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La última vez que Marruecos levantó la Copa África fue en 1976. Entonces, en Addis Abeba, el combinado marroquí selló su primer y único título continental con un empate ante Guinea en la fase final.

Ahora, casi cinco décadas después, en suelo propio y con una inversión que se cuenta en miles de millones de dólares, la selección de los 'Leones del Atlas' busca romper una sequía que ha definido su historia deportiva moderna: ser favorito permanente sin poder conquistar el trofeo más preciado del continente.

Lo que ha ocurrido en Marruecos desde aquella victoria de 1976 no es comparable a nada. No se trata únicamente de un equipo mejor o de algunos jugadores brillantes. Es un proyecto industrial de Estado, orquestado desde los más altos niveles de la autoridad política marroquí, que ha transformado el país en una potencia futbolística continental capaz de competir de tú a tú con cualquier selección europea.

El punto de partida fue la Academia Mohammed VI, inaugurada en 2009 con una inversión superior a 65 millones de dólares. Esta institución, ubicada cerca de Rabat, se erigió como el corazón del renacimiento futbolístico marroquí.

Su complejidad no tiene parangón en África: múltiples campos de juego, centro médico de élite, instalaciones de alojamiento, piscina olímpica y auditorios de formación. No era un estadio de fútbol; era una fábrica de talento.

Pero Marruecos comprendió pronto que crear talento local, aunque necesario, no era suficiente. El país estaba condenado a esperar durante años a que esa academia diera sus frutos. Así nació la segunda pata del proyecto: el reclutamiento sistemático de dobles nacionales.

Se desplegó una red de ojeadores por toda Europa, desde Alemania hasta Italia, pasando por Francia, Países Bajos y España. El mensaje era claro: los jugadores que no tenían garantizado su futuro en las potencias europeas, aquellos que eran candidatos a ser descartados por Francia o Bélgica, encontrarían en Marruecos un proyecto deportivo atractivo y un futuro garantizado.

Los jugadores de Marruecos junto al príncipe Moulay El Hassan EFE

La estrategia funcionó. Noussair Mazraoui, Sofyan Amrabat, Achraf Hakimi, Brahim Díaz y decenas de otros jugadores de élite con raíces marroquíes fueron reclutados desde edades tempranas. El sistema no buscaba simplemente talento; buscaba talento mejor preparado.

Estos jugadores, entrenados en las academias y ligas europeas, traían consigo la experiencia y los estándares de competición más exigentes del mundo. De los 26 jugadores que Marruecos alineó en sus recientes competiciones internacionales, 14 nacieron fuera de Marruecos. Es una cifra que ilustra la magnitud de la transformación.

De Qatar a la cima

El resultado ha sido fulminante. En el Mundial de Qatar 2022, Marruecos no solo alcanzó las semifinales, sino que en el camino eliminó a España. Fue la primera semifinal de la historia de una selección africana en una Copa del Mundo.

Luego llegó el bronce olímpico en París 2024, donde la selección sub23 marroquí deshizo a Egipto con un aplastante 6-0 en la lucha por el tercer puesto. Un año después, el pasado mes de octubre, la selección sub20 conquistaba el título mundial por primera vez, derrotando a Argentina en la final.

Estos no son eventos aislados; son los síntomas de un ecosistema deportivo completamente reconfigurado.

Marruecos festeja el título del Mundial sub20, conquistado en 2025 EFE

Lo más notable es que Marruecos ha consolidado esa supremacía en todas las categorías. El futsal es una potencia mundial de primer orden. Las categorías juveniles dominan regularmente sus torneos continentales.

Incluso el fútbol femenino ha ascendido a un estatus que hace apenas una década era inimaginable. No se trata de un equipo excepcional; es un sistema que produce ganadores de forma sistemática.

Ahora bien, existe una paradoja incómoda en este proyecto de miles de millones de dólares: Marruecos no ha ganado la Copa África. Esa sequía de 50 años pesa como una losa porque cuestiona la eficiencia de toda la inversión.

En el baloncesto, en el atletismo, en cualquier otro deporte, la máquina marroquí ha entregado resultados. Pero en el torneo que más importa a nivel continental, aquel donde se juega la supremacía africana, hay un vacío que ningún bronce olímpico ni ningún título mundial sub20 puede llenar completamente.

Es en este contexto donde cobra sentido la importancia de esta Copa África que Marruecos alberga como anfitrión. No es solo un torneo deportivo.

Es el examen de fuego de una década de planeación estratégica. Es el momento en que la inversión, los ojeadores, la academia y los dobles nacionales deben cristalizar en lo único que ha eludido al país: un título continental en la categoría absoluta.

Brahim Díaz celebra su gol con Marruecos en el partido inaugural de la Copa África EFE

Walid Regragui, el entrenador que llevó a Marruecos a semifinales en Qatar, comprende perfectamente esta presión. Su filosofía se basa en una defensa compacta y el contraataque rápido, un modelo que ha resultado devastador contra las grandes potencias europeas.

Pero ahora enfrenta el mayor desafío de su carrera: romper una maldición que se remonta a la era previa a Internet.

Los Mundiales de 2026 y especialmente el de 2030, en el que Marruecos será anfitrión junto a España y Portugal, son proyectos de largo aliento. Pero primero está este torneo. Primero está la necesidad urgente de demostrar que la máquina marroquí no solo produce equipos competitivos, sino ganadores.

Después de casi cinco décadas de espera, Marruecos no puede permitirse volver a fallar.