Pedro Cifuentes Fernando Ruso

Jesús Tomillero nunca ve partidos de fútbol en casa, pero la estantería que tiene encima del televisor está repleta de recuerdos sobre arbitraje: placas, trofeos, testimonios sobre una carrera que duraba ya diez años. Su smartphone, desde hace unos días, también está desbordado. Tiene más de tres mil invitaciones pendientes de revisar en Facebook. Le han convocado a un acto sobre deporte y discriminación en el Parlamento Europeo. Todos los días le llaman de cadenas punteras para que intervenga en programas de radio y televisión. Ha recibido menciones honoríficas del Rayo Vallecano o el Cádiz y mensajes de apoyo de gente tan dispar como Mariano Rajoy o Paula Vázquez. Iker Casillas (lo que más ilusión le hizo) o Pablo Iglesias le han mostrado públicamente su respaldo en Twitter.

El árbitro gay quiere entrar en política: "El PP es mi familia"

La semana pasada tenía 1.000 seguidores; hoy tiene 6.500. Lo mismo en Instagram y Facebook: su fan page pasó de 1.500 a 7.300 seguidores en unos días. Desde que su caso apareció en este periódico, la historia del chico de 21 años que vive con su novio (David, se quieren casar antes de final de año) y abandonó el fútbol harto de insultos y amenazas ha saltado de la Línea de la Concepción (Cádiz) a toda Europa, Latinoamérica, Estados Unidos o incluso el South China Morning Post.

Sin embargo, Tomillero Benavente (su nombre oficial de árbitro, con ambos apellidos) sólo ha salido de su provincia una vez: fue a Jaén, para representar a Cádiz en unas jornadas de colegiados andaluces. "Pero fue en el día, ida y vuelta", precisa. Esta semana dormirá por primera vez fuera de La Línea: primero en Madrid, (para ir a un conocido programa nocturno) y después en Zamora, donde ha sido invitado a arbitrar en el Primer Encuentro Deportivo contra la Homofobia. Jesús (nacido un 24 de diciembre) enseña los billetes de Renfe desde el móvil como si fueran regalos de Papá Noel: “¡Nunca he ido en tren!”.

En el campo de fútbol Francisco Pozo, al pie del Peñón de Gibraltar, los niños desafían el viento de Poniente y juegan a la pelota mientras sus madres y los bebés miran desde la cafetería. De allí tuvo que escapar Tomillero por la puerta de atrás el sábado 26 de marzo para que no le zurraran por pitar un fuera de juego. Se pasó una hora escuchando “comepollas, te gusta que te partan el culo” (entre otras lindezas) y amenazas de que le iban a partir la cara. Pidió al delegado que llamase a la policía para librarse de la paliza, pero terminó encerrado en el vestuario mientras dos futbolistas y el encargado de material de la Peña Madridista Linenese tiraban piedras a la puerta para demostrar su valentía. Acabó saliendo de allí por una portezuela escondida, llorando. "Yo quería proteger mi integridad física", cuenta hoy. Pero nadie llamó a la policía: "¡Para qué quieres liarla más!". Por si fuese poco, el club le recusó al lunes siguiente ante la Subdelegación de Fútbol de la Línea para que nunca volviese a pitar allí, a un kilómetro de su casa.

"Lo que haga falta para luchar por los gays"

Días después de aquello, Tomillero se convirtió en el primer árbitro español que salía del armario. Puso una denuncia en comisaría, con nombres y apellidos, y decidió contar su historia. Encontró eco en numerosos medios nacionales. Semanas después, concretamente el 7 de mayo, pitó su último partido oficial (por el momento) en el Puerto de Santa María.

Se había convertido en "el maricón de mierda que sale por televisión" y fue objeto de burla permanente por parte de todo el campo. Termino destrozado anímicamente: “No sabes cómo me afectó ver a toda la gente riéndose de mí”. El lunes siguiente presentó su renuncia al Colegio de Árbitros y volvió a hablar con EL ESPAÑOL. El impacto de la noticia en medios internacionales fue insólito y su odisea se viralizó también al otro lado del Atlántico.

Hoy al gaditano le entran mensajes y notificaciones de redes con un ritmo apabullante: se ha convertido en trending topic y media España pudo verle llorar en el programa matinal de La 1. Su acusado sentimentalismo viene compensado con un sentido práctico muy desarrollado y una ética espartana. Está dispuesto a “hacer lo que haga falta e ir a donde sea para luchar” por los gays y contra la homofobia, dirá varias veces durante la tarde. “No aguanto más”.

