Vicente Aleixandre decía que "recordar es obsceno, peor: es triste, / pero olvidar es morir". Tenía razón, porque hoy es así de obsceno, y peor, de triste, pasar por la que fue su casa en Madrid y verla amarilla de enfermedad, ruinosa, empapada de Alzheimer, con los árboles centenarios del jardín escarchados y la verja tiritona. Parece el remoto hogar vulgar de alguien que fue vulgar, fíjense qué tramposo es el olvido, cómo desenfoca. Cómo distorsiona. "Es la casa de la poesía. Es la casa que acogió a cinco generaciones de poetas, desde el 27 a los Novísimos. ¡Es la casa de un Nobel! No existe en la Historia de la literatura universal moderna, del siglo XX, un lugar con las connotaciones históricas que tiene Velintonia", explica a este periódico Alejandro Sanz, el presidente de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre.

Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre.

El hombre refunfuña al teléfono: lleva 22 años de su vida reclamando que la casa se preserve, y ah, qué sordas las administraciones. "Tienen la obligación política de conservar nuestro patrimonio, de evitar su destrucción. Pero Paloma Sobrini [directora general de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid] dijo el otro día, en un programa de radio, que Velintonia no tiene valor 'porque son sólo ladrillos y paredes'". Recuerda Sanz que Aleixandre "no sólo dignifició nuestra lengua recibiendo el Nobel, sino que la universalizó, y se le responde de esta forma, con desprecio".

El apoyo de la cultura

Son tiempos de exagerar ciertos símbolos, casi siempre de tela y rabia, y de escupir sobre otros, los más constituyentes. Los que tienen que ver con la memoria literaria, con la España triste que no pudo exiliarse siquiera tras la Guerra Civil y escribió desde el fracaso, que es el sillón más honesto. La España que tragó carros y carretas de humillación, de indigencia intelectual, de dictadura. En esta reivindicación romántica y loca, Sanz no está solo. Le han apoyado vivos y muertos, de Vargas Llosa a Pepe Hierro o Claudio Rodríguez. "Es una cosa de sentido común". Pero la casa ha sobrevivido a sus amantes, como siempre pasa. También resistió a los bombardeos del 36, qué esperan.

Vicente Aleixandre, Claudio Rodríguez y José Hierro.

Sanz subraya que la directora general de Patrimonio "miente" cuando dice que ha visto la casa. "La habrá visto por fuera, porque jamás ha entrado. Le dices 'esto es la casa de un poeta' y les suena a chino, no tienen interés ni curiosidad", arremete. Este año, a petición del grupo socialista, se acordó poner en marcha una mesa conjunta entre administraciones en la que se podría valorar la compra del inmueble, aunque, meses después, aún no ha sido convocada por la Comunidad, que es quien tiene la competencia para declararla Bien de Interés Cultural.

El terror es que acabe en manos privadas, como le pasó a la casa de Ramón y Cajal. "No se puede esperar ni un minuto más", ha instado Mar Espinar, la portavoz socialista de Cultura en el Ayuntamiento de Madrid. "Es golosa para el apetito especulador". Dice Sanz que su intención no es "salvar la casa en sí, sino el espíritu de la casa, lo que representa": "Que acabe siendo un restaurante o la residencia de un embajador no nos sirve. Queremos que sea transformada en la casa de la poesía, en un centro de estudio y documentación en el que se celebren presentaciones de libros, conciertos y exposiciones. Los museos de los escritores tienden a morir con el tiempo, no dejan de ser reductos nostálgicos para los amantes de una obra; nosotros queremos un lugar vivo".

El desprecio de los políticos

La principal responsable de este desaguisado es Cristina Cifuentes. "Cifuentes no está interesada en la cultura, a la vista de sus acciones. A ella le interesa el Museo del Jamón y Primark, y al final van a convertir la casa en eso", comenta. "Manuela Carmena está tibia con el tema también. Nosotros no tenemos vinculación con nadie, hemos sido defraudados por todos. La cultura para Carmena es santificar a Gloria Fuertes, y ya. Mira, yo fui amigo de Gloria Fuertes, pero existen otros poetas y otros intereses culturales en Madrid, algo más que hacer guiñoles", lanza.

Velintonia por dentro.

Dice Sanz que Velintonia no entiende de tendencias políticas, porque allí se dieron cita poetas de todas las ideas: de Dámaso Alonso y Gerardo Diego, más conservadores, a comunistas como Rafael Alberti. "Sin embargo, como Aleixandre no fue fusilado ni muerto trágicamente, se le ha olvidado. Esto con Miguel Hernández o Lorca no pasa. Se ha hecho una utilización política de su vida, pero los poetas están para ser leídos", relata. "Aleixandre era una persona muy crítica con el franquismo. Intentó exiliarse, pero no pudo escapar de la dictadura. Estaba en edad militar, aunque no podía ser militar por su delicada salud. Neruda intentó sacarle de aquí y no pudo. Por eso Velintonia es también la casa del exilio interior".

La parte interior de la casa, el jardín donde a veces se celebran actos de conmemoración poética.

Cuenta que el poeta se jugó el tipo en muchas ocasiones, como cuando firmó contra la pena de muerte. "Él no vivió en una torre de marfil, ajeno al mundo. Él sufría por lo que pasaba en España y por la suerte de sus amigos. Él sufrió el destino trágico de Lorca y de Hernández, y hasta su propio nombre estuvo censurado durante unos cuantos años".

Son muchos los que han escrito sobre la mágica casa. Desde José Luis Cano en Los cuadernos de Velintonia (Seix Barral) a Fernando Delgado en Mirador de Velintonia. De un exilio a otros (Fundación José Manuel Lara), publicado este mismo año. "¿No hablan tanto ahora de la Transición, de que es importante como símbolo?", reflexiona Sanz. "Pues que se acuerden de que Aleixandre recibió el Nobel en el 77, en un momento crucial en el que se pasaba de la dictadura a la democracia. Él nos abrió al mundo". Una tristeza del tamaño de un pájaro, diría el poeta.