El actor porno Nacho Vidal compartió con España, ya en 2016, que tiene una hija transexual. La niña tenía entonces nueve años. “Mi hijo Nacho ahora se llama Violeta. Al principio pensaba que mi hijo era marica y le dije que no pasaba nada”, relató, pero poco después entendió que lo que le pasaba al antiguo Nacho es que había nacido niño, pero era una mujer. “Violeta es muy madura, tiene muchas responsabilidades y una lucha que no deberían existir para alguien de 9 años. La primera barrera que vivimos fue el nombre, porque en los documentos ella aparece como Ignacio Puerta González, pero ella es una niña por dentro y por fuera. Eso como padre duele”.

La familia tuvo problemas en el juzgado cuando intentó cambiar el nombre de su hija. “El juez me dio la razón, pero la fiscal se opuso”, recordó. Contó también que, afortunadamente, Violeta no había tenido problemas en el colegio, toda una conquista en un mundo donde pervive la transfobia y se canjea en acoso y derribo, cuando no desemboca en suicidio. La tasa entre la comunidad trans es preocupantemente alta. "Desde la asociación Chrysalis estamos recaudando fondos sin ánimo de lucro para ayudar a muchas familias que no pueden y que tienen en casa la misma situación", alicató Vidal. 

Ahora la historia de la cría se ha hecho libro: Mi nombre es Violeta (Cross Books) es una novela inspirada en las vivencias de la hija de Vidal, y la firma Santi Anaya con la colaboración y el apoyo de la familia. El mensaje que desliza la obra es “si no te quiere como eres, no vale la pena”, y es perfectamente aplicable a cualquier ser humano de cualquier género. El relato arranca cuando Violeta cambia de instituto por petición de sus padres –que han tenido que cambiarse de casa-, a pesar de que en su actual colegio era feliz, tenía buenos amigos –especialmente Andrés, su gran cómplice vital- y todos la habían apoyado en su tránsito.

Su nombre es Violeta

Fue a los cinco años cuando decidió dejar de vivir asumiendo una identidad que no era la suya, y comenzó a ser libre, y comenzó a ser ella misma. Cuenta la cría que a ella le gustaba el nombre de “Sara”, pero que, como su madre le había dicho que le encantaba “Violeta”, se lo puso como forma de agradecerle su cariño y su comprensión. Lo cierto es que los padres tardaron un poco en asumir la situación, pero sus amigos del colegio lo entendieron de inmediato. Era tal la fraternidad y la distensión que incluso bromeaban con el tema: Andrés, por ejemplo, le decía en coña que le “echase un par” a su nueva vida en el nuevo instituto, mientras le recordaba que la echaría de menos con locura.

La problemática se da porque, cuando Violeta empieza las clases, no le cuenta a sus compañeros que nació en el cuerpo de un chico; que, como ella dice, es “una chica con testículos”. No quiere hablar del tema: teme las reacciones, y, además, detesta el nombre de Nacho. Cuando lo escucha le entra un sudor frío. ¿Y si alguien en el instituto conoce de su pasado? ¿Y si alguien vuelve a referirse a ella con ese nombre que no es el suyo, que nunca lo fue?

Entonces Violeta se enamora de Mario, un compañero de clase: se enamora como se enamora uno las primeras veces; se cuelga como una auténtica bestia, con toda la ilusión y el pánico, con el primer beso y los mensajes a deshora, con las citas fallidas y los bombones regalados traídos de Bruselas. Sabe que tiene que decírselo, pero no lo hace: está en paz, está disfrutando de la magia. Todo se tuerce cuando Nacho, otro compañero del instituto, se entera de que Violeta nació siendo Nacho y la humilla y la tortura: le pide, por ejemplo, que le enseñe el pene para comprar su silencio. Ella no cede a sus chantajes y él acaba contándoselo a Mario, quien, enfadado por la mentira, se aleja de Violeta. La noticia se propaga y empieza el bullying. Tanto a ella como a él: los acosadores le envían fotos de páginas de contactos de trans, gritan “banana” en mitad del pasillo y les preguntan crueldades tales como que “quién de los dos la tiene más larga”.

El debate de la operación

Violeta decide marcharse del colegio para que el acoso contra Mario cese, pero no lo hace. Así que se envalentona y un día vuelve, denuncia ante la dirección la campaña de odio de Nacho y habla con sus compañeros, explicándoles con franqueza su historia. Les habla de su dolor, de su miedo al rechazo. Les pide perdón por no haberlo contado antes. Y ellos la entienden. Algunos compañeros le hacen preguntas, como “¿cuándo te diste cuenta de que eras una chica?” o “¿piensas operarte?”. Esto último, Violeta no lo tiene claro. Sólo sabe que operarse no es una obligación, sino una opción.

Está tan colgada por Mario que, sólo por él, está dispuesta a hacerlo. Lo habla con sus padres, y ellos la aconsejan con sabiduría: “Si decides esto, que sea porque te lo has pensado, has sopesado los pros y los contras y estás convencida de que tú serás más feliz tras este cambio. Que no sea para gustarle a alguien”, le dicen. “Estaré más feliz si el chico que me gusta no me mira con asco diciendo que soy un tío”, replica ella. “Una operación no evitará eso, Violeta. Si un chico deja de verte como una chica cuando le explicas tu historia, lo hará igual tengas pene o no. Un chico así no te verá como a una chica. Te verá como a un chico operado”.

La pregunta se queda en el aire, pero una certeza llega: Mario no era la persona para ella. Ni siquiera cuando hacen las paces y él le dice que quiere volver a ser su novio… porque sólo lo hace deslizando una condición: que se opere, tal y como sus padres vaticinaron. Violeta le da puerta. Cada vez muestra más arrojo y más firmeza a la hora de coger las riendas de su vida. ¿Quién sabe? Quizá su verdadero amor sea Andrés, su amigo de la infancia, que lo sabe todo de ella y eso sólo hace que la adore más.