Un compatriota de Jorge Sampaoli, el escritor Julio Cortázar, describió con simplicidad tan maravillosa como engañosa el renacimiento que sigue a toda derrota (salvo la última): “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.

El entrenador del Sevilla se habrá levantado aliviado este jueves por la derrota del Manchester City y la consiguiente desviación de la rabia popular y el ojo crítico: de “el sampaolismo ha muerto” al “Guardiola sin Messi no es nadie”. Dos burbujas pinchadas por los octavos de final (lo de Wenger ya no es burbuja, es tendencia; lo de Emery fue un naufragio).

El presidente del Sevilla dijo horas antes que el de Leicester era “el partido más importante de la historia del club”, pero a la luz de la resaca del miércoles aparentaba serlo todavía más para la trayectoria (explosiva) de un técnico que hace un año y medio era prácticamente desconocido en España y que el martes aparecía entre los tres candidatos favoritos para ocupar el banquillo del Camp Nou. En la mañana del miércoles, prontito, los diarios deportivos se apresuraron a aclarar que el sueño de entrenar a Messi habría de esperar.

Después de una noche en vela, el técnico argentino pudo comprobar personalmente el alma resultadista de la prensa española, la súbita conversión de ‘sampaolistas connoiseurs’ en escribas de su defunción deportiva y la complacencia con que muchos dudosos se lanzaron a la yugular de un entrenador sin padrinos que llevó a un país sin victorias, como Chile, a conquistar una Copa América frente la selección de su propio país y al mejor futbolista (o casi) de todos los tiempos; un hijo de su misma provincia.

En su primera experiencia a este lado del Atlántico, Sampaoli ha montado (con jugadores recién llegados, y en apenas unos meses) una escuadra con un estilo definido que todavía disputa la Liga al Madrid y al Barcelona, equipos que casi cuadruplican su presupuesto. La fatiga le birló el estilo en Inglaterra: no pudo vivir en campo contrario, no supo robar la pelota arriba. Cometió errores impropios de un campeón y se despeñó por un acantilado de nervios y mala suerte que nunca ocultó una conclusión irrefutable: el Sevilla es bastante superior al Leicester (con presupuestos similares).

Pasadas 36 horas del desastre, ni siquiera hacen falta las palabras de Cortázar. El Sevilla, que ya no jugará más entre semana, todavía es candidato a ganar la Liga y aún debe asegurar su pase a la Champions 2017-18. En su segunda participación se podrá juzgar mejor a un hombre que conoció el éxito cumplidos los 50 años, una década y media después de ser expulsado un domingo en un pueblo perdido de Santa Fe y subirse a un árbol para seguir dando instrucciones a su equipo (una foto que cambió su vida para siempre).

Adicto al chándal, acostumbrado a recorrer como un poseído el área técnica durante los partidos, Sampaoli sí debería reflexionar sobre el hecho de haber sido expulsado dos veces (Juventus y Leicester) en sus ocho primeros encuentros de Champions League. No es lo mismo entrenar en Sudamérica que en Europa: impone modos y servidumbres diferentes. Las deserciones del ‘10’ y del técnico en el duelo capital del martes fueron motivo de bochorno.

Sin despertar todavía demasiada expectación, este domingo se juega en el Vicente Calderón uno de los partidos más importantes del semestre en España: decidirá el destino del Sevilla y le confirmará al Atlético definitivamente cuál es su objetivo esta temporada. Noventa minutos para confirmar que los de Sampaoli siguen siendo aspirantes a la Liga (les falta enfrentarse con todos los rivales directos) y para evitar que el técnico argentino deba recurrir a la literatura. El ‘sampaolismo’ no está muerto. Y no sólo por méritos deportivos: habrá que mostrar respeto a la hazaña de haber rescatado a Juanma Lillo para el fútbol.