Hay un hombre que se crió frente al mar y a ese mar vuelve siempre: ya no sube fotos del paisaje porque no necesita subrayar su belleza. La lleva dentro de sí. Hay un hombre que se detiene en la ventana que da al campo de olivos, que observa a su sobrina balancearse en el columpio, que admira cómo se han alzado del suelo los tomates.

Alejandro Simón Partal, que dice que no es poeta, sino persona que escribe poesía -no se cree en el oficio todas las horas de todos los días, sino algunos instantes en el año- viene en estado de gracia, sin pretensiones, con pequeñas verdades reveladas, con versos que son una forma de desobediencia.

¿Qué contradice? Bien: los plazos, las prisas, la competitividad, la hipérbole, el mundo voraz e insatisfecho que nos devora con la constante promesa de que pase algo. Su poemario En buena hora (editado por Visor, premio de Poesía Hermanos Argensola 2019) es una bocanada que oxigena los pulmones. Que nos detiene y nos reinaugura en la vida: en su contemplación, en su deleite. Que nos inserta en la belleza como espectadores. Que nos saca del after y nos cita con los árboles. Que nos suaviza el ego y nos abraza a un amigo. Que nos tranquiliza, que nos alienta, que nos inspira: es cierto que necesitábamos muy poco para vivir.

Pienso en que cuando publicaste tu ensayo Las virtudes de lo ausente hablamos sobre la felicidad. Fue en mayo de 2018. ¿Ha cambiado en algo tu concepción de felicidad o se ha ampliado en esa misma línea en tu poemario Una buena hora?

Bueno, se ha complicado más todavía el concepto: cuanto más se vive, más se complica y más difuso parece, pero supongo que eso es un significado, o un síntoma, de que vamos por el buen camino. Si tuviésemos la certeza de lo que es la felicidad o de por dónde va, seríamos unos estúpidos. La felicidad que se entiende como algo logrado sólo linda con la estupidez. Desde esa vez que hablamos, he pensado que la felicidad tiene mucho más que ver con el aislamiento, que es un componente indispensable, pero al mismo tiempo tiene mucho que ver con los demás… con las personas. Es una contradicción constante. Mi felicidad personal, aunque el concepto suene ridículo en español, se afianza en “abandonarse”. En la ausencia de empoderamiento, de masculinidad… eso me acerca a una alegría más macerada, a lo mejor. Con la poesía exploro esas visiones y esas rutas.

Es interesante eso último que dices. ¿Crees que hay una contradicción entre el ser testosterónico en el peor de los sentidos, del macho puro llamado a la acción constante; con el deseo de alcanzar la armonía, la pausa, la contemplación?

La palabra “empoderamiento” tiene sentido y valor en el movimiento feminista pero, desde luego, los que hemos estado empoderados por tradición tenemos que bajarnos de ahí, si no esto es una guerra sin fin. Me interesa el aceptar nuestra pequeñez y nuestra sumisión al mundo. Me interesa esa sumisión… el no tratar de dominar las cosas, sino dejar que las cosas te dominen a ti. Esto que tanto se habla en literatura del “camino”. El camino no existe, seguimos una inercia vital que nos lleva por un sitio o por otro. Esta idea romántica del camino como algo que va sucediendo, yo no la veo. Hay visicitudes, hay problemas que nos pegan vaivenes, que nos dan guantazos. Y vamos respondiendo y aprendiendo algo. Yo interpreto la “sumisión” como un “recogimiento”, no como un “sometimiento”, porque tampoco pienso someterme a nadie en particular, sino que aprecio el recogimiento para vivir algo más en calma, y pensar que no hay tanto que contar, ni tanto que decir. Dejar que las cosas fluyan. Ser un espectador de esa manifestación que se está produciendo ahí fuera.

