Con una sonrisa en la boca de oreja a oreja apareció Enric Mas el pasado jueves en la presentación del Tour de Francia que tuvo lugar en Bilbao. De un tiempo a esta parte, el mallorquín parece saber gestionar mejor sus apariciones públicas y trató de meterse a la afición en el bolsillo desde el primer momento, tanto con ese gesto como con sus declaraciones.
Enric es alguien que, con sus palabras, se suele mostrar ambicioso. Después las piernas le ponen más adelante o más atrás en las competiciones, pero sus afirmaciones tienen altas miras. No iba a ser menos en la previa del Tour cuando formuló unas declaraciones que, vistas en perspectiva muy pocas horas después, son casi desoladoras: "Esperamos estar en una buena posición en París, en el podio".
El mallorquín no estará ni en París, ni mucho menos entre los tres primeros de este Tour de Francia. De hecho, ni siquiera tomará la salida en la segunda etapa de la ronda gala después de sufrir una dura caída en la jornada inaugural que le hizo marcharse directamente para casa sin tener opción a dar ni siquiera un poco de guerra.
Su cara lo decía todo. En ella se reflejaba el dolor que se desprendía de la caída, pero sobre todo una desolación que iba por dentro. Las emociones que le recorrían el cuerpo en ese momento tan sólo las sabe él, pero no estarán muy lejos de una impotencia gigantesca y de una tremenda rabia por ver cómo se le escapa su gran objetivo del año sin poder decir que lo ha llegado a pelear.
El fantasma de las caídas
Enric Mas ha tenido en los últimos tiempos una relación un tanto especial con las caídas. El ciclismo es un deporte expuesto a este tipo de riesgos, y los corredores deben lidiar con una posibilidad que siempre está ahí, la de irse al suelo y hacerse daño en el momento que menos lo esperan.
Sin embargo, en el caso del mallorquín la historia se repite porque, aunque no sea de la misma manera, las caídas son las culpables de dos actuaciones para olvidar en dos ediciones consecutivas del Tour de Francia.
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El año pasado Enric se presentó en la Grande Boucle con ánimos de dar guerra y de plantarse, por fin, en el podio de París por primera vez en su trayectoria. La carrera, sin embargo, le fue poniendo lejos del alcance de su objetivo y no solo por distanciarse de Vingegaard y Pogacar, los dos grandes protagonistas, sino porque le costó mantenerse incluso en el top10.
Las dudas sobre él, un corredor tan discutido en algunos sectores de la afición española, se dispararon sin que nadie supiera muy bien qué le sucedía exactamente. Sin embargo, las dudas se esclarecieron en el tramo final, en aquellas etapas más duras que no sólo exigían cuesta arriba sino que también endurecían la carrera yendo hacia abajo.
Ahí, en los descensos, Enric demostró serios problemas ya no para mantener el ritmo de los mejores, sino para sostenerse a duras penas sobre la bicicleta en cada curva. Quedó claro que había una falta de confianza tremenda y que le había cogido pavor a los descensos.
Él mismo reconoció su gran problema: "Desde la caída de Dauphiné tengo un miedo interno que me cuesta superar, y lo he arrastrado durante todo el Tour. He tenido tres caídas seguidas este año, así que mi situación se debe a eso", comentó. Aquello fue tan sólo el primer paso para lo que estaba por llegar después. El mallorquín protagonizó un cambio radical que le hizo brillar en La Vuelta y en las carreras del cierre de temporada.
Parecía, por lo tanto, que la cabeza de Enric se había despejado por completo en ese sentido. Llegaba sin haber hecho un arranque de año sobresaliente, es cierto, pero con la ilusión intacta a este Tour. No se escondía, quería estar en el podio, pero todo se truncó en la primera etapa. De nuevo el fantasma de las caídas se volvió a adueñar de él y esta vez a lo grande.
Se fue al suelo en una curva de izquierdas que hizo recta y se fracturó la escápula. Enseguida supo que no iba a poder seguir, así que otra vez las caídas se volvían a interponer en su camino. Un golpe durísimo, mucho más en el plano anímico que en físico.
Movistar, sin plan B
Enric Mas era el líder indiscutible de Movistar Team para este Tour de Francia. Si en pasadas ediciones, gracias a su plantilla, se habían podido permitir el lujo de ir con dos o incluso tres posibles líderes a la carrera, en esta ocasión todo se había fiado a la figura del mallorquín.
Eusebio Unzué había confeccionado un equipo a disposición del balear para llevarle protegido en carrera, pero ahora todo se ha ido al traste. Ruben Guerreiro, Aranburu, Gorka Izagirre, Matteo Jorgenson, Mühlberger, Nelson Oliveira y Antonio Pedrero han visto cómo, a las primeras de cambio, sus planes tendrán que pasar a ser otros inmediatamente.
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Ahora Movistar Team se olvidará por completo de la clasificación general. De hecho, el único que consiguió aguantar el tirón en la primera etapa fue Alex Aranburu, que entró a 43 segundos del ganador, y el siguiente ya fue Matteo Jorgenson a casi 3 minutos, una distancia sideral para tratarse del primer día.
La nueva estrategia debe pasar, inexcusablemente, por la búsqueda de triunfos de etapa. Hay motivos para pensar que todavía el equipo español puede hacer un buen papel en el Tour de Francia pese a la ausencia de Enric Mas, porque materia prima para intentar alguna victoria parcial la tiene.
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Ruben Guerreiro, uno de los fichajes de este año, es todo un cazador y hay muchos días por delante que le vienen como anillo al dedo. Parece la principal baza, pero no será la única porque Jorgenson, Mühlberger o incluso Aranburu serán ases bajo la manga que podrá jugar el conjunto español durante muchos días.
Este no era, ni mucho menos, el escenario que se imaginaba Movistar, que lo había fiado prácticamente todo a la presencia de Enric Mas, pero queda muchísima carrera por delante y al equipo telefónico no le queda otra que cambiar su hoja de ruta en este Tour de Francia.