Marc Ros, Axel Pi y Jesús Senra, Sidonie, están de cumpleaños. Van 20 vueltas alrededor del sol escribiendo poemas, olfateando el sonido soñado, redondeando el estilo. Su oficio es la seducción, la búsqueda de lo húmedo, lo emocionante, lo palpable. Acuden a cada concierto como a una primera cita y jamás se marchan sin beso. Hoy se consolidan como una de las bandas más contundentes, genuinas y descarnadas del panorama: acompañan al hambriento de vida de lunes -"tú no estás y no hay café, es hermoso existir"- a domingo -"salgo afuera y bajo el sol hay cadáveres exquisitos; y sé que todos quieren llegar al edén". 

Resumen la vida en pinceladas trágicas y a veces rompen a destellos, como el iluminado que viene de after y casi levita: mañana será otro día. Tienen lo que falta en los tiempos vacuos -personalidad-, y acuden a otros siglos, como el protagonista de Midnight in Paris, para traer hasta aquí toneladas de una elegancia perdida. Hay algo expectorante en ellos, una suerte de lucidez trufada de inevitable tristeza.

Ahora presentan Lo más maravilloso, un recopilatorio de joyas atemporales de esas que te hunden hoy y te resucitan más tarde. Ese era el ciclo. Y el precio a pagar por perseguir los relieves literarios de la vida. Nunca hay que dejar de preguntarse qué haría Fitzgerald si estuviese en nuestra situación.

Cuántos amigos en Fascinados. ¿No era esta una industria de envidias? 

Marc Ros: No es sólo que Sidonie sea buena gente, que lo somos, es que hay una serie de grupos que forma parte de una generación y que a diferencia de los ochenta y noventa… ahora nos llevamos muy bien, porque estamos luchando muy fuerte para que esto salga adelante. La lucha es mejor y más divertida si estamos juntos emborrachándonos en un camerino o tocando en un hotel. Mezclar a Loquillo con Carlangas, ¿qué te parece? Serrat, Pla… una maravilla, estamos felices. 

¿Qué ha aprendido Sidonie del amor en estos 20 años?

M: Yo he aprendido muchas más cosas del fracaso que del amor. Si hablamos del amor, todas las buenas cosas que me han llegado han sido porque he fracasado. Esto lo deberíamos aprender más de los estadounidenses. Ellos siempre dicen que el fracaso es el más resplandeciente de los éxitos, porque significa que lo has intentado y que lo volverías a intentar a pesar de que existe el riesgo de volver a metértela. Y en la música igual. 

Axel Pi: Hay una idea romántica en fracasar por haberlo intentado, y es el haberlo intentado. Hay una búsqueda ahí de la belleza y creo que eso define mucho al grupo, esa constante lucha por probar, por buscar y no acertar, y todo lo que ha pasado después de los fracasos. Cada uno de esos ha hecho que nos convirtamos en un grupo más fuerte y más unido. Hablabas del amor: ¡es que tiene tanta importancia en todo…! Nos sentimos afortunados por muchas cosas, pero sobre todo porque, a pesar de los fracasos las rupturas que nos han podido pasar, siempre hemos estado rodeados de mucho amor, empezando por los tres. Yo no sé si me habría podido levantar sin el grupo de cosas que han pasado en mi vida personal. 

O sea, que ya podemos confirmar que sois un trío.

M: Sí, sí, sí. Las parejas no duran tanto como Sidonie. Y los cuartetos tampoco. 

Jesús Senra: Claro. La nuestra es la mayor historia de amor.

Justo os iba a preguntar qué habéis aprendido del sexo en estos 20 años. 

M: Como trío también hemos probado nuestras cosillas (risas)

J: Qué tiempos aquellos. 

¿Lo vais a contar, como hicieron los Beatles hace poco? Paul McCartney confesó que se masturbaban en grupo. 

M: Sí, sí, sí… ¿Sabes qué pasa? Nosotros éramos gente muy tímida. Y antes de conocerlos yo no salía de casa, prácticamente no tenía amigos y no me había bebido ni una cerveza. Con ellos descubrí la vida, de repente. Y fue un proceso muy intenso.

