Hoy ya quizá sea tarde y mañana puede que sea irremediable. De momento es poco más que un rumor que, todo sea dicho, nadie ha salido a desmontar. Por lo que no es aventurado afirmar que es más que probable que esta puede ser la última temporada de Jaycee Carroll en el Real Madrid. Puede ser. Puede. O puede que no.

Su historia con nosotros es intachable. Podría tatuarme entero el diccionario de sinónimos con adjetivos grandilocuentes sobre sus actos puros, y de los otros, en la cancha y seguiría quedándome corto al reflejar lo que ha hecho, lo que nos ha hecho conseguir y, por encima de todas las cosas, lo que nos ha hecho sentir. Como analfabeto analista deportivo que soy centro todas mis reflexiones en lo más profundo. No sé hacerlo de otro modo. Por ignorancia, quizá, o porque a lo mejor entiendo esto como hay que entenderlo.

El baloncesto no es física, que también; no es química, que todo lo es; ni matemáticas, que la hay. El baloncesto, como no podía ser de otra forma, es amor. Ese sentimiento de afecto, inclinación o entrega que, según la tercera acepción propuesta por la RAE, define lo que muchos sentimos por el deporte de Naismith. Pero lo nuestro contigo trasciende de esa tercera y llega a cotas de la segunda, que dice que el amor nos completa, alegra y da energía para vivir. El matiz es que yo bailo entre la sexta y la octava acepción. Y practico la cuarta a menudo cuando hay partido. Conmigo mismo, sí, pero casi siempre pensando en ti. Y ahora vais y la buscáis.

Carroll, durante el partido de la Liga Endesa entre Real Madrid y Unicaja

Ya no es lo que hemos sido o hemos ganado, sino esa nostalgia negativa del solar que era esta sección antes de tu llegada, acompañada de otros tantos pilares de un proyecto que parece interminable. El año anterior, aunque hicimos Final4, naufragamos con un quinteto en el que Clay Tucker era nuestro exterior de referencia. Ese es el punto de inflexión que nunca hay que perder de referencia. Tu salida, aunque deportiva, rozaría más el drama a nivel simbólico, moral. Tendríamos una especie de síndrome del nido vacío que miedo me da con quién o con qué nos atrevamos a rellenarlo. No sé si acabaremos en un bar jugando a las tragaperras o, qué sé yo, peor aún, haciéndonos del Estu.

Me gusta pensar, aunque tengo reciente el visionado de El cuento de la criada, que la masa puede conseguir grandes cosas. Puede conseguir lo que se proponga. Puede hacer caer un imperio o puede hacer que Chikilicuatre vaya a Eurovisión. Lo que sea. Puede que Jaycee Carroll ya haya decidido su futuro y que este sea innegociable. O puede que no. Y como puede que no, en nuestras manos ha de estar intentarlo. Cada día, en las redes. Cada jornada, en el Palacio. Jaycee, quédate.

Tú ya lo sabes, porque lo he dicho una y mil veces, pero nunca está de más repetirlo. Yeisi, eres amor. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Pero no queremos llevar esta relación a distancia. Así quédate, anda. Jaycee, quédate. Solo cinco minutitos más, pero quédate.