Cuando la inferioridad es manifiesta no caben las excusas ni se necesitan muchas explicaciones. El Real Madrid hizo lo que pudo con lo que tenía. Comparado con el vigor físico y el rigor táctico del Chelsea, poca cosa. Los ingleses tuvieron la goleada en sus botas, aunque es justo decir que los blancos se batieron con dignidad hasta que las fuerzas les dijeron adiós.

Dos grandes de Europa, casi opuestos en sus planteamientos y objetivos. El Chelsea es un equipo estructurado, diamantino, que se despliega con ligereza vertiginosa. Jugadores rápidos, potentes, que cubren con facilidad sincrónica grandes espacios en el terreno de juego. El Madrid, por el contrario, pretende el control del partido con posesiones largas, en esta ocasión para ralentizar el ritmo.

Zidane dispuso a sus hombres con una defensa de cinco jugadores, quizás obligado por las carencias circunstanciales de la plantilla. No fue la mejor opción, y quién sabe si por aquí se fueron parte de las opciones del Real Madrid. Esta variante requiere carrileros específicos y ambivalentes. Y ni Vinicius está acostumbrado a defender, ni Mendy, -limitado físicamente por su reaparición anticipada- es el atacante preciso para el momento.

En cualquier caso, en el primer tiempo hubo cierto equilibrio y mucha calidad. Las primeras entradas del equipo inglés marcaron una dureza inusitada. Una amenaza latente de que protegerían su puerta con el físico más poderoso de Europa. Fieros en el choque; centelleantes en las nutridas transiciones.

Sin embargo, el Madrid no se amilanó y pronto tomó el mando del encuentro con combinaciones bien trenzadas. El equipo londinense acechaba en los desajustes madridistas, para imponer una estrategia bien simple: robar el balón y terminar la jugada con verticalidad de vértigo.

Y ni Vinicius está acostumbrado a defender, ni Mendy es el atacante preciso para el momento

Las idas y venidas favorecieron al relampagueante rival, que, a la carrera, angustiaba a los blancos. No obstante, los madridistas no se resignaban, y se animaron con dos remates de Benzema. Los primeros cuarenta y cinco fueron vibrantes, entre el control madridista y los galopes rivales. Pero tanta ida y vuelta, y tan rápida, corría en contra de las posibilidades blancas: el desgaste continuo de unas piernas que ya llegaron castigadas.

Los efectos los comprobamos en la segunda parte. El Real Madrid acusó el esfuerzo de la primera mitad, como si en el descanso los músculos se hubieran petrificado. Ya no había desajustes entre las líneas, había boquetes, butrones por los que el Chelsea le robó cualquier posibilidad al Madrid.

Con los jugadores de Zidane en tierra de nadie, el segundo tiempo fue aterrador. Una ocasión tras otra, desbaratada por el acierto de Courtois y la falta de tacto de los rematadores. Con el riesgo del segundo, los ataques blancos seguían buscando un ramalazo genial. El escudo obliga mucho, de forma que, incluso con la patente inferioridad, el Madrid se estiraba, si bien su medular, Kroos-Modric, estaba fundida.

Mientras se mantuvo el 1-0 se mantuvo la esperanza, ilusoria, al fin y al cabo.

Como ante el Atlético de Madrid, el Chelsea dominó con amplitud y superioridad la eliminatoria. Un equipo portentoso en lo físico y muy sincronizado en lo táctico. Por aquí camina el fútbol moderno. Y por detrás se mueve el fútbol español. No es la primera vez que se hace hincapié: por más que nos duela, ni siquiera el Real Madrid ha sido capaz de hacer sombra al Chelsea.