España tiene un nuevo héroe tan inesperado como merecido. Lo reconozco, Unai Simón no hubiera sido mi portero en esta Eurocopa. Su temporada en el Athletic había dejado tantas dudas y momentos de desconcierto como el autogol ante Croacia en octavos de final. Sin embargo, el fútbol, como la vida, es maravilloso. 

Somos, me incluyo el primero, un país acostumbrado a enviar a los infiernos con la misma facilidad de ascender a los cielos al primero que pasa a nuestro lado. Y eso ha ocurrido con Unai Simón. De villano en la primera parte contra Croacia a santificado tras una tanda de penaltis absurda con más fallos que aciertos. 

El otro día escribía que esta Selección debía decidir si ser La Floja o La Furia porque en la historia sólo habría sitio para una de ellas. Pues bien, ante Suiza, y a pesar del mal partido y de sufrir de lo lindo con un jugador más tras la expulsión de Freuler, decidió ser La Furia y se medirá a Italia en las semifinales de la Eurocopa.

Unai Simón celebra junto a Luis Enrique EFE

La Selección volvió a romper el techo de cristal de cuartos como en 2008. En Viena, tras un agónico duelo contra Italia, Iker Casillas nos puso camino a nuestra primera Eurocopa en color con sus paradas en la tanda de penaltis. A partir de entonces fue San Iker, al igual que Unai ya es Don Simón. Todavía le queda para ser santo, aunque ya ha ascendido de categoría.

De Unai Simón hay que alabar su fortaleza mental y su testarudez. Otro se hubiera hundido con aquel autogol, pero el del Athletic tenía claro que quería ser más Casillas que Zubizarreta. De los errores se aprende, cierto, aunque la virtud está en no volver a tropezar con la misma piedra.

La España de Luis Enrique es a la vez berlanguiana, emocionante, delirante, frustrante y divertida como una noche de botellón. No tendrá los mejores futbolistas ni realizará el mejor juego, pero cumple con su propósito como una botella de Don Simón encima de la mesa una tarde de verano. No tendrá el glamour ni la exquisitez de un Marqués de Cáceres o de un Vega Sicilia, pero hace su función y deja buenos recuerdos. 

El problema puede ser la resaca del día después y eso es lo que debe cuidar la Selección. Hasta ahora los de Luis Enrique se han medido a Suecia, Polonia, Eslovaquia, Croacia y Suiza para llegar a semifinales. Ninguna potencia europea y solo una victoria en los 90 minutos. Italia, con su suave Lambrusco, amenaza con poner punto y final antes de tiempo a la fiesta cañí española.

Llega la hora de la verdad para España. Esta Selección nos ha hecho rejuvenecer y retroceder quizá a tiempos de Cuéntame, en los que el Don Simón jamás podía faltar en aquellas reuniones familiares alrededor de la televisión mientras un país soñaba despierto con ser campeón. No tendremos el mejor vino, pero no veas tú qué borracheras de ilusión.