Desde luego, esto da lugar también a la bondad. Machado, el que mejor dice las cosas, hablaba de la bondad como valor ético. La tolerancia como la virtud social más alta: a lo mejor eso nos da ese esfuerzo por lo bueno que tendría que suponer la poesía. Esa forma… no tiene nada que ver con la gramática, porque la gramática no sabe nada del alma, pero todo esto va para entendernos un poco y para que convivamos con algo más de armonía. Desde luego, para eso entiendo la poesía. Si en España hubiese habido más poesía, si hubiéramos estado más cerca de la armonía, políticos como Albert Rivera no habrían trascendido: se habrían eliminado directamente. Si en España tuviésemos una educación poética hacia lo bello, lo hermoso, lo noble, no habrían emergido políticos como Ortega Smith: él, en realidad, es una víctima de todo este sistema. No es culpable. Pobrecito. Es un pobrecito de algo que le ha desbordado.

A veces me da la sensación de que eres muy joven como para estar tan en paz. Escribes con cierta calma, con cierto reposo que parece que sólo da la sabiduría… pero que habitualmente tarda mucho en conseguirse. Es una poesía alejada de las barras de bar, de los comas etílicos, del sexo intrascendente..

(Ríe). Bueno, no sé. A mí me parece que hay un esfuerzo por la paz, pero… hay algo que la está perturbando. Cuando me dijiste que habías leído el poemario, lo volví a ojear y a veces veo convulsión. Tengo un fondo oscuro, como todo el mundo. Hay una tendencia a dar mucha importancia a las cosas infantiloides que nos pasan, a las labores sentimentales… sé que eso me hace muco daño y me protejo intentando educarme hacia la poesía, que es una forma de conocimiento y de reconocimiento de uno mismo. Hay determinadas abstracciones que me perturban y he intentado alejarme de ellas.

Lo que más ansiedad me crea es la histeria infantilista de nuestra generación, que está tan latente. Quiero acercarme a esa sencillez que no creo que tenga que ver con la edad, pero sí con recuperar ciertos valores. Huir de la competitividad. Hay cosas que sí ves un poco con la madurez… todo eso que era maldito, y oscuro, y que estaba impregnado por la droga… era seductor, pero más tarde ves que los más imbéciles son los que más drogas toman. Habrá que ir aligerando el equipaje. Abrazar lo que creo que nos enriquece: no es tanto la edad sino la sensación de pertenecer a una generación que se agota en la histeria. Y eso a mí no me seduce.

Dices: “Estamos bendecidos: ya nada va a poder con nosotros”. ¿Qué es eso que nos bendice? ¿Cómo avanza tu relación con dios?

(Ríe). Lo de estar bendecido tiene más que ver con el amor que con la fe. Porque en el fondo de todo, al fondo del lenguaje, a lo que aspiran las personas es al lenguaje del amor, aunque suene cursi. “Lo cursi también abriga”. Lo cursi nos produce esa calefacción que lo rudo no nos da. Para mí, la idea de la fe, al final, es que la poesía y la vida misma son un acto de fe. Pensar en dios es desobedecer a dios. Todo tiene que ver con la desobediencia. Las personas que hacemos poesía tenemos que desobedecer, que atender a cualquier acto que tenga capacidad crítica: eso es una forma de desobedecer. La fe se sostiene en la duda y eso es importante, porque es contrario a la convicción, a la certeza, al fundamentalismo.

Hay una esperanza de vivir en contra de la inmediatez, porque la inmediatez nos arrastra al peor consumo. A ese pataleo, a esa gominola que nos ahoga ahora mismo. Tiene una parte de subversión haber estado rodeado en los últimos años por gente que ha tenido mucho interés por la religión: yo soy un intruso en todo esto, pero sí me interesa lo que evoca, cogerlo para llevarlo a la poesía, que sólo es un ejercicio de vocación de la mirada. De romper todas las taxonomías que nos rigen y nos ahogan. Crear un tercer paisaje donde se respire mejor, donde el ritmo sea distinto y donde no haya espacio para los pedantes y los monstruos.

