En ocasiones, por increíble que parezca, la acción inicial de un partido es capaz de definirlo por completo. Ocurrió este viernes con la primera canasta del Real Madrid ante el Barça. Sobre todo, por la identidad del anotador: Jeff Taylor, quien fuera objeto de esa falta que trascendió en los últimos segundos del Clásico de la final de Copa. Esos dos puntos fueron toda una declaración de intenciones al respecto de la venganza que iban a cobrarse los blancos. En casa del eterno rival, el Palau Blaugrana, y con una contundencia capaz de borrar del mapa cualquier mal sueño que quedase vigente tras perder el duelo por el título copero [Narración y estadísticas: 74-101].

Los hombres de Pablo Laso eran plenamente conscientes de que los playoffs de la Euroliga y obtener la ventaja de campo en ellos estaban en juego (llegan Fenerbahçe y Panathinaikos próximamente). Así lo ejemplificó el auténtico ciclón que provocaron en la Ciudad Condal desde el minuto uno de partido. La resolución del juego interior resultó fundamental para el Madrid. Las cosas iban a ser diferentes en esta ocasión. Ya se encargó de evidenciarlo Anthony Randolph con el mejor partido que se le recuerda desde que volvió de su lesión.

Parece que el norteamericano se crece cuando juega en el pabellón del Barça. Otra vez, como la temporada pasada, llevó por la calle de la amargura al rival. Y, con él, toda la pintura madridista. Porque Tavares, por momentos, se puso el disfraz de 'Gigante Verde'. Porque Ayón, en su segundo encuentro después de cuatro meses de lesión, dejó motivos para el optimismo (y mucho). Porque Felipe Reyes reivindicó por enésima vez su eterna juventud. Porque, en definitiva, el Madrid marcó las diferencias por dentro. También en el rebote (ofensivo y defensivo). Y ahí estuvo medio partido.

El otro 50% del triunfo blanco correspondió a otros dos jugadores temibles cuando tienen el día: Facundo Campazzo y Jaycee Carroll. La magia del primero hizo desaparecer las ilusiones locales. Cuando menos se lo esperaban Pesic y sus hombres, daba un pase de videojuego. Cuando el Barça intentaba cambiar el signo torcido del duelo, no perdonaba desde el triple. El arma letal, siempre, de Carroll. Si ya brilló en la final de Copa, no se quedó atrás en el duelo europeo. Las 'bombas' sobraron.

Además, la defensa del Madrid se mostró inexpugnable en todo momento. Comandada por Taylor, que ya dejó pistas de la buena noche que tenía por delante con esa primera canasta tan sintomática. Y no hizo falta que Luka Doncic, muy discreto, hiciese acto de presencia en Barcelona. Sus compañeros se bastaron y sobraron. Desde el 0-9 inicial, sin perder la compostura ni cuando el Barça impidió, en un primer momento, que los 20 o más puntos de máxima se superasen.

Ya habría tiempo para eso en la segunda parte. Incluso para rebasar el +30, con el recuerdo del encuentro continental de la campaña pasada muy vivo en el imaginario. Para entonces, la conexión francesa entre Heurtel y Moerman se había apagado. Más allá de la entrega de Navarro y los triples con sabor a maquillaje, la nada. Se notaron las tres bajas de peso en las filas azulgranas: Ribas, Oriola y Sanders.

Quedaron retratados, en lo negativo, Pressey y Jackson. A Tomic le faltaron brazos para competir con las torres del Madrid bajo el aro. Y, por consiguiente, el efecto Pesic se diluyó por primera vez en cinco partidos. Pero con qué dolor: adiós definitivo a Europa y repaso inmisericorde de los blancos. El pasillo, por desgracia para sus intereses, lo puso el Barça.

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