Para ser un título absolutamente menor, lo cierto es que el antimadridismo -e incluso el madridismo tibio y bienquedista involuntariamente (¿?) asociado al enemigo- está que arde con el triunfo del Madrid en el Mundial de Clubes. Pero, ¿no habíamos quedado en que este título carecía casi de todo valor? ¿A qué viene entonces este berrinche, entrañables negadores del pan y la sal, seguramente por ser blancas la sal y la harina?

El mismo célebre locutor que en redes sociales conminaba a la FIFA a reconsiderar la pertinencia de este torneo por su falta de interés se desgañitaba pocas horas después cantando los goles nipones que, fruto de la falta de tensión de la defensa blanca, pusieron un nudo en la garganta de los de Zidane y les obligaron a protagonizar otro triunfo agónico, con prórroga incluida. Antes, celebró con sorna el gol inicial de Benzema “en esta batalla épica” (guiño-codazo-guiño). Resulta que al final sí fue épica, cachondo, en parte por la caraja del Madrid durante gran parte del encuentro, en parte por los méritos de un rival muy loable.

Lo único es que lo que con tanta sorna llamabas “batalla épica” no acabó como a ti te hubiera gustado, querido amigo, pero qué le vamos a hacer si Benzema tuvo una noche para la Historia y Cristiano finiquitó con un hat-trick (dos de ellos en la prórroga) las esperanzas vanamente albergadas por las hordas del AntiRealMadrid F.C. en todas sus facciones. Se me ha empezado a olvidar cómo era eso de ganar sin antes dar falsas esperanzas a quienes odian al Madrid, pero me parece recordar que era mucho menos divertido.

Sergio Ramos celebra la consecución del Mundialito. Yuya Shino EFE

La madridista es la única afición del mundo que es instruida por sus adversarios (y también por supuestos amigos, en muchos casos viejas glorias del club que en su afán de equidistancia pueden llegar a parecer de Yokohama de toda la vida, o de la orilla del Manzanares sin ir más lejos) respecto a lo oportuno y decoroso que resulta el celebrar (o no) sus triunfos. Casi nunca es presentable ni decoroso el hacerlo, y lo malo es que muchos aficionados del Madrid se creen que es verdad. Que no es decoroso.

El mismo editor de periódico deportivo que calificó la Novena como “un poquito vergonzante” y dijo que la Undécima se ganó “de aquella manera” nos revela cómo la expulsión perdonada a Sergio Ramos “desluce la victoria del Madrid y crea un cierto reparo a la hora de celebrarla”. ¿Cuántos reparos tuvo su periódico en celebrar a cinco columnas el obrevazo de Stamford Bridge, por citar una de tantas barrabasadas perpetradas en la época del más conspicuo platinato? Cero, y las razones de ese cerismo se cifran en la vieja regla de urbanidad no escrita a partir de la cual todo equipo español en competición internacional ha de ser un poco de todos los españoles. Apoyo incondicional y loas sin tino al Barça en sus espolios allende las fronteras por ser español (repetimos: por ser español), pero “reparos” múltiples a los éxitos del Madrid por ser equipo esloveno o saudí, aún no lo tenemos muy claro.

Eso es lo que el madridismo oye desde los púlpitos cada vez que gana. Hay un madridismo que agacha la cerviz y pide perdón. Hay otro madridismo que está hasta las narices de esto. Y hay un tercer madridismo (escuela a la que me adhiero) que se desternilla de risa y disfruta más de la corriente de títulos cuanto más desaforada es la de bilis que fluye en paralelo. Esta segunda corriente mana hoy con el bisbiseo de que Ramos debió ser expulsado, cosa que es profundamente discutible pero que se intentará hacer colar como Verdad Revelada para ser repetida a perpetuidad por las generaciones venideras, como un mantra liberador.

Lo cierto es que Ramos bien pudo ver la tarjeta que se le perdonó, pero igualmente pudo quedar sin ver la que de hecho vio con anterioridad, por una obstrucción como otra cualquiera o eso me parece a mí. Se me antoja, como mínimo, que la primera tarjeta a Ramos es lo suficientemente debatible como para que el antimadridismo, desde sus múltiples tribunas, pretenda hacer calar el nuevo dogma de fe, proclamado ex cathedra: que Ramos debió ser expulsado. Repitamos: Ramos debió ser expulsado. Tengo una prima que formó parte de una orden religiosa y que pone a disposición de todo madridista dócil y humilde que se precie el cilicio con el que mortificarse. También tengo otra que se ofrece para pasarlo en grande en la fiesta. Elegid.

Personalmente, he quedado con mi segunda prima, y con un montón de amigos, para celebrar que el Madrid ha cerrado un año (2016) con sólo dos derrotas (una de ellas, frente al Wolfsburgo, intrascendente puesto que se remontó) y tres títulos internacionales, el último de los cuales le consagra como pentacampeón del mundo. Mi segunda prima no es sólo mucho más simpática que la primera: además tiene razón.

Por lo demás, dicen algunas abuelas que la bilis funciona mejor que la saliva como adhesivo para cerrar los sobres con las tarjetas de Navidad. Aproveche quien proceda para enviar así sus mensajes de fraternidad navideña y sus mejores deseos para 2017. Para el madridismo, será muy difícil que sea más redondo que 2016, pero nada, ni siquiera eso, está fuera del alcance de los de Zidane.