Corría el año 1965 cuando un grupo de muchachos en servicio militar representó a España para disputar, por primera vez, la copa del Mundial de Selecciones Militares y, dirigidos por el teniente coronel de Aviación, Luis Alfonso Villalaín, la ganaron. Aquel fue nuestro primer Mundial, 45 años antes de que Iniesta nos hiciera vibrar desde Sudáfrica.

La copa, organizada por el Consejo Internacional de Deporte Militar, se jugaba entre las selecciones militares nacionales de aquel entonces. Cuando los pupilos de Villalaín entraron en la competición, ya se jugaba la 14ª edición.

Villalaín, un gran amante del deporte, marido ejemplar y padre y abuelo entrañable, era militar de Aviación desde 1936 y sabía lo que se proponía, pues ya había sido entrenador profesional del Racing y del Murcia, donde obtuvo el título de campeón de España juvenil.

Con el irrisorio salario que cobraran los militares de aquella época, Villalaín, que también era director del aeropuerto de Santander, buscaba otro tipo de actividades que le motivasen y que además, le permitieran obtener una compensación extra. Y fue así como se decidió a guiar a aquella selección de 1964 hasta el 1968. 

"Villalaín ha atendido inmediatamente la solicitud de sus mandos militares para hacerse cargo de la selección y preparación de este equipo militar", describía el diario deportivo Marca en diciembre de 1964, cuando costaba 2 pesetas. Estas líneas sobre el teniente coronel destacaban además la vocación futbolística de quien a los 25 días de aceptar el desafío, preparaba el primer partido de su plantilla contra la temida selección francesa.

"Estoy seguro de la calidad de los convocados", dijo el recién nombrado seleccionador  en declaraciones a Marca tras confirmar quienes serían aquellos jóvenes soldados que jugarían por España.

Yo no había nacido cuando mi abuelo Luis Alfonso dirigió a aquella selección española ni siquiera tuve la suerte de conocerle, pero además de las bonitas palabras de quienes le describen como persona carismática y como apasionado profesional, en lo que se refiere a su éxito como seleccionador nacional, cuento con varios testimonios y con un álbum creado por él mismo con fotos y recortes de periódicos de aquella hazaña. 

"Hablamos con el teniente coronel Villalaín, a quien conocen los aficionados al fútbol […] por su competencia y preparación, conocimientos técnicos y gran pasión por este deporte. […] La competencia de Villalaín está a tono con su arrolladora simpatía, con su extraordinaria cordialidad y con su amplia comprensión. Casi con las palabras de saludo, uno ya se siente amigo de Villalaín", escribía el cronista deportivo del diario Voluntad.

Quintos de Primera

Su logro como seleccionador del equipo castrense nacional de aquel año fue posible, además de sus conocimientos, al gran equipo que formó apoyado por el general Sargadoy. El secreto de aquella selección fue contar también con jugadores profesionales como el gran Ufarte (Atlético), Gallego (Barcelona), Rebellón (Sevilla), Echarri (Valladolid), Osorio (Espanyol), De Felipe (Madrid), Tejada (Madrid), Martínez Jayo (Atlético), Guedes (Las Palmas), Glaría (Atlético), Rogelio (Betis), Oliveros (Sevilla), Fusté (Barcelona), Vidal (Barcelona), Trallero (Atlético), Grosso (Madrid), José María (Oviedo), Rodilla (Espanyol), Martínez (Espanyol), Pintado (Sevilla), Germán (Las Palmas), Poli (Valencia) y Moya (Melilla).

Aquellos jóvenes futbolistas de Primera División se encontraban haciendo la mili y, emocionados, disputaron partido tras partido el Mundial de aquel 1965 "sin primas ni estímulos económicos, pero con coraje y entusiasmo", según apuntaba el entonces joven Rebellón, capitán de la selección y jugador del Sevilla.

Viajaban con los uniformes de sus respectivos ejércitos en aviones militares, más lentos e incómodos que los comerciales, y no eran pocos los problemas que encontraban para poder desplazarse. Eso sí, al no tener que pasar controles aduaneros, los soldados aprovechaban y compraban aquello que a España todavía no llegaba, como televisores a la última.

