Un año después de la dana, el temporal que arrasó la Comunidad Valenciana, el fútbol de barrio sigue herido. En Paiporta y Algemesí, dos municipios donde el deporte significaba comunidad y pertenencia, los campos permanecen devastados y el desconcierto ha sustituido a la ilusión.
Las instituciones prometen, pero las obras no llegan. Mientras tanto, los clubes sobreviven como pueden, atrapados entre la burocracia, la falta de voluntad política y una realidad que pocos ven: vestuarios ocupados, instalaciones abandonadas y familias que siguen esperando.
Mari Carmen Sanchís, jefa de prensa y delegada del Paiporta CF, recuerda el día después de la dana con una mezcla de impotencia y resignación. "Cuando vi el campo por primera vez, aquello era una piscina. Era llorar, llorar y llorar", reconoce en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Imagen de los vestuarios del Paiporta tras la dana
Los vídeos de hace un año la devuelven a esa imagen: medios de comunicación grabando, ella intentando mantener la compostura, todavía fría ante la magnitud de lo sucedido. "No fuimos conscientes hasta que pasaron los días, los meses, y el año. La cosa no se ha resuelto", afirma.
A pocos kilómetros, en Algemesí, Miriam Sánchez, presidenta en funciones del club, vivió un despertar similar. "El día siguiente, incluso dos o tres semanas después, ni nos acordábamos del campo de fútbol. Solo con nuestras casas teníamos bastante", dice afectada a EL ESPAÑOL.
El club retomó la actividad casi un mes después, cuando las calles comenzaron a limpiarse y sacaron a los niños para entretenerlos un poco y devolverles algo de alegría en medio de la devastación.
Cuando ambas pudieron finalmente acercarse a sus campos, el golpe fue brutal. En Paiporta, el agua había convertido las instalaciones en una piscina de barro. En Algemesí, solo quedaron las gradas en pie. "Ni las paredes que nos separaban de la carretera quedaron. Solo las gradas", explica Miriam. Todo lo demás desapareció: balones, camisetas, trofeos, neveras del bar, material deportivo.
Dinero sin voluntad
Lo más desconcertante de esta historia es que el dinero existe. Mari Carmen lo resume con una ironía amarga: "Aquí tenemos el dinero, pero no tenemos nada. Normalmente la gente dice: 'tenemos el proyecto, la ilusión, pero nos falta el dinero'. Aquí es al revés", apunta con cierto enfado.
Según las conversaciones con ambas responsables, el Paiporta CF cuenta con fondos entre tres y cuatro millones de euros, destinados exclusivamente a la reconstrucción del campo. En Algemesí, las ayudas económicas también llegaron desde distintas instituciones. Pero un año después, las obras no arrancan.
Imagen de El Palleter tras el paso por la dana.
"Como ellos no sufren cada partido llevando en su coche el agua, los balones, la ropa... como no lo sufren, pues no les duele", sentencia Mari Carmen. Su metáfora es clara: "Si tienes una casa en Pamplona y vives en Madrid, y pasa algo en Pamplona, te da igual porque duermes tranquilo en Madrid. Pero al que le afecta es al de Pamplona".
Miriam comparte esa frustración. "Después de un año, creo que debería haber algo ya. Ayuda económica se ha recibido por todos lados. No sé a qué están esperando". La sensación de ambas es idéntica: tienen el dinero, pero les falta todo lo demás. Especialmente, la voluntad.
Vestuarios convertidos en refugio
La imagen que más impacta es la que describe a Miriam. Un año después de la dana, el estadio municipal de Algemesí permanece prácticamente intacto respecto al día del desastre. "Igual o peor", responde cuando se le pregunta por el estado actual de las instalaciones. Lo único que ha cambiado es que "ya no hay barro".
Pero hay algo más. "Hay gente viviendo en los vestuarios. Tienen colchones, han puesto candados. Esa zona está totalmente perdida, socialmente destrozada". La afirmación cae como una pérdida.
Imagen actual del campo del Algemesí.
