Vitoria

Nunca hay equipo, ni tampoco título, pequeños. A lo largo de la historia del deporte, ha habido muchos David que, por mucho que les dijesen que siempre había un Goliat dispuesto a acabar con sus ilusiones, nunca se lo creyeron. ¿Que Jesse Owens no iba a conseguir nada en los Juegos Olímpicos de Berlín '36 atenazado por la Alemania nazi? Cuatro medallas de oro. ¿Que España nunca ganaría un Mundial de fútbol, de baloncesto o incluso de balonmano? Pues lo hizo, por ahora, una vez en los dos primeros deportes y hasta dos en el tercero. ¿Que el Gran Canaria no podía acabar con el vigente campeón de la Supercopa, el temible Barça, para arrebatarle el trofeo y sumar su primer gran título? La duda ofende: alirón pío-pío en Vitoria.

Los sueños están para cumplirse, y el conjunto insular tenía uno desde hace mucho tiempo: festejar algo grande. Primero tocó el palo de la ACB, pero su techo fueron las semifinales. Después, lo intentó con la Eurocup, pero hubo que conformarse con el subcampeonato. Más tarde, la ocasión propicia se dio en la Copa del Rey, con otro segundo puesto dulce y amargo a partes iguales. La Supercopa, el torneo inaugural de la temporada, el que apenas importa (o eso dicen), tuvo que ser la competición que otorgase la gloria harto buscada al conjunto pío-pío. Y Luis Casimiro, forjador desde el banquillo del milagro liguero del Manresa en 1998, el entrenador capaz de traer a las Islas lo que Aíto García Reneses, Pedro Martínez o Salva Maldonado no pudieron llevar: una copa. No una cualquiera, puesto que hubo que arrebatársela, y bien arrebatada, a todo un Barça (79-59: narración y estadísticas).

Hacía seis años que un equipo distinto al conjunto azulgrana o al Real Madrid no ganaba un título en la competición española. El Baskonia, con la ACB de 2010 y el célebre dos más uno de San Emeterio, fue el último rebelde del baloncesto nacional… hasta que unos hombres vestidos de amarillo decidieron que ya era hora de acabar con el duopolio. Por si no tenían suficiente con eliminar al anfitrión de esta Supercopa, precisamente de identidad baskonista, también acabaron con el último campeón del torneo. Y ni mucho menos gracias a un dos más uno. Todo lo contrario: por abrasión.

El Barça que tanto había enseñado los dientes ante el Madrid el viernes, con un Rice de escándalo, sólo apareció en la primera parte de la final. Y a duras penas, puesto que el Granca ya empezó a forjar su victoria entonces. Con McCalebb y O'Neale combinados de forma letal (17 puntos entre ambos tras el primer cuarto) y un Planinic imperial bajo tableros, los fichajes pío-pío no pudieron mostrar mejores galas. Acompañados por tres viejos conocidos del equipo como Kuric (merecido MVP de la Supercopa), Báez y Salin, el sexteto no pudo resultar más efectivo.

¿Quién resistió el envite en las filas del vigente campeón? Sobre todo, Claver y Navarro, dos de los tres jugadores españoles del conjunto azulgrana. Para que luego no se diga que los nacionales (por lo menos, los del Barça) están en crisis. Con la batalla perdida en la zona (ni Dorsey ni Tomic encontraron su sino), tocó agarrarse al perímetro. Allí donde sobresalieron ambos internacionales españoles, también Doellman y Oleson.

Fue a base de triples como los 11 puntos de renta canaria al descanso, 21 como máxima, bajaron hasta los 9 en pleno último cuarto. Aun así, ya era demasiado tarde para que Bartzokas y sus pupilos despertasen del sueño a Casimiro y sus chicos. Nada, absolutamente nada, impediría que a la Cenicienta canaria le diesen las doce de la noche. Por una vez, el color naranja del balón, propenso a imaginar calabazas, sólo dibujó sonrisas en el rostro de los pioneros canarios. Porque, después de levantar una LEB (entonces Primera B) y una EBA en los 90, tocaba celebrar algo grande… y a lo grande. Porque hoy todo el deporte de la canasta patrio canta al unísono aquello de "¡Pío-pío! ¡Pío-pío!".

Mientras tanto, en el Barça siguen preguntándose qué demonios les pasa con las finales últimamente. Después de ganar sólo la Supercopa de 2015 y la liga de 2014 en los dos últimos años, el nuevo batacazo no escuece menos por haberse dado en el torneo inaugural del curso. La plantilla azulgrana ni siquiera entrenó este sábado por la mañana para preparar la final. A Bartzokas y compañía se les puede perdonar la circunstancia por haber terminado su semifinal del viernes ya de madrugada, aunque eso no quita para plantearse una duda: ¿la Supercopa importa? Para el Granca, desde luego que sí.

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