falta de dinero, afirmaron en Cataluña; "Me fui por falta de reconocimiento", afirmó el jugador. Su salida, en el año 2000, derribó todos los cimientos del club catalán y reconstruyó los de su equipo rival, el Real Madrid, a cambio de 61 millones de euros; la cláusula de rescisión que Florentino Pérez pagó por hacerse con sus servicios. Con este movimiento se iniciaba la hegemonía madridista y se encendía la primera luz de la Galaxia de Florentino Pérez.

Figo, en su presentación con el Madrid.

En Barcelona, todo lo que vino después de su marcha fue un fracaso: Joan Gaspart, elegido como presidente del club ese verano, malgastó el capital ingresado por su traspaso en dos jugadores, Marc Overmars y Emmanuel Petit, que, ni mucho menos, respondieron a las expectativas. El tulipán veloz disputó 97 partidos y anotó 15 goles. Lo de Petit fue un caso aparte. Desperdició 23 partidos, que lo catapultaron como uno de los peores fichajes azulgranas de la historia, a la altura de los de Douglas o Hleb. 

En el plano deportivo, Gaspart se vio obligado a sustituir al entrenador Serra Ferrer por Carles Rexach a final de campaña. En Liga se confirmarían las peores sospechas que planeaban en los albores de la presente temporada: el equipo finalizó cuarto, a 17 del Real Madrid de Figo, de forma agónica, tras ganar por 3 a 2 en el Camp Nou al Valencia en la última jornada de la competición doméstica. En la Copa del Rey fue eliminado en semifinales y no pasó de la fase de grupos de la Champions League, por lo que acabó disputando un torneo de la UEFA que tampoco conquistó, ya que fue derrotado a las puertas de la final por el Liverpool. 

En el ámbito psicológico, el caso Figo noqueó al aficionado culé. Lo bloqueó, lo tumbó. Lo dejó sin respiración después de que el Barcelona, de la mano de Van Gaal, hubiera logrado sobreponerse del declive del Dream Team. Lo peor, pensaron entonces, había pasado. Pero andaban equivocados. El peor momento en Can Barça coincidiría con uno de los mejores de la 'Casa blanca'. 

Rivaldo

El 23 de julio de 1997, el fenómeno Ronaldo, el mejor jugador del mundo en ese momento, dejó huérfana de ídolos a la afición culé. Para llenar este vacío, el Barcelona fichó a Rivaldo, un jugador llamado a marcar la diferencia cualitativa. El brasileño levantaría dos Ligas, una Copa del Rey, una Supercopa de Europa como azulgrana y añadiría a su palmarés individual en 1999 el Balón de Oro y el FIFA World Player. Con 30 años, en 2002 dio por concluida una sociedad de cinco campañas y 235 partidos en los que el brasileño marcó 130 goles.

Rivaldo muestra su Balón de oro en el Camp Nou. EFE

La convulsa situación extradeportiva del Barcelona y su ida enterraron a un equipo que, en la temporada siguiente, solo avanzó hasta la segunda ronda de la Copa del Rey y hasta los cuartos de la Liga de Campeones. Tras su marcha, el Barcelona cambió de técnico hasta en tres ocasiones y terminó sexto la competición liguera, la peor posición de la escuadra en 15 años. 

Ronaldinho 

La sonrisa del fútbol rescató al Barcelona del ostracismo donde se encontraba en 2003 y lo colocó, de nuevo, en primera fila del escenario mediático. El fútbol no se mide por números, sino por sensaciones. Y, en ese aspecto, el Gaúcho fue el mejor. En su llegada se encontró un club en transición, una plantilla sin alma y una afición tocada y hundida que no tardó en apuntarse a la causa del brasileño. Pero Ronaldinho salía al campo con la misma libertad y soltura con la que salía por la noche barcelonesa.

La falta de compromiso y su irregularidad fueron motivo suficiente para que un joven Guardiola le colgara el cartel de "en venta". Con el astro brasileño fuera del equipo, el míster le entregó toda la responsabilidad a su nuevo '10'. La apuesta fue triunfadora. Leo Messi fue el líder del Barça del triplete, uno de los mejores conjuntos de la historia, en paralelo a la caída de su ídolo Ronaldinho. 

¿Qué seguirá al traspaso de Neymar?

El futuro de la entidad culé depende, en gran parte, del acierto de la directiva en el último mes del mercado de fichajes. Se busca un extremo izquierdo capaz de asegurar desborde y un centrocampista organizador que termine, por fin, con los problemas en la medular que arrastran en el Camp Nou desde el retiro de Xavi Hernández. Ambos cromos deberán animar a una afición que está harta de los problemas judiciales de la cúpula y de numerosos rumores que de momento no se han concretado. Dybala, Mbappé, Dembele o Coutinho aparecen en las quinielas, pero, superado el ecuador del periodo de traspasos, la confianza en Bartomeu cada día es menor. 

La marcha de Neymar, además, desecha la única certeza con la que ha contado en la última campaña un Barcelona henchido de dudas: el funcionamiento de la MSN. En el mundo del fútbol, resulta complicado hallar una sociedad de egos capaz de sintonizar y de respetarse, pero el Barcelona lo había logrado. Ahora, la dirección deportiva tendrá que volver a empezar, en busca de un nuevo compañero de batallas para Suárez y Messi, que, como el equipo, como la entidad, como la afición, deberán sobreponerse a un nuevo 'adeus'. 

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