Tomillero en el barrio lienense de San Bernardo. Fernando Ruso

Actualmente tiene (o tenía) tres trabajos: camarero en una cafetería de 6.30 a 15.00 (de lunes a sábado); arbitro y relaciones públicas en un ‘pub’ los fines de semana. Tomillero dejó el colegio a los 14 años (“a mí siempre me ha gustado trabajar”) y se afilió al PP de La Línea de la Concepción cuando tenía 17. Su pasión por arbitrar (y en general, por participar) sólo se compara con su predilección por las reglas: en un momento de la conversación presumirá, por ejemplo, de que no le han puesto ni una multa en su vida. Su rigor disciplinario sobre el césped le trajo incluso problemas con la Subdelegación de Árbitros de La Línea: "Me decían que sacaba demasiadas tarjetas… Pero yo si tengo que echar a uno lo echo", responde tajantemente.

Este linense de voz atiplada que ama la libertad y los reglamentos, cuya vocación profesional era ser Policía Nacional, no tuvo precisamente una infancia de sitcom. A su padre lo asesinaron cuando tenía tres años. Días después su madre le abandonó en un centro de menores. “Nos dejó a mí y a mi hermano en el Puerto de Santa María (Puerto Real)”, cuenta. Estuvieron ahí “dos o tres meses”, hasta que su abuelo paterno y su tía (que tuvo su tutela hasta la mayoría de edad) fueron a recogerles. “A mí me han dicho que me encontraron en una esquina llorando”.

"Me decían que sacaba demasiadas tarjetas… Pero yo si tengo que echar a uno lo echo"

La peripecia infantil de Tomillero (que no ha vuelto a encontrarse con su madre) sobrecoge. No quiere hablar de la muerte de su padre ni de las circunstancias de su progenitora porque no ha podido corroborar los rumores que ha oído. Pero sí relata con crudeza cómo era su vida con la parentela: “Yo no me llevaba bien con ellos, yo siempre veía diferencia entre mis primos (que para mí son como si fueran mis hermanos) y nosotros dos. Yo no me sentía cómodo. Cuando ellos querían algo, sí se lo compraban... A mí no. Era muy duro, aunque yo no se lo decía. Noche tras noche llorando solo, tapándome, a escondidas. Me sentía como desplazado... Yo quería estar con mis padres, como cualquier niño. Incluso un beso de buenas noches, que yo no lo tenía... Mi tía no lo hacía adrede, era inconsciente, pero yo necesitaba otro cariño. Siempre lo he necesitado”.

Jesús nunca habitó una residencia fija (pasaba de la casa de su tía a la de sus abuelos, “y después a otra, y después a otra”) y ahora tiene limpísimo el apartamento de 50 metros que comparte con David desde septiembre. “Han sido ocho meses de felicidad”, dice orgulloso. Últimamente lo que más hace es mirar el móvil. Enseña, por ejemplo, un vídeo romántico que le hizo a su novio para San Valentín y en el minuto y medio que dura tiene que tocar la pantalla quince o veinte veces para retirar notificaciones invasivas de redes.

Es sábado y debería estar arbitrando, pero la Federación Andaluza de Fútbol sigue sin hacerle la llamada que él exige (por no haberle apoyado antes en sus denuncias de acoso) para regresar a los campos de juego. El bolsón con la ropa y los banderines está en el sofá, esperando que las autoridades deportivas tengan ese detalle con él.

Su equipo es el Barcelona, pero jamás lo ve. Ni ese ni otros partidos. Los culés han ganado la Liga en Granada diez minutos antes del encuentro que tiene lugar en su apartamento de La Línea. Responde sorprendido: ¿"De verdad? Enhorabuena". Tomillero Benavente no es un ejemplo de futbolista frustrado devenido en colegiado. Su ignorancia sobre el fútbol es fascinante. No sólo es que sea "malísimo" y sólo dé “patadas a los demás”. Preguntado por si se da cuenta cuando tiene delante a un futbolista muy bueno o muy malo, responde que enseguida se ve a los sucios o a los protestones. Se sabe el reglamento de memoria, pero no le pregunten por el achique de espacios, la defensa adelantada o la diferencia entre el guardiolismo y el cholismo.

Tomillero Benavente no es un ejemplo de futbolista frustrado devenido en colegiado. Su ignorancia sobre el fútbol es fascinante

¿De dónde la pasión por el arbitraje, entonces? Empezó cuando era un niño, a los once, “por casualidad. Hacía de utillero para el equipo de mi hermano y un día me ofrecieron arbitrar un partido amistoso”. A Jesús tampoco le importaba el fútbol entonces. Su hermano era bueno y jugaba en un equipo. Iba a verlo y quería participar, pero aquello no era lo suyo. “Me quedaba en casa cantado, o jugando, viendo la tele. Yo era de jugar con amigos a muñecas o así, nunca me gustaron los balones”. Dirigir se convirtió en una forma de pertenecer. De ser “aceptado”. “Una forma de librarme de todo y de no pensar en mi casa”.

