De Alemania se puede dudar y es legítimo, pero siempre, de una u otra forma, emerge para presentarse como candidata al título. En esta Eurocopa, quizás, ha estado algo más perezosa -tanto, incluso, que se dudó de ella-. Pero en octavos, cuando es necesario aparecer, la Mannschaft dio un paso al frente: volvió a jugar como en el Mundial, goleó ante Eslovaquia (3-0), recuperó la mejor versión de Draxler (un gol y una asistencia) y lo hizo, además, llevando la iniciativa. Sin ceder, defendiendo con la pelota en los pies y haciendo de la posesión su principal arma de ataque, pero también recurriendo al balón largo para buscar la segunda jugada gracias a tanque llamado Mario Gómez. En definitiva, para engrasar la máquina de cara a lo que está por venir: los cuartos de final. Quién sabe si contra España.



Alemania, al fin y al cabo, siempre vuelve a sus orígenes (también en lo táctico). En el Mundial comenzó jugando con Lahm de mediocentro y acabó con el jugador del Bayern como lateral, en su posición. ¿Y en esta Eurocopa? Más de lo mismo. Joachim Löw intentó jugar con Götze de falso ‘9’ y ante Eslovaquia, en el mejor partido de su selección hasta la fecha, optó, por segundo encuentro consecutivo, por salir al campo con un ariete de los de toda la vida, con Mario Gómez. Y así todo le va bien. O, al menos, así lo dejó entrever en una victoria tan contundente como definitoria.



Con nueve puro y un centro del campo bien nutrido, demostró que puede combinar su juego de siempre (el del contraataque y la presión alta) con el de toque (hasta la fecha ha sido la selección con más posesión de la Eurocopa). Y con ese estilo -el mismo que la convirtió en campeona del mundo- se comió a Eslovaquia desde el primer minuto. Primero, con un tanto de Boateng, que aprovechó un rechace para empalar la pelota desde la frontal del área; y más tarde gracias a Draxler, que dejó a su par tirado con un quiebro y se la dejó a Mario Gómez para que éste hiciera el segundo antes del descanso.



Por si todo eso no fuera poco, a Alemania le dio tiempo en el primer período a que Özil fallara un penalti y a que Neuer, ausente de protagonismo en estos partidos, salvara la más clara del conjunto eslovaco: un cabezazo de Kucka que iba a la escuadra y que sacó el portero germano. En realidad, la única que tuvo Eslovaquia, desaparecida durante todo el encuentro, imprecisa y, sobre todo, muy inferior tanto por su propia fragilidad como por la superioridad germana.



Ante tal tesitura, el equipo de Joachim Löw sólo tuvo que esperar. Bajó el ritmo en la segunda mitad y decidió gracias, de nuevo, a Draxler, que empaló un balón dentro del área chica y sentenció el partido. Una declaración de intenciones en toda regla. Cuando ha llegado lo que verdaderamente importa, Alemania ha vuelto a ser Alemania. Suena típico, pero así es. Ha jugado bien, ha aplastado a su rival y mete miedo. Al fin y al cabo, es la campeona del mundo, que a nadie se le olvide. Ni siquiera a la campeona de Europa, es decir, a España.

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