A: Yo también era muy acomplejado. 

M: A mí mis padres, por ejemplo, nunca me habían visto desnudo. Y de repente me han visto mil veces, en Instagram, tatatá… y lo descubrí todo con ellos. Nos lo tomamos tan en serio que nos hicimos también trío sexual alguna vez y acabamos en la cama varias veces con varias personas. 

La comunión total. 

J: A mí me abrumaba aquello. Cuando entré en el grupo yo no los veía tímidos a ellos, sino muy echados para adelante, muy… no sabía cómo entrar en el juego. 

M: Estábamos encerrados en una concha y de repente la abrimos. Sexo, drogas, y todo. Con ellos, todo. Descubrimos la vida. 

A: Fue una catarsis. Cuando alguien nos veía al principio se creía que éramos tipos seguros de sí mismos, exhibicionistas por naturaleza… y es tan curioso que eso fuese un gesto casi… terapéutico. La música, el deseo de gustar, la pasión por el surrealismo, por los happenings teatrales en el escenario… todo eso, ¡fua!, fue así: con ellos, abrazados, y yo bajándome los pantalones y luego los calzoncillos en el escenario. Eso escenifica una liberación total de mi complejo acerca de mi cuerpo. Y eso extrapolado al sexo y a otros descubrimientos que hicimos estando juntos de gira.

Mejor que un psicólogo de 20 años. En el caso de Marc, sí que había leído que había padecido bullying. Todo esto va un poco unido, ¿no? El librarse de los viejos terrores. 

M: Claro. Luego pienso en los chicos que abusaron de mí, pobres… tampoco tenían la culpa. Ahora me ven en un escenario ¡y a lo mejor les gusta Sidonie! Me parece alucinante. Pues mira, ese es uno de los problemas graves que he tenido en mi vida y salí gracias al grupo. Esto lo hablé con Asier Etxeandía, el actor, que también sufrió bullying de pequeño, y me dijo que a partir de cierto momento había empezado a decirlo en entrevistas para ayudar a los padres que no saben que hacer con sus hijos, los que pegan y los que son pegados. Lo más importante es hablar: hablar con el profesor, con los niños… hay que hablar todo el rato.

¿Cuántos Días de mierda hay que vivir para ser poeta?

M: A mí me gustaría que ninguno. Pero no sé dónde empieza el qué: no sé si empieza antes el poeta o el día de mierda. Yo nunca me he sentido más inspirado por sentirme mal, pero sí que es verdad que hay un material literario interesante en esas épocas oscuras.

Canción de la que os sintáis más y menos orgullosos. 

M: Giraluna, de la que más. Yo, como autor. Aparte, la he cantado en coles para niños pequeños y conectan muy bien… es un cuento que transmite porque está bien escrito, y no siempre se consigue. ¿La que menos, la que menos…?

Es que duele, ¿no? Son como los hijos. 

M: Un poco. Pero no sé, alguna de…

J: Las mías, seguramente (risas). Yo te iba a decir que me quedo con los 20 años de Sidonie, pero poco orgulloso… una de las mías, y lo digo de corazón, es como… la sensación que tengo cuando las escucho. Cuando las escucho pienso “no la hubiese grabado, no la hubiese metido en un disco”. 

M: Yo sí estoy orgulloso de las canciones de Jess, aunque no las haya escrito. Yo también formo parte de esas canciones y entro totalmente en ellas. La única que te podría decir es On the sofa, porque tiene un par de versos que me incomodan. Hablaban de la mujer en sentidos un poco… bueno, son errores que se cometen y de los que hemos ido aprendiendo. El hecho de que esté en inglés no nos excusa.

