La historia, la vida y el fútbol tienen estas cosas. Aquel 16 de abril de 1967, en el primer derbi en el Calderón, Medina Iglesias, árbitro de la contienda, salió del templo abucheado, entre almohadillas y acusado por no haber pitado un penalti en un empate autodeclarado injusto (2-2). Este sábado, y antes de que se cumplan 50 años de aquella efeméride, volvió a ocurrir. De otra manera, con un Real Madrid al que no se le puede discutir la victoria, tan contundente como su tótem portugués. Pero, como en el origen, un colegiado se ganó el derecho de entrar en la historia del Calderón por pitar un penalti inexistente sobre Ronaldo en el segundo gol del Madrid. Quizás sea una simple mota de polvo entre el brillo de un Cristiano de hat-trick. Puede que sólo sea eso, una nimiedad, pero que se lo digan a los Atléticos… [Resultado y estadísticas: 0-3].



Porque el Madrid, en definitiva, llegaba entre algodones, con muchas bajas, pendiente de los lesionados y con la sensación de que había sido invitado a una fiesta -la del último día de un derbi en el Calderón- a la que no le apetecía acudir. Sin embargo, se presentó en el templo rojiblanco, aguantó el primer arreón de los locales, tembló un mínimo tras una volea de Saúl que a punto estuvo de inaugurar el marcador y, a pesar de que no consiguió hacerse con la posesión, sí que se encontró cómodo con el balón sobre el tapete. Agazapado en su campo, pero con esa mirada asesina del que sabe que le va a llegar alguna ocasión a la contra. Y, aunque no fue exactamente de esa manera, el equipo de Zidane encontró pronto la portería. En una falta tirada por Ronaldo, el balón pegó en Savic y se metió dentro de la portería.

El derbi, que parecía prefabricado para que el Atlético se cobrara su ‘particular’ venganza tras la derrota en Milán, se puso, de repente, del lado de los merengues. Y estos lo intentaron aprovechar. Ronaldo, antes del gol, se sacó un cabezazo de la nada para que Oblak entrara en calor; y Marcelo, omnipresente en defensa, intentó aumentar la distancia con un disparo desde lejos. Nada, en cualquier caso, que el equipo del Cholo no pudiera solucionar en la segunda mitad. O, mejor dicho, que no pensara en resolver.



El Atlético, como acostumbra, no escatimó en gotas de sudor para darle la vuelta al marcador. Tocó y se puso el mono de trabajo contra un rival escondido en su campo, pero se chocó una y otra vez con el muro de Zidane. Incluso, intentó cambiar el guión con un doble cambio: Simeone sacó a Torres y Gabi del campo, y apostó por Correa y Gameiro. Más leña al fuego para no dejar que se perdiera la temperatura con el tic-tac del reloj. Pero ni así. El Madrid, fiable, se mantuvo en pie sin sufrir en demasía. Sin que su juego ofensivo fuera del todo contundente, pero amagando con hacer el segundo, a punto de llegar en un disparo de Isco que detuvo (de nuevo) Oblak.

Pero no era la noche. Ni del árbitro ni del Atlético. A 20 minutos del final, en una jugada aislada, Ronaldo se chocó dentro del área con Savic -en ningún caso penalti- y el colegiado mandó el balón a los once metros. De nuevo, Cristiano no falló y el partido se convirtió en un reproche infinito hacia Fernández Borbalán, que quiso que su nombre quedara en la memoria del epílogo del Calderón. Así será, el colegiado compartirá recuerdo con Ronaldo, que sentenció a la contra con un hat-trick de bandera.



De repente, como en tiempos pretéritos, aquellos en los que el Atlético no competía a la par con el Madrid, el respetable se despidió antes del final, entre pitos al colegiado y esa sensación amarga de no haber visto siquiera un gol de los suyos. Pero al epílogo, caprichoso él, todavía le queda algún capítulo. Toca, por tanto, esperar. Hasta el rabo, ya saben, todo es toro. Y el derbi de 1967 se disputó frente a una plaza de toros. Pues eso.