El Real Madrid cerró el 2019 como empiezo yo esta página, "en blanco". Cristiano Ronaldo, jugador que dejó su sello en la historia merengue, en pleno éxtasis por la tercera Champion consecutiva del equipo y acariciando el cielo con los dedos, dijo basta. El portugués puso tierra de por medio y tomó las de Villadiego, provincia del Piamonte. Alegó necesitar ambición y el final de un ciclo. Eso y que el nudo de corbata del fisco le apretaba demasiado.

El Real Madrid notó su ausencia en demasía. Ya no se resolvían con gol aquellos milimétricos centros de Marcelo, ni los pases de la muerte de Carvajal. El año 2019 recién estrenada la viudedad blanca, el casillero del equipo solo dejó cien goles en cincuenta y cuatro partidos, la peor marca goleadora de la década. La explicación estaba clara, CR7 marcó 450 goles en 9 temporadas en el club de Concha Espina. Eso es una media de 50 goles por temporada.

El 2020 se presentaba parecido al 2019. Con Eden Hazard y Asensio lesionados casi todo el curso, y sin un estandarte con el que ir al campo de batalla, el club estaba avocado a otro año en blanco, con un Gareth Bale de juguete, Jovic como una pieza de "lego" en el "tetris" y Mariano vestido de portero de discoteca, el equipo parecía no ir a ningún lado.

Cristiano y Zidane durante la celebración de La Decimotercera Reuters

Sin embargo, cuando el respetable menos las tenía consigo, se armó el belén. Karim Benzema y Sergio Ramos tomaron las riendas de un sentimiento que hacía tiempo que no se veía. Escribieron en el vestuario que el undécimo mandamiento sería correr y defender. Si no se van a meter tantos goles como en la gloria de los tres años de Champions solo hay una forma de ganar los partidos: no encajándolos. Quienes conocen al francés y al camero saben que su peso en el vestuario es infinito y mucha culpa de ese estilo e identidad está en ellos.

¿El resultado? Que quizá hoy sea justo decir que el Real Madrid ha ganado la liga de la constancia. Probablemente debamos decir que no solo es suya, también es de Thibaut, trofeo Zamora de la liga española, frente a los superhéroes Ter Stegen y Jan Oblak, ojito al parche. Y por supuesto deberíamos decir que también es la liga de Carvajal, sin sustituto, jugándolo todo, e incansable en cada partido. Y como no, la liga de Toni Kroos, el hombre invisible, capaz de hacer casi siempre un partido perfecto y sin esbozar una sola sonrisa, que conste en acta. Y de Mendy, vilipendiado en momentos por la grada, pero lateral sin estridencias, y de Rafael Varane, y de Luka Modric. Alfiles indispensables de un equipo fuerte, y de dos jóvenes brasileños revolucionarios, que son como un caramelo de "mentos" en una botella de Coca Cola. Y también la liga de un pajarito incansable en el medio del campo. Qué regalo de jugador, Fede Valverde. ¿Y cómo no?, no hay vivienda de lujo sin seguro de vida a todo riesgo, 'multiusos Casemiro', un ancla robusto, capaz de amarrar un barco a la deriva por las olas del calendario.

Seguramente hoy nadie se acuerde de Cristiano, la biblia durante años, de aquel catecismo blanco. Este año, el mayor logro del Real Madrid quizá resida en haber transformado un equipo que jugaba para su estrella, en un puñado de estrellas que juegan en equipo. No sé si otros podrán algún día decir lo mismo.