El tiempo es un escultor implacable que suele erosionar incluso a los monumentos más sólidos, pero con Cristiano Ronaldo parece haber hecho una extraña excepción. A las puertas de 2026, el astro portugués no contempla el ocaso como un destino, sino como otro rival al que debe vencer en el campo.
En el horizonte inmediato se dibuja una fecha marcada en rojo: el 5 de febrero. Ese día, Cristiano cumplirá 41 años, una cifra que en la lógica del deporte de élite debería invitar a la retirada, pero que para él funciona como combustible.
Su mirada está fija en dos obsesiones que definen este tramo final de su trayectoria. No se trata ya de dinero ni de fama, sino de gloria estadística y honor patriótico. Los 1.000 goles y el Mundial son su último gran contrato con la eternidad.
La carrera hacia el millar de anotaciones se ha convertido en una narrativa fascinante que trasciende lo meramente deportivo. Con 955 dianas ya aseguradas en sus vitrinas, la meta de los cuatro dígitos ha dejado de ser una fantasía matemática para volverse una posibilidad tangible y real.
Sin embargo, la meta no está exenta de una dificultad extrema. Para alcanzar esa cifra mágica, Ronaldo debe mantener un promedio de goleador que desafía las leyes del fútbol. Por lo menos las vistas hasta ahora. No le basta con jugar; necesita marcar con la regularidad de un reloj suizo, semana tras semana, sin pausa.
Cristiano Ronaldo celebra un gol con el Al-Nassr
Aquí es donde su vida en Arabia Saudí cobra un sentido estratégico fundamental. La renovación con el Al Nassr hasta 2027 no fue un simple movimiento de mercado, sino la garantía logística necesaria para seguir sumando. Riad es el laboratorio donde se cocina el récord.
En la liga saudí, Cristiano ha encontrado un ecosistema que, aunque menos exigente en lo táctico que Europa, le ofrece el protagonismo absoluto. El equipo juega para él, y cada penalti, cada falta directa y cada remate en el área pequeña están diseñados para alimentar su cuenta personal.
La cima
Pero la ambición de Ronaldo no se satisface únicamente con números en un Excel. Existe un deseo mucho más profundo, casi una deuda emocional que siente consigo mismo y con su país: el Mundial de 2026 en Estados Unidos, México y Canadá.
Este torneo se perfila como el broche de oro definitivo. A diferencia de la amarga despedida en Qatar, donde las lágrimas y la suplencia marcaron su adiós, el camino hacia Norteamérica parece estar pavimentado con una paz renovada y un entorno mucho más favorable.
Cristiano Ronaldo celebra su segundo gol marcado a Hungría en la clasificación para el Mundial 2026.
La selección de Portugal que le acompañará en esta aventura no es un equipo cualquiera. Se trata, posiblemente, de la generación más talentosa que el país ha producido jamás, una Generación de Oro 2.0 que llega en su plenitud física y mental para arropar a su capitán.
Jugadores como Vitinha y João Neves han madurado hasta convertirse en los dueños del mediocampo europeo. Su capacidad para controlar el ritmo del juego y filtrar pases es el oxígeno que necesita un delantero de 41 años para sobrevivir en la élite sin desgastarse en presiones inútiles.
Por las bandas, la explosividad de figuras como Rafael Leão y Nuno Mendes ofrece el contrapunto perfecto a la experiencia estática de Cristiano. Ellos ponen el vértigo y la ruptura; Ronaldo pone la ubicación y el remate final. Es una simbiosis perfecta entre el ímpetu juvenil y la sabiduría veterana.
Roberto Martínez, el arquitecto de este equilibrio, ha entendido que su misión no es forzar a Cristiano a ser el de 2014, sino potenciar al de 2026. La gestión de sus minutos será clave; quizás no juegue todo, pero lo que juegue debe ser letal.
El reto, sin embargo, es mayúsculo. Un Mundial no perdona la falta de ritmo y castiga sin piedad la inmovilidad. Cristiano tendrá que demostrar que su instinto depredador sigue intacto ante las mejores defensas del planeta, lejos de la comodidad de la liga árabe.
Los jugadores de Portugal celebran la Nations League.
La narrativa de ver a un jugador de 41 años levantando la Copa del Mundo es tan poderosa que parece guionizada por Hollywood. Sería la imagen final perfecta, el cierre de un círculo que comenzó con un joven de 19 años llorando tras perder la final de la Eurocopa en Lisboa.
Ganar el Mundial le permitiría, además, zanjar cualquier debate histórico que aún persista. Sería el argumento definitivo ante la sombra de Lionel Messi, igualando el logro que el argentino consiguió en 2022 y elevando su propia leyenda a un Olimpo donde ya no caben las comparaciones.
Pero incluso si el título se le resiste, la simple presencia de Ronaldo en 2026 ya será una victoria. Mantener la voracidad intacta después de dos décadas en la cima, habiéndolo ganado todo, es un testimonio de una mentalidad que no conoce la autocomplacencia.
Para el aficionado neutral, será un privilegio ser testigo de este epílogo. Veremos a un mito luchando contra su propia biología, tratando de exprimir hasta la última gota de talento para regalarnos un último gran truco de magia en el escenario más grande de todos.
Quizás no llegue a los 1.000 goles antes del torneo. Quizás Portugal caiga eliminado antes de la final. Pero la determinación de intentarlo, esa "voracidad" innegociable que da título a su vida, es lo que hace que su historia sea única.
En 2026, Cristiano Ronaldo no solo buscará goles y trofeos. Buscará la inmortalidad deportiva absoluta, desafiando los límites de lo posible para demostrarnos, una vez más, que para él la palabra "imposible" nunca fue más que una opinión.