A: Por ejemplo, Empieza el día en tu jardín. Esa canción me ha demostrado cómo sirve la música para cambiar cosas y ayudar a alguien. Mi madre sufre fibromialgia, y en el momento en el que esta canción fue escrita, estaba pasando ella por el peor momento de su enfermedad. Y ante ti ves a una persona tan querida que se está rompiendo… y tuve la suerte de poder escribir la letra para esa canción y dedicársela a ella para darle fuerzas, y ellos permitieron que así fuese, y Marc la cantó como la cantó, sabiendo para quién la estaba cantando… fue alucinante. Esa canción, cuando luego se estrenó y mi madre supo que era para ella… la ayudó tanto. Fue impresionante. Este grupo ha superado mis expectativas de deseo.

Habéis llevado por bandera que la elegancia y la decadencia pueden ser uno. 

M: Todo esto es por el período hermoso de Oscar Wilde, cuando la palabra “dandismo” significaba algo. Tenemos mal entendida la palabra “dandi”: pensamos en algo del Corte Inglés o en Arturo Fernández. A Arturo Fernández se le ha dicho “dandi”. Y dandi no es eso. Tiene que ver con un sentimiento de fin de siglo, de convivir con la oscuridad. Y al mismo tiempo ser… brillante por tu elegancia. 

J: Es que va de la mano. La elegancia tiene que tener decadencia.

Si no sería un brilli-brilli falso. Cartón piedra. 

M: Exacto. Pero es interesante… los dandis siempre van mal planchados, o con los zapatos sucios, siempre falla algún detalle. Nosotros no somos tres tíos perfectos, no somos Kortajarena.

J: Las bellezas perfectas son más aburridas. Mola alguna imperfección. Lo hace diferente. Y humano. 

M: Tal cual. Pero no sé decirte de dónde me viene eso. No sé por qué me gusta más Charlotte Gainsbourg que Elsa Pataky, que ni siquiera me gusta, y eso que según los cánones es la perfección. Charlotte me gusta más, tiene algo que ver con el estilo…

En Sylvia cantáis “es estupendo ser vulgar”. ¿Cuánto postureo os habéis encontrado en la industria musical? 

M: Bueno, es que no somos críticos con eso. 

A: Yo creo que porque lo interpretamos como un deseo activo por querer buscar, encontrarse y brillar.

M: Es otra puesta en escena. Como cuando salían Las nancys rubias y me acuerdo de gente de mi generación diciendo “qué están haciendo, hacen playback, ¿cómo los tenemos en un festival?”… y es como: joder, estamos viendo algo increíble, Joe. Esto es una puesta en escena, esto es teatro y esto es rock. Actitud.

A: Detrás de eso hay una voluntad igual de respetable que el que aparentemente va por la vida sin postureo. Nos interesa eso también. Es una voluntad por gustar, y eso es un esfuerzo, y no siempre lo consigues. 

Pero Jota de Los Planetas no os gusta mucho. 

M: Pero ellos tienen su imagen, cuidado, eh. Tienen su imagen muy clara y, aparte, muy bien fabricada. Jota se la ha creado a base de "soy drogadicto y no saludo en los conciertos". Es un personaje maldito y juega con ese malditismo. La americana que llevo yo es la actitud que lleva él. 

A: Y eso forma parte de su encanto y de su identidad. Igual nosotros congeniamos más con otro tipo de actitudes…

Hombre, le lanzasteis claro el beef: “Otro año más Jota tocando en el Primavera Sound. Prefiero a Egon en la calle Arenal”…

M: No fue tampoco a bocajarro. Pero estamos convencidos de que a él le gustó. 

Al ego eso le gusta, seguro. Aparecer mencionado. 

J: Yo coincidí con él en un festival en Granada, me abrazó y me rompió las gafas y le dije: “¿Esto es por la canción?”. Y me dijo: “Qué va, tío, si me ha encantado, la canción me parece genial”.

M: A mí lo que me jode es no encontrar el sexo en los grupos, y en Los Planetas lo hay. Si no veo el elemento sexy en el escenario, me pongo muy nervioso. Joder, es que yo he venido aquí y he venido a que me folles. Y a follarte, seas quien seas. Me lo puedes hacer con un show de luces, con tus canciones o con tus botas, pero dame algo. El sexo va más allá del alma. 

