Millán Cámara Carlos Bernabé

Hay oportunidades, también en una final de baloncesto, que sólo pasan una vez en la vida. Trenes que no se pueden dejar escapar. Si los coges, ganas. Si no, pierdes. Es así de sencillo. O, al menos, el Real Madrid hizo fácil aquello de poner todas las cartas sobre la mesa en el tercer cuarto de este viernes. Tras encajar más puntos que nunca en el período inicial de una final de la ACB e incluso volver a tontear con la apatía, los blancos resurgieron. Para empezar, prepararon el terreno en el segundo acto. Después del descanso, abrieron fuego a discreción. Esta vez, no hubo respuesta del Baskonia. El 1-1 quedó consumado con un demoledor 31-13 de parcial [Narración y estadísticas: 98-91].

En cuanto los hombres de Pablo Laso trajeron algo de defensa a un encuentro que carecía totalmente de ella (en él tuvo lugar el primer cuarto más anotador de una final de Liga Endesa), la historia del segundo episodio del duelo por el título se esfumó por completo. Fue tras el paso por vestuarios cuando Trey Thompkins, por enésima vez este curso y a pesar de todo (y es mucho lo que le ha pasado durante el año), fue un líder. Cuando Luka Doncic se gustó más que nunca en todo el partido (mención especial para sus mates catalizadores). Cuando Tavares y Ayón hicieron daño de verdad por dentro, bien acompañados por un luchador Felipe Reyes.

Con tantos frentes abiertos, el Baskonia se derrumbó por completo. Los triples habían dejado de entrar, ya no se le comía la moral al rival de ninguna manera y no había manera de acabar con la sangría ofensiva local (con picos que superaron el +20). Los 'bingos' de Janning, la garra de Vildoza y la potencia de Poirier cayeron en el olvido de manera irremediable. Qué lejana pareció una primera mitad igualadísima cuando el Madrid activó el modo apisonadora sin miramientos.

Tampoco hay que olvidar, a la hora de desglosar los méritos blancos, ni a Campazzo ni a Carroll. El argentino ya tuvo un comienzo de serie ilusionante, confirmado con una gran labor de intendencia en el segundo partido. Él también participó del parcial con el que el Baskonia se despidió para siempre de sus opciones de victoria. Como el norteamericano, cuya frescura ofensiva no deja de ser una de las mejores noticias de este Madrid. 35 años tan bien llevados como los 38 de Felipe, por ejemplo.

Los 10 últimos minutos del duelo tan sólo sirvieron para que unos y otros maquillasen un resultado totalmente sentenciado. Lo dicho: qué lejos quedaban entonces, en pleno último cuarto, las adversidades de los 20 primeros minutos. En un momento dado, el Baskonia llegó a ganar hasta por 11 puntos ante un Madrid desquiciado. Con los árbitros y con el partido en general. Cómo cambió la historia después, cuando sólo Diop levantó la cabeza en los momentos más difíciles de toda la eliminatoria para el equipo vitoriano.

En definitiva, el Madrid se subió al tren de la final a tiempo para reengancharse a la misma. Un 0-2 adverso habría sido casi mortal para sus aspiraciones de levantar un título doméstico que no celebra desde 2016. Pero no, ni siquiera el Mundial de fútbol y su en un primer momento incidencia de cara al aforo del WiZink Center pudo con los blancos. Ya tienen la final empatada. Y, aunque en Vitoria esperará un auténtico infierno, el campeón de la liga regular ha justificado, esta vez sí, por qué lo fue.