Lo que fue el corazón del fútbol local, donde los niños se cambiaban antes de saltar al césped, hoy es refugio de personas que han ocupado el espacio. Nadie ha intervenido. Nadie se ha hecho cargo.
En Paiporta, aunque la situación no llega a ese extremo, el abandono también es evidente. El campo principal sigue sin arreglarse. La Federación Española visitó las instalaciones junto a Salvador Gomar, presidente de la Valenciana, pero entonces apareció el concejal con una noticia inesperada: "Aquí va una avenida".
La complejidad urbanística (un plano de 1972) ha servido de excusa para retrasar aún más cualquier decisión. Hay que expropiar terrenos, aprobar en pleno, gestionar quién ejecuta las obras. Mientras tanto, el club sigue sin casa.
Aferrarse a lo mínimo
En medio de la tragedia, hay historias que hablan de resistencia. Mari Carmen guarda bajo llave cinco balones. No son balones cualquiera. Son los que una asociación de padres de Gata de Gorgos regaló al Paiporta CF cuando no tenían nada. Con esos cinco balones, el equipo fue campeón de liga y ascendió de categoría.
"Los tengo en casa, guardados bajo llave. Cuando no tienes nada, le das mayor valor a las cosas", cuenta emocionada. Esos balones simbolizan lo que el fútbol de barrio realmente es: comunidad, apoyo, identidad. Y también lo frágil que resulta cuando las instituciones no responden.
Los futbolistas del Paiporta, en su último partido antes de la dana.
La solidaridad llegó desde lugares inesperados. La Fundación del CD Leganés, el Levante, el Ayuntamiento de Pinto... todos aportaron material, equipación, ayuda logística. La Fundación Opción Reva del señor Roth cedió fondos a la Federación Valenciana para cubrir gastos de autobuses y material deportivo. Sin esas aportaciones, la temporada no habría sido posible.
En Algemesí, el apoyo también fue clave. "Si no fuera por las donaciones de material y las ayudas de la Generalitat, estaríamos en bancarrota total", reconoce Miriam. "Pero esa ayuda externa no debería ser la única salvación. Debería haber un compromiso institucional claro y sólido", añade.
Entrenar lejos de casa
Ambos clubes han tenido que adaptarse a una realidad incómoda: jugar y entrenar fuera de sus municipios. El Paiporta CF disputa sus partidos en Cuart de Poblet, a unos 20 minutos en coche.
Los niños entrenan en el campo de El Terrer, un terreno que se ha arreglado mínimamente pero sin vestuarios ni duchas. El primer equipo sigue en Cuart, donde han sido acogidos con generosidad, pero con una limitación importante: no pueden cobrar entrada.
"En Cuart de Poblet se han portado fenomenal, pero no te dejan cobrar entrada. Eso es un ingreso importante", explica Mari Carmen. Ese detalle económico, aparentemente menor, es crucial para un club modesto. Las entradas, las rifas, el bar en los partidos: todo eso forma parte del presupuesto anual. Sin campo propio, esos ingresos desaparecerán.
En Algemesí, la situación es aún más complicada. El polideportivo se reconstruyó parcialmente —básicamente cambiar el césped— pero ahora dos clubes con todas sus categorías deben compartir un único campo de fútbol 11, dividido en dos de fútbol 8. "Hemos tenido que bajar los entrenamientos un cuarto de hora para sacar una franja horaria más", cuenta Miriam.
Los vestuarios de El Pateller tras el paso de la dana.
"Algunos niños salen del colegio a las cinco y tienen que entrenar a las 5:15. No llegan a tiempo. Los juveniles entrenan a las nueve de la noche. Los partidos se juegan hasta los domingos por la tarde", resume Miriam.
"Desde las instalaciones municipales no les permiten vender rifas ni poner un servicio de bar. "El Ayuntamiento no nos deja hacer nada. Y si le sumas que nos han recortado la subvención deportiva...". La frase queda en el aire, pero dice mucho. En el momento de mayor necesidad, el apoyo institucional se reduce en lugar de crecer.
