Resulta difícil poner adjetivos a Messi. Primero, porque todos los que sean positivos ya se han dicho. Segundo, porque es una obviedad. Pero el argentino sigue y sigue, como si no llevara diez años jugando y triunfando. Cada partido es un reto nuevo, un empezar de cero y un continuo dominio sobre el rival.

Ante el Arsenal (0-2) volvió a aparecer cuando su equipo más lo necesitó. Y eso que no completó un partido excelso, de esos que tanto ha hecho y pasan a la historia. Al contrario, estuvo correcto, sin más, acompañado por un serio Barça que no dejó grandes alardes pero que volvió a demostrar que entiende a la perfección lo que es el fútbol. Ganar, ganar y volver a ganar, como diría Luis Aragonés. 

El adjetivo que decíamos para ponerle a Messi en el Emirates es... decisivo. Así lo fue. Tras una primera parte igualada, con poco fútbol y mucho temor, en la que el Arsenal supo controlar al Barça, Messi decantó un partido que estaba siendo soporífero, con dos esquemas futbolísticos similares que en vez de brindar buen fútbol, proporcionaron un atasco que dejaban minutos aburridos donde ningún equipo aportaba nada diferente. Con un Barça con el 70% de posesión, los de Luis Enrique estaban cómodos, pero el Arsenal les creaba peligro (sin ser atosigante) cuando llegaban al área de Ter Stegen.

El alemán sacó dos manos que, con el 0-2, pueden quedar en el olvido, pero que merecen ser remarcadas. La primera fue una respuesta a un cabezazo de Giroud, con un balón pegado al palo de los que tienen mucho mérito en parar. La segunda fue al siempre peligroso Ramsey (no por el campo, sino por lo que conllevan sus goles). También la atajó. Paradas que dan puntos, en este caso eliminatorias.

Con esa seguridad bajo palos, y con el partido más serio de la defensa culé en tiempo, el Barça se aseguró que del Emirates saldría imbatido. Eso era ya una alfombra que ayudaría a lanzarse a por el gol. De forma tímida fue acercándose, siempre en las botas del tridente. Primero Suárez y después Messi avisaron. Los ataques eran tímidos, sin apenas peligro, pero iban minando a una defensa inglesa que dejó mucho que desear.

Y así llegó el primer gol del Barça, a falta de 20 minutos. Una contra que empezó en el propio área culé, con un despeje de Iniesta que se convirtió en el inicio de un contraataque medido, como si estuviera ensayado cada día en los entrenamientos. Cuando cogió el balón Neymar, aun en su campo, ya se veía lo que acabó siendo. El brasileño se la dejó para Suárez y éste se la devolvió. En dos toques, el Barça estaba ya casi en la frontal del área. Neymar, al que se le podrá acusar de muchas cosas pero no de egoista, vio a Messi que venía por su derecha. Un sencillo toque y toda la defensa vendida. Al argentino solo le quedaba Cech y, para su suerte, el checo se resbaló. 0-1.

Wenger no tuvo capacidad de reacción. Quitó a Giroud para sacar a Welbeck, en un cambio que ya tenía preparado antes del gol. El tanto le dio igual y no cambió planes. Su otra alternativa fue sacar a Flamini. Y el francés no pudo ser más decisivo. En su primera jugada, en el primer minuto que llevaba en el campo, penalti clamoroso. Atropelló a Messi llegando tarde a un balón. Lógicamente, 'la Pulga' no falló. El argentino no había marcado nunca a Cech y en diez minutos ya le había hecho dos.

Al Arsenal no le quedó otra cosa que rendirse. Más que por juego, por impotencia. No había hecho mal partido, había parado al que desde la misma Inglaterra se había vendido como insuperable, pero dos fallos defensivos le mataron. Se conformó con el 0-2 (Cech, con un paradón, salvó el 0-3), esperando que en el Camp Nou, dentro de tres semanas, aparezca un milagro en el que ni ellos mismos creerán.

Fue la ley del más fuerte. El Barça sacó sus galones y su cartel de favorito y de equipo grande y el Arsenal, de Wenger, volvió a cometer los mismos errores para estrellarse, por sexta vez consecutiva, en los octavos de Champions. Salvo el milagro que mencionábamos en Barcelona, este equipo va a igualar al Madrid de no hace muchos años: seis temporadas consecutivas cayendo en octavos.

No mereció tan mal resultado el equipo inglés, que deberá centrarse en la Premier para arreglar su temporada. Pero la justicia, en el fútbol, la dan los goles, y ahora mismo el juez es Messi. Él castiga sin piedad cómo y cuando quiere.

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