Jugadores de la selección nacional militar de 1965.

Un inicio precipitado y victorioso

Equipados con camiseta roja, calzón azul y el escudo de los tres Ejércitos bordados en el pecho, los jóvenes soldados llegaban al sevillano campo de Sánchez-Pizjuán para debutar contra Francia, subcampeona de Europa y tres veces ganadora del Mundial, ante 40.000 espectadores y una "reinante expectación en Sevilla y en media España", según juraba la prensa de entonces.

El once militar hispano sufrió un partido de ida muy duro en el que a diez minutos del final, Rogelio consiguió el empate 1-1. "Hemos jugado por debajo de nuestras posibilidades, teníamos que pagar la novatada", reconocía el seleccionador, que ya se encontraba en plena batalla con el nerviosismo que le llevaba a encender y apagar cigarrillos a medias.

Con la esperanza bien alta, los de Villalaín fueron fuertes en una vuelta en la que consiguieron eliminar a los terribles franceses 0-1 en Bourdeos, gracias al "extraordinario comportamiento de los muchachos", relataba Villalaín.

"El equipo español tuvo un comienzo espectacular". "La selección militar española dejó fuera de combate a la de Francia", narraba el francés L’equipe.

Tras entrar en el Mundial eliminando a un campeón internacional, al Portugal de Eusebio y Graça, los hispanos obtuvieron una gran victoria contra Bélgica (5-1) y un empate contra Turquía (1-1). Fue entonces cuando, más fuerte que nunca, la ‘Roja’ se enfrentó a su último adversario, Marruecos

"La estrellas lusitanas perdieron su brillo ante la tenacidad y la fuerza de nuestros soldados".

Viñeta tras la victoria de España contra Francia.

Brillante actuación final

Aquel siete de julio del 65 hacía mucho calor en el gijonés, El Molinón. España se presentaba, en casa y con muchas opciones, ante un once marroquí internacional. Según decía Villalaín, el problema era "tener demasiado donde elegir". "Tenemos cantidad y calidad. Ahora esperamos que la ruleta de la suerte se detenga en nuestros colores", añadía en una de las entrevistas previas a la final.

El emocionante partido, emitido en televisión y narrado por Matías Prats (padre), comenzaba con una España poderosa y muy rápida. Ufarte, Gallego y Fusté fueron las estrellas indiscutibles del encuentro, consiguiendo un marcado 3-0 que otorgó a la Roja su primer título Mundial. ¡Campeones del mundo!

"Al finalizar el encuentro, los jugadores españoles y los marroquíes se fundieron en un abrazo, de júbilo los unos, de felicitación los otros, coreado por las ovaciones y los aplausos del público", narraba Prats

Mi abuelo fue paseado en hombros con alegría y orgullo por haber cumplido su misión. "El público se merecía este triunfo que brindamos a España. En lenguaje castrense 'objetivo cumplido'", aseguraba en declaraciones al diario Información Deportiva.

Portada del diario Marca tras el éxito de España.

Curiosamente, el gran esfuerzo y éxito que consiguieron Villalaín y los suyos fue elogiado con una medalla conmemorativa y un apretón de manos al primero y con un reloj de oro a cada uno de sus ‘muchachos’. 

Durante los siguientes tres años, mi abuelo siguió ejerciendo de seleccionador militar, dirigiendo a jóvenes promesas del balón en sus tiempos de milicianos y llenando la historia de nuestro fútbol triunfos y de curiosas anécdotas. Así fue como el gran jugador madridista, Pirri, en 1977 formó parte de la plantilla de mi abuelo, por quien el joven decidió dejarse bigote tras pasar varios días durmiendo en un hangar militar de Líbano antes de obtener permiso para poder jugar un partido.

Estas líneas pretenden rendir un pequeño homenaje a mi abuelo y a aquellos jugadores que, sin sueldos millonarios ni mayores compensaciones que  la alegría de sus familiares y compatriotas, lucharon por llevar una ilusión a aquella España de los años sesenta en los que no fueron tan reconocidos como merecían. 

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