En Algemesí, hubo un momento de esperanza. Un club de Primera División anunció públicamente que iba a reconstruir el estadio junto al Ayuntamiento. Las fotos se publicaron, las declaraciones llegaron a los medios. Pero la realidad fue otra. "No ha sido así, ni ha sido así ni va a ser así", zanja Miriam. Las promesas se desvanecieron. El estadio sigue igual.
"Lo que me molesta más son las promesas que han dado otras que no han cumplido. Se ha hablado mucho, se ha publicado mucho, y de cara a la gente se ha quedado super bien, pero luego no se cumple. Ese es el verdadero problema: no la falta de dinero, sino la falta de compromiso real. Las fotos están. Las obras, no", apunta Miriam.
Mari Carmen lo resume con lucidez: "No es cuestión de apretar, es cuestión de voluntad. Como ellos no viven esto, como no les duele, no se mueven".
Pérdida de masa social
Las consecuencias de no tener campo propio van más allá de lo económico. El Paiporta CF ha perdido niños en la escuela de fútbol. "Si no tienes campo, ¿qué vendes?", se pregunta Mari Carmen. Los jugadores del primer equipo dudan al fichar. "¿Dónde vamos a jugar? No es lo mismo fichar por el Paiporta sabiendo que estás en Paiporta, que fichar y no saber dónde vas a entrenar".
También han perdido socios. El club es el cuarto más antiguo de la Comunidad Valenciana. Su masa social es gente mayor, de toda la vida, que iba andando al campo. Ahora tienen que desplazarse en coche a Cuart de Poblet. Muchos ya no van. "Esto no es el Barça o el Madrid. Nosotros recogemos a la gente para ir a los partidos".
Los horarios son impredecibles. Antes sabías cuándo jugaba tu equipo. Ahora depende de la disponibilidad de campos ajenos. El miércoles juegan a las nueve de la noche en Picassent. "Horario Champions", bromea Mari Carmen con ironía. Pero detrás de la broma hay cansancio. Y ansiedad. "Quiero mi casa. Tengo mi casa llena de sudaderas, cajas de balones, material del fisio. Me da mucha tristeza".
Futuro incierto
El tiempo pasa y todavía no saben cuándo podrán volver a jugar en sus casas. Miriam no se hace ilusiones. "Sinceramente, yo creo que esto va para largo. El estadio hay que reconstruirlo entero, las gradas tampoco son seguras, hay que tirarlas. Es un proyecto muy grande. Empezando mañana, no está hecho en un año".
En Paiporta, la situación es similar. Mari Carmen no sabe cuándo volverán a tener campo propio. Tres meses, un año, dos años. Nadie les da plazos. "Si te dijeran 'en tres meses estará arreglado', lo asumes. Pero no sabes si será en uno, dos o tres años". Esa incertidumbre es, quizás, lo más difícil de soportar.
Lo que ambas tienen claro es que la voluntad política es el factor determinante. No el dinero, que está. No los proyectos técnicos, que se pueden hacer. La voluntad de actuar. De priorizar. De entender que un club de barrio no es solo fútbol: es identidad, es cohesión social, es orgullo de pueblo.
Imagen de El Palleter seis meses después del paso de la dana.
"Al final todos se llenan la boca hablando de fútbol, pero para llegar a Primera hay que pasar por aquí", sentencia Mari Carmen.
Un año después de la dana, Paiporta y Algemesí siguen esperando. Sus campos permanecen destruidos, sus vestuarios ocupados o abandonados, sus clubes sobreviviendo a duras penas gracias a la solidaridad de otros y al esfuerzo titánico de dirigentes que no cobran nada y lo dan todo.
Los militares quitaron el barro. Las ayudas económicas llegaron. Pero las obras no empiezan. Los proyectos no se aprueban. Las licitaciones no se publican. Y mientras tanto, los niños entrenan en horarios imposibles, los socios dejan de ir, las familias pierden un espacio que era suyo.
"Queremos ver acción, no solo palabras", pide Miriam. Es una petición sencilla, legítima y urgente. Pero un año después, las palabras siguen siendo lo único abundante. La acción, como los campos, sigue devastada.
