“Las victorias son como las drogas, uno siempre quiere más”, decía Arrigo Sacchi. El problema, obviamente, es que el cuerpo se acostumbra a ellas y, salvo sobredosis -o triplete-, el efecto deja de ser satisfactorio. Así ocurre de un tiempo a esta parte en el Bayern, rutinario campeón de la Bundesliga por cuarta temporada consecutiva (récord absoluto para la entidad). De nuevo, con números de escándalo: 27 victorias, cuatro empates y dos derrotas; 77 goles a favor y 16 en contra. Y manteniendo a su único rival, el Dortmund, a una distancia considerable durante toda la temporada sin que, en ningún momento, el Borussia fuera una amenaza real para los intereses del club bávaro. Pero, y esa es la cruz de Guardiola, eso no es suficiente en Múnich últimamente. 

Ante este escenario, la última victoria, contra el Ingolstadt (1-2, con un doblete de Lewandowski y un gol de Hartmann para los locales), apenas si pasó por ser una anécdota más de una temporada -en términos generales- aburrida. El Bayern, una vez más, se proclamó campeón de la Bundesliga (la número 25 en la historia del club). Pero lo hizo sin llegar al orgasmo, dolido por la eliminación contra el Atlético de Madrid del pasado martes. Contento por lo conseguido, orgulloso por repetir, pero no en plenitud. Incapaz de disfrutar del momento –al menos, de puertas para dentro–. Como si hubiera sido invitado a una fiesta después de acudir a un funeral. O como si le hubieran obligado a sustituir a una novia preciosa –la Champions– por otra más simpática o convencional –la liga–.

Guardiola es consciente de ello. Sabe que se irá en un par de semanas de Múnich sin haber conseguido su objetivo, conquistar a la femme fatale de Europa, esa que le ha hecho la vida imposible durante sus tres temporadas, pero con un buen puñado de trofeos en su maleta: una Supercopa de Europa, un Mundialito de clubes, una Copa de Alemania y tres títulos de Bundesliga, igualando a tres leyendas de la competición: Otto Rehhagel, que lo hizo con Werder Bremen y Kaiserlautern (88, 93 y 98); Felix Magath, campeón con Bayern y Wolfsburgo (2005, 2006 y 2009); y Jupp Heynckes, que hizo lo propio también con el conjunto bávaro (89, 90 y 2013).

El técnico español, por tanto, ha conseguido mantener el nivel en Alemania, pero no ha podido hacer lo propio en Europa. El Bayern, antes de que Guardiola llegara, venía de disputar tres finales de Champions League: contra el Inter (2009/10, donde cayó por 0-2); contra el Chelsea (2011/12, donde volvió a ser derrotado en la tanda de penaltis); y ante el Dortmund (2012/13, con victoria 1-2). Y para más inri, también había conseguido doblegar en semifinales a Real Madrid (un total de 3-3 en la 2011/12) y Barcelona (un total de 0-7 en la 2012/13).

Sin embargo, esa superioridad europea de antaño se ha tornado en un imposible para Guardiola. Nadie pone en cuestión su empeño, su dedicación o su entrega al club. Ni siquiera es necesario entrar a valorar si ha sido un fracaso o no –eso que lo juzgue cada cual–. Pero lo cierto es que sus tres varapalos consecutivos en las semifinales de Champions ante equipos españoles (Madrid, Barça y Atlético) dejan un regusto amargo en la afición bávara. De alguna forma, cuantitativamente, dejan patente que el legado que recibió de su antecesor, Heynckes (triplete mediante), es mejor que el que él dejará a su sucesor. De ahí sus palabras tras la derrota ante el Atlético. “Espero que Ancelotti sea capaz de dar el salto de calidad que yo no he conseguido”, rezó. Una frase tan envenenada como peligrosa –no es necesario explicar las razones–.

Los jugadores del Bayern celebran el gol de Lewandowski este sábado. Michaela Rehle Reuters

BUNDESLIGA: OBJETIVO CONSEGUIDO A MEDIAS

Dejando a un lado la Champions, la Bundesliga y el Bayern han conseguido a medias el objetivo que se fijaron con la llegada de Guardiola: amplificar la repercusión internacional de la competición a nivel de medios. Y, de esta forma, aumentar el nivel de sus equipos, ganar más por la venta de los derechos de televisión y, en definitiva, recortar distancias respecto a la Premier League y la Liga. Pero, ¿por qué a medias? Toca explicarlo.

La idea de todos, con el fichaje del técnico español, era reproducir –quizás de una forma más ligera– el duopolio Mou-Pep y Barça-Madrid. Sin embargo, el efecto Bayern-Borussia (Der Klassiker, el Clásico) y el Guardiola–Klopp duró tan solo la primera temporada. Y ni siquiera, pues los bávaros ganaron la Bundesliga sobrados, sin oposición casi de su máximo rival. Y así comenzó a ir todo de más a menos. Durante el segundo curso, el adiós de Jürgen y coqueteo del Dortmund con el descenso mitigó el efecto tras las Navidades. Y esta temporada, definitivamente, la atención de los medios ha sido menor. Una de las razones, precisamente, por las que Pep ha decidido fichar por el Manchester City.

Con todos estos factores, Guardiola apura sus días en Múnich sumando otra Bundesliga, su tercera consecutiva desde que llegó, y con la posibilidad de ganar la Copa el próximo 21 de mayo frente al Borussia Dortmund. Pero, sin duda, se irá del Bayern con una cuenta pendiente: haber ganado la Champions. Eso es imposible que se le vaya de la cabeza a él y a la afición. Porque la Bundesliga, en otro tiempo valorada, se ha convertido en una droga que ya no pone. Y la cerveza ha olvidado aquel sabor a triunfo continental y últimamente ha cogido un regusto amargo. La sobredosis, en cualquier caso, correrá a cargo de Ancelotti. Guardiola ya no lo podrá hacer. Pudo renovar con el Bayern y no quiso. Ahora sólo le quedará quitarse la espina en el City.

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