En De humanidad vivida, escribes: “Quizá no haya sido feliz, pero sé que este es mi tiempo, que tú eres mi amigo”. ¿Cómo puede ser consciente uno de todas las fortunas sencillas que poseemos si estamos muchas veces luchando por sobrevivir? Por no caer en depresiones, por llegar a fin de mes… por sobreponernos a lo urgente.

No tengo duda de que a través de la amistad, francamente. La amistad es lo único que nos sostiene y que da sentido a todas las calamidades que pasamos en la vida. La amistad es lo que hace que el alma cobre un poco de carne y sea palpable. Si se va eso es como si se apaga la luz: estaríamos envueltos en tinieblas y en la soledad más dura. La gente habla de la soledad cuando se elige y todo esto… pero lo que nos sostiene y lo que nos produce esperanza son siempre los otros. Las personas para las que estamos disponibles. La poesía es un estado de la disponibilidad, es cuando estás enamorado (más allá del amor romántico), es cuando te sientes mejor porque puedes hacer algo por alguien a quien amas. Yo cuando no puedo hacer nada por nadie me considero un desgraciado. Muchas veces me pasa.

En uno de tus poemas dices que tu generación ha elegido vivir como un pobre en la ciudad a vivir como un rico en el campo “sólo por la posibilidad”. ¿Te has alejado tú de Madrid para encontrar esa bocanada de aire?

Los poemas tienen parte de ficción y no transmiten a veces un pensamiento, sino una desazón por lo que nos rodea. Yo dejé de estar en Madrid porque dejé de tener pareja en Madrid. Me hubiera encantado seguir en Madrid, pero… no sé. He visto a mi alrededor muchas vidas que han apostado por quedarse en Madrid o en Barcelona solamente por la posibilidad de que algo pase. Gente muy notable trabajando en un Burguer King con 39 años por si llega la “gran vida”: eso es lo que nos han enseñado. Es parte de la educación del éxito. No sé si lo consigo en el poema, pero quería decir que la educación del éxito, de la euforia, nos ha llevado a renunciar a una vida a la que, como no nos han educado para ella, no podemos valorarla. “Vive la vida intensamente”: ese es el mensaje que nos dan del éxito. Una especie de ansiedad por conquistar algo… y realmente no hay que conquistar nada. Hay gente que podría vivir muy bien aceptando otro tipo de situación, pero eso les parece un “fracaso” y siguen en esa rueda.

Me gusta mucho el poema del café Oliveri, dices que te parece bien que cada año sea el café diez céntimos más caro allí, porque afrontas el “encarecimiento paulatino de lo hermoso”. “No quiero atender a otras razones, ni que ningún bobo me hable ahora del sistema”. ¿Crees que a veces nos perdemos la belleza por querer politizarlo todo?

A mí me gusta la poesía comprometida, a la vez que creo que la poesía comprometida tiene que tranquilizar. Me gusta la poesía comprometida, pero no que sea dogmática, no que me instruya, sino que me ofrezca, y la poesía tiende a veces a decir cómo tienen que ser las cosas y a posicionarse en un lugar muy cómodo, en un buenismo que no considero del todo correcto. Una cosa es que te diga eso y otra cosa es ir un día a comprarme un abrigo carísimo: ¡puede ser una tarde estupenda…! Las dos formas, las dos cosas, tienen algo. Todo depende de que eso no te domine a ti. Lo importante no es que uno crea en una cosa u otra, sino lo que haces con lo que crees. Al final se trata de vivir sin hacer daño a los demás y en armonía.

Me produce mucha desazón leer a esos autores que nos dicen siempre cómo hay que comportarse y lo que hay que denunciar. Se amparan en esa presunta transgresión… en esa protesta… pero pocas cosas son tan conservadoras y reaccionarias como lo transgresor. Cuando se intenta ir premeditadamente en contra de la corriente, pero sin saber dónde está la corriente. Prefiero colocarle al otro una almohada bajo la cabeza que ponerme en pompa en la Gran Vía a modo de performance porque tengo muchos traumas y es una forma de… (chasquea). No sé. Todos necesitamos que nos tranquilicen. Aspiramos a que no pasen grandes infortunios.