“Está en mi garganta, me está cortando y sangra, me ahoga el te quiero que jamás podré decir”. ¿Sabemos ya cuándo soltar las palabras mágicas? Esto es como el primer ‘te quiero’ postcoito que uno está masticando y no termina de salir, ¿no?

A: Tenemos miedo a veces a no ser correspondidos. 

M: Yo lo digo en esa canción y también me recuerda a esos momentos postcoito. Es mi manera de decirlo… a mí también me ha costado mucho decir ‘te quiero’, curiosamente.

Has esperado a que te lo digan.

M: He esperado a hacer una canción que lo diga. Le doy al Play… (risas). Es que es un salto. Hasta me cuesta ponerlo en Whatsapp, me lo pienso dos veces.

Hay una idea que subyace en varias de vuestras canciones. Por ejemplo: “el placer se puede comprar pagando con dolor”, o “todo lo que nos gusta nos va a matar mañana”. ¿Esto es optimista o es profundamente pesimista? ¿En qué momento descubristeis que había un precio?

M: Bueno, esto es una queja. Alguien debería haber descubierto ya una droga que no diese bajones. O algún tipo de bebida alcohólica, ¿no? Aldous Huxley, el escritor, creó en su imaginario la droga “SOMA”, que era precisamente una droga alucinógena que te llevaba a mundos espectaculares y al día siguiente te sentías en paz con todo el mundo. Eso no existe. En los períodos de descubrimiento, obviamente, queríamos probarlo todo, y nos hemos dado muchas hostias por jugar con el placer hasta ese punto.

Muchos domingos.

M: Y muy malos. Y lunes, y martes, y miércoles… Y claro, es como: ¿por qué tiene que ser éste el precio? 

A: Ese es el precio de la búsqueda de la felicidad: el dolor canjeado en una resaca brutal. Es así de dura la realidad, pero ¡pagamos! Y es un precio muy alto por tratar de divertirte, ¿no?, que además a veces no consigues divertirte como deseabas.

¿Cuál es el mejor viaje mental, sensorial que habéis tenido? Un día maravilloso. 

M: Últimamente llevo unos cuantos de estos porque me noto muy cansado, muy ansioso. Con dolores… y he descubierto la meditación desde hace un tiempecito. Desde ahí voy a sitios muy interesantes que me recuerdan a los viajes de LSD, que me llevaron a sitios muy bonitos y a infiernos no tan bonitos. Hará falta entreno con la meditación, digo yo, porque con el LSD es muy fácil: te vas pitando.

A: Yo recuerdo un concierto que hicimos poco después de que mi padre falleciera. Y si lo que ya sientes habitualmente en un concierto son cosas muy bestias… imagínate ese día. Recibía la mirada y el aplauso de la gente, sentía profundamente que estaba haciéndolo al lado de mi padre. No sólo dedicándole ese concierto, sino sintiendo que estaba ahí. Esa experiencia vivida ha hecho que siempre, en cualquier futuro concierto que he hecho, siempre haya un momento en el que recuerdo ese instante y me da fuerzas. Ese recuerdo me hace superar cada tropiezo que a veces se pueda tener en un concierto. Es difícil de explicar. Es un sentimiento que sólo ocurre con esa conjunción y unión: música, escenario, nosotros, y el recuerdo de alguien querido. 

J: Yo tengo dos. Uno con mi padre, con una canción de Serrat que se llama Barquito de papel. Es un viaje emocional tremendo, es una limpieza interior: me acuerdo de cuando me sentaba en sus piernas y hacíamos barquitos de papel y los poníamos en los ríos de Extremadura, donde íbamos a veranear. Lo recuerdo perfectamente. Y luego la película de David Lynch, Una historia verdadera. Es mi película. A veces cuando llegas de la vorágine de los conciertos, camerinos, drogas, escenarios… pues no sé, me acuerdo de esto y entiendo que necesito esa paz.