Todo lo anterior habían sido ensayos. Hubo uno que como mucho –gracias a la colaboración de Messi, un ratito, con hat-trick– fue el ensayo general con público. Pero lo de anoche se convirtió en el gran estreno de la Argentina de verdad.

Un estreno y en Estados Unidos: el no va más. Escribía Lorca, allí mismo, en su etapa estadounidense: “Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan.” Y Venezuela soñaba, cómo no, con doblar la apuesta contra Argentina tras mandar a casa a Uruguay. Pero, hoy por hoy, eso no es comparable.

Quedó demostrado muy temprano, a los siete minutos. Messi controlaba con el pecho una apertura a la banda derecha, y con la zurda guionizaba el primer acto. Manual de cómo romper un partido con dos toques. Higuaín, mientras tanto, se había hecho un hueco y, para no ser menos, sobre la marcha y según le venía la cruzó lejos de Dani Hernández, festejando un curso magnánimo.

Cuatro minutos después, un desbarajuste sonrojante dio a Messi la oportunidad de tirar una vaselina sin nadie bajo el arco venezolano. No acertó esta vez, y le entraba hasta la risa. Otro lío descomunal entre los defensas dejó solo a Higuaín frente al portero, al que engañó con calma para, ya a puerta vacía, sumar el segundo tanto para la albiceleste y su –relajante– doblete.

Tuvo un arrebato Venezuela a partir de la media hora. Estaban jugando intensos, muy intensos, pero de pronto también les llegó la inspiración. En el minuto 34, un despiste de Mascherano propició un buen remate a ras de suelo de Rondón, que Romero sacó con una mano firme y con reflejos. El propio Rondón, cinco minutos después, tuvo el gol venezolano de nuevo en su persona, pero el cabezazo impactó en el palo.

Seguía el zafarrancho de la vinotinto, a la desesperada, y Romero sacó a corner una bola que le colaba por encima tras un rechace. Comenzaba a convertirse en un pequeño héroe, pero en una decisión desafortunada se lanzó con demasiada fuerza a los pies de Josef Martínez y el árbitro no dudó en señalar la pena máxima. Sucede que Panenka no es venezolano, y Luis Manuel Seijas –fichado por el Internacional de Porto Alegre desde Independiente de Santa Fe– quedó retratado ante el guardameta argentino, como todo al que le pasa esta desgracia. Sucede también que en Argentina tenían muy presente a Seijas desde la tanda de penaltis de la final de la Copa Sudamericana que Santa Fe le ganó a Huracán hace seis meses.

Gaitán, que dejó buenas sensaciones –pésima noticia que se pierda la semifinal por acumulación de tarjetas–, estrenó el segundo tiempo con una galopada que pudo sentenciar el choque, pero su pase de la muerte no encontró rematador. Estaba claro que, más aún con el descanso de por medio, el momento de gloria venezolano ya estaba camino de cualquier otro lugar.

Cuando se llegaba a la hora de juego, se acabó lo que se daba. Un robo en la zona de tres cuartos, precisamente de Gaitán, acabó dejando solo ante el portero a Messi, que pudo ver entre las piernas de Hernández las semifinales ante Estados Unidos. El 3-0, con media hora de partido por delante, sembró el pánico por lo que pudiera pasar.

Venezuela se había presentado en cuartos de final bien vestida y perfumada, pero por aquel entonces Messi, tras la asistencia del primer gol, el caño del tercero y la enorme lista de faltas recibidas, ya la trataba como a una selección cualquiera, como a la última clasificada de las Eliminatorias Conmebol para el Mundial de Rusia –que lo es–, y no como al equipo que eliminó a Uruguay. Messi le dijo a Venezuela, a su manera, “coge tus cosas y vete”. Y ellos se fueron yendo poco a poco.

Mientras los venezolanos abandonaban el escenario, en el minuto 69, Rondón recortó distancias cabeceando un envío del Lobo Guerra. La pelota entró tras tocar en el poste, sellando el seguramente merecido 3-1. Un minuto después, Erik Lamela, que acababa de sustituir a Gaitán, sorprendió por abajo a un blando Dani Hernández, devolviendo las cosas al estado natural: goleada. Más o menos exagerada, pero goleada.

Estados Unidos presenció, en primera persona, la puesta en escena de la verdadera Argentina, la que va con el balón de oro desde el inicio, lo cual es una diferencia sin medida. “Un panorama de ojos abiertos y amargas llagas encendidas; no duerme nadie por el mundo”, firmaba Lorca desde Nueva York, y hay que reconocer que leyó el pensamiento de muchos. Siguen las noches en vela, nadie se pierde un partido ya, con los ojos como platos: Messi está de vuelta.