“Es un killer”. Qué definición tan simple la de Othello Hunter sobre su compañero Sergio Llull. Sobre todo al tener en cuenta las dificultades hechas nimiedades que sigue brindándonos el menorquín, empeñado en subir un peldaño más en la escala de lo increíble. Meter 19 puntos en un único cuarto, con un 5/6 en triples, está al alcance de unos pocos elegidos. Pero el '23' del Real Madrid es uno de ellos. Tan escandalosa fue su exhibición en el primer cuarto ante el Darussafaka que el juego, set y partido de los blancos, ya clasificados para cuartos de final de la Euroliga, empezó a amarrarse entonces [Narración y estadísticas: 101-83].

Cuando los turcos quisieron entrar en el partido (Wanamaker, Anderson y Zizic fueron de lo poco potable en sus filas), ya era demasiado tarde. Y eso que intentaron engancharse al duelo a base de triples casi finiquitado el tercer cuarto, con el consiguiente enfado de Laso con los suyos. Ni por esas. Con Hunter recuperando sus mejores sensaciones y Randolph apareciendo en los momentos clave, llegó la novena victoria europea consecutiva de los blancos. Todo terminó, cómo no, de la mano de Llull: pase de ensueño para el norteamericano y alley-oop de los que hacen afición.

Porque, sí, 'El Increíble' también aseguró el triunfo local a base de dirección de juego. Son las dos caras del jugador franquicia de este Madrid: la de aniquilador y la de creador. Llull podría haber ido a por el récord de mayor número de triples anotados en un partido de la Euroliga, con 10. Sin embargo, su balanza se decantó hacia el colectivo. Prefirió involucrar a otros en el festín antes que dárselo él solo. Enésima muestra del liderazgo generoso que promulga el de Mahón.

Aunque, si atendemos a la verdad, el triunfo blanco se abonó en demasía a los réditos de los 10 primeros minutos en algunos momentos. A David Blatt hay que dejarle pocos caramelos golosos delante de sus narices, porque se los come. Sus chicos acabaron mejorando el pobre rendimiento defensivo de los compases iniciales. Poco a poco, incluso con un empate a 23 en el segundo parcial, aparecieron más y mejor. Hasta amenazar con dar un susto al líder continental, por mucho que éste no se consumase, a horas poco agradecidas ya con los incordios.

Fue el toque de atención necesario para volver a despertar el hambre del Madrid. Thompkins y Carroll dieron un paso al frente, Rudy mostró sus interesantes habilidades para el pase (y el rebote, cómo no) y hasta Doncic surgió a última hora. Con eso bastó para cerrar un encuentro en el que el Madrid demostró bastante solidez.

Por mucho que sus hombres bajasen el pistón en varias fases comprometidas y le viesen las orejas al lobo (hasta con una antideportiva de Llull en los dos últimos minutos), prevaleció el aguante ante el peligro. Fue lo que coronó al conjunto madridista en la Copa de Vitoria y, por mucha 'Llulldependencia' sana que se tercie (triple sobre la bocina para rematar la faena), también ante el Darussafaka.