“Proteger la unidad”. Así rezaba el lema de cada uno de los escudos personalizados que LeBron James regaló a sus compañeros de los Cleveland Cavaliers antes de que comenzasen los playoffs de la NBA. Y así también se puede resumir lo que fue el tercer encuentro de las finales ante los Golden State Warriors: un ejercicio de intensidad y de actitud nunca antes visto en la serie por parte de los Cavs. Porque, al calor del hogar, el Rey y su corte se ponen tan serios que todavía no han perdido ni un solo encuentro como locales en lo que va de postemporada. Para no dejar ningún atisbo de dudas, mordieron desde el minuto uno hasta el 48 (90-120).

Claro que LeBron James fue protagonista en la primera victoria de sus chicos en estas finales. Resultaría un sacrilegio que no lo fuera en un equipo donde él, y sólo él, es la ley. Phil Jackson le pidió un encuentro “jordanesco” en la previa, y no defraudó, a cuatro asistencias del triple-doble. No obstante, esta vez tuvo una compañía de lujo, como tanto se le demandaba. Empezando por Kyrie Irving, que marcó el camino a seguir en ataque para los suyos desde el inicio (16 puntos en el primer cuarto, 30 en total). Ya fuese desde el triple, la media distancia o los rectificados bajo canasta, el base tuvo una noche para recordar.

Como también lo fue la de Tristan Thompson, fundamental para asentar la ventaja permanente de Cleveland en el marcador. Lo hizo convirtiendo la zona en su coto privado, sobre todo a base de rebotes. No hubo más fiereza que la suya en el parqué del Quicken Loans Arena, con un imán para cada balón dividido que tuvo a su alcance. De sus imponderables nació buena parte de la solvencia defensiva de los Cavs. Además, consiguió el doble-doble gracias a su también imprescindible trabajo en ataque.

El díscolo J.R. Smith, tan abonado a la irregularidad, tampoco dudó en sumarse a la fiesta. Era una noche propicia para ello, más cuando los porcentajes de acierto favorecieron a los Cavs durante todo el partido. Incluida la efectividad desde el triple, de la que tanta gala hicieron el propio Smith e Irving a falta de la aparición en escena de Channing Frye, aún 'tapado' en estas finales. Quien cerró el particular quinteto glorioso de los locales fue Richard Jefferson, que no desentonó sustituyendo al ausente Kevin Love, baja obligada (nobleza obliga) por su conmoción cerebral.

Por cierto, y como dato anecdótico a modo de inciso, otro Richard, en este caso un aficionado de Cleveland, fue protagonista involuntario de la retransmisión televisiva del partido en España. Otro ejemplo de constancia, aunque en su caso a la hora de transmitir ánimos a su equipo. Que se lo digan a nuestros sufridos y abnegados compañeros Guillermo Giménez y Antoni Daimiel y, de paso, a los espectadores… A buen seguro que las palmas y gritos de ánimo del hincha yankee acercaron la NBA más que nunca a los hogares de la piel de toro. ¡Casi no se le escuchaba, oiga!

Volviendo a lo que sucedió en la cancha, y dado el concurso casi perfecto de los Cavaliers, los Warriors apretaron los dientes hasta que comprobaron que no era su día. Sus secundarios, con Harrison Barnes y Andre Iguodala como portavoces, resultaron su gran baluarte. Aunque, no se equivoquen, hasta mediada la segunda parte los californianos tuvieron sus opciones de remontada. Y eso que los 'Splash Brothers' estuvieron mucho más deslucidos que en el segundo episodio de las finales. Curry tuvo un encuentro para olvidar (cuando quiso salvar la papeleta ya era tarde) y a Klay Thompson, aunque valiente al superar un amago de lesión, le faltó fuelle.

El pobre concurso en el lanzamiento de los dos grandes faros de los Warriors influyó lo suyo en la derrota, pero no lo suficiente. El primer punto de los Cavs en estas finales llegó por méritos propios. No hace falta buscar deméritos en el rival, porque LeBron y sus cortesanos hicieron exactamente lo que se habían propuesto: morir en la cancha. Lo cual puede traer consigo un nuevo e interesante escenario en la batalla por el anillo. Así, no lo duden, gana el baloncesto. Y no sólo lo agradece Richard, el fan incansable de la grada. Lo hacemos todos.

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