También hay algún poema de amor, o de atracción, más bien. Como el poema al chico de Bodegas Almau. ¿Sabemos si le ha llegado?

Bueno, en todos los librillos de poemas que he publicado antes que este había textos de ese tipo, pero nunca me lo preguntaban en las entrevistas. Nadie me ha preguntado nunca por el tema del sexo. En nuestra generación aún hay confusión respecto a esto, sólo espero y creo que los nacidos después del 2000 lo entenderán. Bodegas Almau forma parte de una experiencia que no es mía propiamente, sino de un amigo con el que voy a cenar, que está prendado por el camarero de Almau y él no le hace caso. Dicho esto: me lo atribuyo encantado, no me gusta decir que no es algo que yo deseara. Vivo en una transición física y espiritual, estoy ocupando nuevos espacios, y esos espacios están formados por cuerpos y por anhelos. El haber mantenido una relación de varios años con una mujer no tiene que imponerme un bigote áspero y pringoso que me impida vivir la pluralidad de la belleza, del deseo. Yo me puedo enamorar esta tarde como una burra de cualquiera, porque vivo en un arrebato continuo y eso produce mucho cansancio, pero también produce tardes memorables.

Me gusta pensar que ese poema es una forma de disidencia, una manera de romper las taxonomías. El cuerpo engendra vida y va más allá de los géneros. El cuerpo ha de estar contra las servidumbres, y nosotros podemos desarrollarnos como seres transversales e independientes, alejarnos del poder de los que no nos imponen nada. Me interesa experimentar y verlo de esa manera. Escribir poemas de amor o de deseo heterosexual me parece redundante y me siento más cómodo hablando desde un no-género, o desde otro género, desde un no-lugar. Todos tenemos las posiciones que queramos dentro y estamos legitimados en ellas.

En El hombre del lago, escribes: “(…) donde yo te miraba desde la hierba / mientras te hacías torpemente el ahogado / o imitabas a un submarino / con el cuerpo sumergido / y tu polla tiesa”. ¿Por qué escribes “polla” en vez de “pene”? O, planteado de otro modo, ¿por qué es importante llamar a las cosas por su nombre y no hay que temerle a una palabra ‘gruesa’?

Un par de amigos me decían que la quitase… pero a mí me parece como una gasolinera para descansar de momentos demasiado intensos, momentos de evocación. La polla nos regresa a lo tangible. ¿A ti te gusta que diga “polla”?

Sí, a mí, sí. “Falo” hubiera sido horrible…

“Falo” habría sido para suicidarse. El poema viene de un recuerdo. Cosas que están en tu cabeza y un día vienen. Era una imagen de la infancia de un vecino mío. Estaba con un grupo de amigos y de amigas, éramos pequeñísimos, estábamos en la orilla del mar, en Estepona… y se metió en el agua e hizo el submarino. Se sacó un pedazo de rabo. Todos nos quedamos… en fin, esa imagen era en realidad muy inocente e ingenua. Pero ya había como un simbolismo. Me pareció que las chicas se escandalizaron. Los que somos de la costa creo que sabemos que el mar nos ha traído lo mejor y lo peor.

En Días por venir dices que estamos cerca del tiempo donde la performance auténtica sea poner al otro una almohada bajo la cabeza. ¿La verdadera revolución ahora es el amor; es el amor anticapitalista; es el amor antisistema, como apunta la filósofa Marina Garcés?

No conozco bien la posición de Marina Garcés sobre esta relación, pero no me gusta relacionar “amor” y “antisistema”, quizá porque no tengo del todo claro qué significa lo segundo. Lo que sí que creo es que el amor nos golpea con lo que no hemos comprendido de la vida, y eso es algo que los sistemas ni los antisistemas suelen ofrecer. Prefiero creer que el amor solo atiende a las personas, que es un estado de disponibilidad al otro, de cuidado esencial, una organización superior que se olvida de sí misma, que no conoce posibilidad ni dominio. Quiero pensar al amor preocupándose por otras palabras más próximas.