Conocíamos al aficionado que va al estadio en calidad de cliente, pero no al que acude en condición de jefe financiero. Y lamentablemente la afición del Atleti no está a salvo de ninguna de estas dos especies. Amenazan con anidar al calor de las luces led en un ecosistema, el del Metropolitano, que les es más propicio. Los primeros, ya se sabe, se sienten con derecho a que se les devuelva el dinero de la entrada si no quedan satisfechos. Exigen ceses si su opción de ocio de los domingos no cumple sus expectativas. Da igual que te llames César Ferrando o Diego Pablo Simeone. Se preguntan qué puede hacer por ellos el Atleti, nunca al revés.

Por su parte, el aficionado/empresario mide los éxitos o los fracasos deportivos en índices de renta. Estos jugadores merecen no dejar de creer. Y la calculadora dice que todavía se puede. Pero obligados a una carambola difícil que incluye una sorpresa del Qarabag en Roma, el aficionado/empresario aboga estos días por tirar una más que posible participación en la Europa League. Hay que centrarse en entrar en Champions otra vez el año que viene, no hay plantilla para todo, alegan desde una lógica en la que la Copa del Rey también es prescindible. Les emocionan más los ingresos por un solvente tercer puesto en Liga que la locura de ver a Gabi levantar otra copa al cielo o a Koke clavar la bandera en el corazón mismo del imperio. Para ellos la grandeza se acredita en el presupuesto y no en las vitrinas.

Simeone con la Europa League.

Ganar, ganar y volver a ganar, eso era el fútbol. Aquel día Luis no hablaba de inversores precisamente. Cuando el Cholo proclamaba que el esfuerzo no se negocia, algunos nos lo creímos de verdad hasta el punto de incorporarlo a nuestras propias vidas. Y eso era lo que nos hacía orgullosos de no ser como ellos. Si al capitán ahora la UEFA le parece una mierda, cosa que dudo, que le deje levantarla a Torres. De la espina de el 'Niño' por ganar un título con su Atleti da cuenta aquella bandera en la proa del autobús de los héroes de Viena.

A quien sólo le seduzca estar el 16 de mayo en Lyon por la plaza de Champions en juego es porque ha olvidado lo que fue reengancharse a la historia en Hamburgo desafiando la ira de un volcán islandés. Aquello nos enseñó que un equipo campeón se construye ganando, no cuadrando balances. Devolvió la autoestima a una generación perdida en el descenso que aceptó ser minoría en el recreo como rebelde acto de fe en lo que le transmitían sus mayores. Quienes piden renunciar es porque no vieron llorar como un crío al tío Ernesto en Bucarest, ni conocieron a mi vecino Antonio. Atlético hasta la médula, nació justo después de la Recopa del 62 y se mató con 47 años en un maldito accidente de moto unos meses antes de aquella prórroga contra el Fulham. Se fue sin ver a su equipo ganar un título europeo. Aquí no se tira nada.