Estambul (enviado especial)

Puede que el Real Madrid se haya visto en pocas parecidas a lo largo de su historia: un pabellón, lleno a rebosar, completamente en su contra. Que le sucedió más veces, sí, pero quizá nunca con tanta rotundidad. Véase: los pitos más ensordecedores que usted se pueda imaginar, las camisetas amarillas chillonas como vestimenta por antonomasia y unos cánticos que destilaban el alma de toda Estambul. El Fenerbahçe tenía todas las de ganar, con una ocasión pintiparada para sus intereses, y no dejó pasar el tren. Su tren, aunque todavía tendrá que coger uno aún más importante, el de la victoria europea, este domingo ante el Olympiacos [Narración y estadísticas: 84-75].

Lo decíamos hace unas horas. Reiteramos: la marea turca es la dueña y señora de esta Final Four. Son sus componentes, y de forma muy destacada, quienes marcan el rumbo de las cosas en el Sinan Erdem Dome. Todo empezó mal para el Madrid y siguió peor a lo largo de todo el partido. Apenas Llull, Carroll y Randolph, a ratos y salvando un susto en forma de lesión, aguantaron el tipo. ¿Un castigo demasiado injusto para el campeón de la liga regular de la Euroliga? Posiblemente sí. Y que todavía provocó mucho más dolor, hasta el recrudecimiento, en el caso de Luka Doncic, hastiado durante los 40 minutos de juego. Impotente ante la contundencia turca, como el resto de sus compañeros.

El poderío interior de Vesely y sobre todo Udoh, otra vez castigador ante el Madrid, hizo añicos la moral visitante. También las rachas de Bogdanovic, despedido a grito de MVP. Y qué decir de los buenos ratos de Dixon, Kalinic y Sloukas. Por mucho que el Real Madrid intentase creer a base de triples y de (mucha, demasiada) Llulldependencia, sus arreones siempre fueron estériles. El camino se hizo tan cuesta arriba desde el principio que Obradovic y sus huestes, aunque humanos y con tropiezos, acabaron saliendo airosos de todos los entuertos.

No así el Madrid, engullido sin remedio por un infierno turco que probablemente le hizo despedirse del posible título continental ya en los primeros compases. La intensidad defensiva que faltó nada más arrancar el duelo y las pérdidas de balón que tantos quebraderos de cabeza provocaron fueron capitales para la rendición. No faltó lucha, es cierto, pero la sensación general fue que los locales no soltaron la victoria en prácticamente ningún momento.

Por momentos, se echó en falta la decisión y valentía que sí pudo mostrar el Olympiacos en la primera semifinal. ¿Qué hubiese pasado con Andrés Nocioni en nómina (fue el descarte de Laso)? Posiblemente lo mismo, aunque puede que hubiese habido más ambición de por medio. Para su desgracia, el Madrid perdió la batalla contra los elementos externos e internos que jugaban en su contra desde el minuto uno. Es decir, la guerra. Demasiados debes y tan pocos haberes sólo podían significar una cosa: la derrota.

Y el corazón del Madrid quedó realmente dolorido. Porque el Fenerbahçe se gustó, reivindicándose como el dolor de muelas más desagradable para Laso y compañía en los últimos tiempos. Con cada mate con saña, rebote ofensivo con sabor a canasta y tiro imposible que besó la red, los visitantes fueron empequeñeciéndose más y más. Hasta acabar rendidos. Tan abrupto fue el imposible. Hubo un equipo mejor desde el inicio y, para vanagloria de una afición otomana que volvió a mutar en César absoluto de la situación, justicia.