En su labor arbitral, pues, el fútbol es lo de menos. Le gusta “hacer disfrutar a las personas que lo ven, hacer deporte, correr, dirigir el partido e incluso ver que los niños disfrutan como yo […] Enseñar las reglas del juego a los jugadores, que las desconocen muchas veces, incluso en los cuerpos técnicos. Soy un juez y hago que se cumplan las reglas: me fijo hasta en si sacan mal de banda".

Sabe que tiene fama de estricto, pero defiende su postura: “No tengo que casarme con nadie, igual que nadie se casa conmigo… Yo tengo que pasar las pruebas físicas o teóricas sin ayuda, ¿no?”. Jamás ve partidos por la tele. “¿Para qué? Sólo me interesa lo que hace el árbitro. No sé la explicación, pero veo un partido en la tele y digo ‘qué aburrimiento’. Lo que me gustaría es estar pitándolo. Verlos es perder el tiempo...”.

Tomillero arbitra (arbitraba) cinco o seis partidos el fin de semana; cobraba entre 6 y 45 euros por encuentro, según la edad de los jugadores. Ahora le faltan esos “sábados de locura, yendo de un partido a otro, viajando a Cádiz o a San Fernando”. Abandonar el silbato le ha generado un síndrome de abstinencia. “Es duro no poder hacer lo que uno ama o siente”, insiste; “esta mañana se me saltaban las lágrimas en casa con los brazos cruzados. Es muy doloroso que una persona homosexual tenga que quedarse fuera. O que esconderse… ¿Por qué? Lo de Casillas, de verdad, me ha dado mucha fuerza”.

Tomillero en el campo Francisco Pozo, en la Línea de la Concepción Fernando Ruso

Jesús completó estudios hasta tercero de secundaria y después se puso a trabajar en ferias, fregando platos en bares... (Algo ilegal en España, por cierto, hasta que se cumplen 16). Nadie le obligó, dice. Fue cosa suya: "Soy malo para estudiar". Su libro favorito, de hecho, es Lo que me sale del bolo, de Mercedes Milá. Sus hobbies también son sencillos: cenar en un buffet chino que le apasiona, cantar en un karaoke con David, andar hasta Gibraltar para patinar sobre hielo, salir a correr (unos 14 kilómetros, tres veces por semana).

Tomillero Benavente no sólo arbitra sin que le guste el fútbol. Aborrece las discotecas (“una pérdida de tiempo”), y no obstante trabaja en un pub del centro, como relaciones públicas, los sábados de once a cinco de la mañana. No bebe ni fuma; su único vicio parece ser la Coca Cola. Está meditando dejar el pub porque a su novio no le gusta que trabaje en la noche, pero el cambio que se avecina en su vida incluye también abandonar la cafetería si quiere, como asegura, "seguir defendiendo la homosexualidad".

Meterse en política

El PP de La Línea ha sido “una familia” para Tomillero desde que se afilió a la formación política en 2011. Su tía era concejal y él se metió, de nuevo, por un sentimiento de pertenencia. "Cuando lo he pasado mal me han ayudado mucho”, dice el exárbitro, que por ejemplo recaló en casas de compañeros cuando le echaron de su casa por discrepancias sobre su vida privada. Ahora quiere meterse en la política.

El escarnio sufrido durante los últimos meses y el asombro ante el impacto que ha tenido su denuncia en la opinión pública le han cargado de combustible. Ha iniciado una petición en Change.org para que el Parlamento Andaluz apruebe una ley específica en contra de la homofobia en el deporte. Quiere ser Concejal de Deportes de su localidad, apunta, para impulsar "una ley que obligue a abandonar las instalaciones a cualquier que insulte, con ayuda de la policía".

Tomillero ha pillado carril: su objetivo, repite, es defender a los gays. “Si puedo ayudar a otros, ayudo, igual que me ayudan a mí". En la última semana ha recorrido bastante camino: le han apoyado o se han puesto en contacto con él desde Mariano Rajoy a Juan Manuel Moreno (presidente del PP andaluz), pasando por eurodiputados de su partido o el teniente de alcalde de su villa. Y Pablo Iglesias, cuyo menaje de solidaridad con él tuvo casi mil retuits.

Quiere ser Concejal de Deportes para impulsar "una ley que obligue a abandonar las instalaciones a cualquier que insulte"

“La única televisión donde no he salido desde que apareció el artículo es Antena 3”, dice con aparente normalidad mientras busca un álbum de fotos que le regaló a su pareja por San Valentín. Su ejemplo ha servido de inspiración a mucha gente: “Me han llegado a escribir personas de 56 años con cáncer”, cuenta, “que querían consejos sobre cómo contárselo a su familia… Gente que había pensado incluso en suicidarse, de fuera de España”.

Él dice que siempre fue conocido por su solidaridad en La Línea. "Yo con tener para vivir me basta”, explicará después; “mi casa es sencilla, el portátil es de mi pareja, siempre he querido uno y nunca lo he tenido”. Antes fundamentalmente buscaba cosas para dar a gente menesterosa. Ahora, promete, va a hacer “absolutamente todo lo que haga falta para ayudar a las personas que tienen miedo: ir a programas si el dinero puede ayudar a una asociación, por ejemplo…”.

Entre el arbitraje, las relaciones públicas, la política y su afán por ayudar, Tomillero es muy conocido en su ciudad de 63.000 habitantes. "Al que le haga algo, saco una recortada y le abro un boquete en el pecho", exclama un vecino de San Bernardo, el barrio de sus abuelos, una zona calificada de “vulnerable” donde ha vivido años. El vecino está sentado en el escalón de su casa, rodeado de jóvenes, alguna moto y niños que corretean. “Aquí no hay campos para que jueguen, no hay ninguno, a ver si lo sacáis también”, sugiere antes de suavizar el gesto y sonreír: “No hay nada… ¿Qué vamos a hacer aquí...? Pues fumar porros", dice con uno de hachís en la mano. Marruecos está a un cuarto de hora en lancha.

Tomillero rechaza ese ambiente y cuenta que no le ha dado nunca una calada a un porro. Cuando conoció a David, hace un año, le imponían estar de vuelta en casa a las ocho de la tarde. Tenía ya 20 años y empezó a incumplir la norma. Le acabaron echando de allí por el romance (“y por ser del PP”, añade: su tía es del PSOE). La concejala de Festejos de la localidad le alojó durante cuatro meses. “Gracias a ellos, que son como mi familia, pude hacer realidad mi sueño de independizarme”. Para ello, algunos fines de semana no dormía: empalmaba el trabajo nocturno con la cafetería o el arbitraje a golpe de cocacolas.

"Al que le haga algo, saco una recortada y le abro un boquete en el pecho", exclama un vecino de San Bernardo

La primera vez que le insultaron, cuando ante niños de ocho años el delegado de Atlético Zabal entró en el campo a amenazarle, no había dormido ni un minuto. "Mira el maricón ese, le gusta comer pollas", empezó a decirle a los padres el individuo cuando fue expulsado. Así durante 50 minutos. Se fue a casa “humillado", y de hecho acudió a la comisaría, pero compañeros de la federación le disuadieron de poner una denuncia. “No lo hagas, me decían: te puede perjudicar y no va a llegar a ningún lado”.

Algunos de los que se habían burlado de él eran ‘amigos’ suyos en Facebook. “Eso es lo más lamentable”, dice con rabia. “Me insultan y después pretenden saludarme”. (Esto sucedió en febrero. Su actitud ha cambiado: a finales de mayo se celebrará una vista en Sevilla por sus denuncias sobre los recientes insultos, en marzo y mayo, que la Fiscalía Superior de Andalucía evalúa tipificar como “delitos de odio”).

Tomillero siempre esperó una explicación sobre la desaparición de su madre, que nunca llegó. Y de repente, el año pasado, ella reapareció en Facebook. “Le dije que le perdonaba si venía a verme o a hablarme, que para mí es mi madre, aunque no haya estado”. Quiso incluso ir a un programa televisivo de reagrupaciones familiares, pero no fue apoyado por su familia. Se enteró de que tiene un hermano de dos años. Y entonces “un día que hablamos por teléfono debió de entrar su marido [se ha casado] y preguntó que con quién hablaba”, se sincera ahora. “Contestó que con un primo. Ahí me cayeron dos lágrimas: ‘plis’... Colgué el teléfono y hasta el día de hoy”.

Ha pasado un año desde esa conversación y algo queda aún de aquella inocencia. Las notificaciones le entran sin parar al móvil; a veces lee en alto el origen de los mensajes: “México, Brasil, Perú, Argentina…”. Cae la tarde en el campo Francisco Pozo y un adolescente que se incorpora al partidillo le dice: "Pisha, tú eres el que saliste en la tele". Los niños paran la pelota por un instante y aplauden. Tomillero Benavente había llorado por la mañana porque no podía arbitrar, pero termina el día contento y tiene tiempo para cenar en el buffet chino antes de irse a trabajar. Al día siguiente contará que “metió muchísima gente en el pub”. “No veas qué alegría; todo el mundo venía a hablarme y me felicitaba”.

El sueño de Jesús Tomillero Benavente era ser Policía Nacional. Fernando Ruso