“Hoy no necesitamos el cuerpo para nada, ni siquiera para el deseo y apenas ya para el trabajo”, dice el filósofo marxista Santiago Alba Rico en su nuevo ensayo. “El cuerpo es un dinosaurio o una piedra de sílex. ¿O todavía nos hace falta? Me temo que aún lo necesitamos para cuidarnos los unos a los otros en una sociedad de incuria o de descuido, como la califica Bernard Stiegler. Y lo seguimos necesitando -el cuerpo- para nacer y para morirnos en una sociedad que se ha prometido a sí misma la inmortalidad, pero que sigue dependiendo del vientre de las mujeres para repetir la vida”.

¿Se puede elegir entre tener cuerpo o no tenerlo? La tesis que propone Alba Rico -guionista de La bola de cristal, descreído de Podemos- es que nuestra civilización capitalista global lo ha difuminado, le ha sacado fuera -y colocado lejos- sus órganos vitales, como, por ejemplo, internet o la tarjeta de crédito, adheridos ya a lo que somos. A lo que necesitamos. La tecnología ha convertido el cuerpo en una cáscara olvidable.

Antes, todas las cosas que me pasaban, pasaban dentro o cerca de mi cuerpo. Ahora, mi cuerpo y sus alrededores -la mesa, el árbol, los amigos- están muertos, “salvo que los coloreemos un instante mediante una fotografía y la colguemos en Facebook antes de sumergirlos de nuevo en la oscuridad”. Sentimos que la experiencia real late allá, remota. Nuestra vida se decide cada vez más lejos de nuestros brazos, nuestra entrepierna, nuestros tobillos.

¿Qué soy? Luego. ¿Dónde estoy? En otro sitio. ¿Qué tengo? Ganas. ¿Qué hago? Selfies

¿Cómo regresar al cuerpo; dónde lo hemos dejado? ¿Está en la cocina, en el sillón blando donde leo, en el dormitorio de los niños, en el relato del amor? (Empieza, tal vez, cuando se pulsa el botón de “apagar” el ordenador). Alba Rico explica en Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral) que el FMI es más real que tus enamoramientos, que la memoria corporal sobrevive a las neuronas, que la mujer cuida el mundo porque ella -y no Dios- lo ha creado, que el pesimismo crónico es soltero y macho. Habla del capitalismo como una parábola de repetición infinita; estudia el amor y el miedo; desmenuza la compasión, la vergüenza, los espejos. Sujétense mientras leen: se-están-disgregando. “¿Qué soy? Luego. ¿Dónde estoy? En otro sitio. ¿Qué tengo? Ganas. ¿Qué hago? Selfies”.

Dice que el patriarcado tiene sistemas clasificatorios que tratan los cuerpos de las mujeres como cuerpos “sí, pero siempre como cuerpos a punto de convertirse o regresar a la carne”. ¿Qué puede hacer la mujer -en lo que a la gestión del propio cuerpo se refiere- para que el hombre le devuelva un concepto de cuerpo equivalente al que tiene de sí mismo, sin cosificarlo ni, como explica al final del libro, demonizarlo o identificarlo con el mal? ¿Esta idea del cuerpo que regresa a la carne se difumina en el hombre con la maternidad?

La maternidad, ¿es esclavitud o es poder? La mujer puede hacer dos cosas: una, considerar la maternidad misma como un yugo que la ata ontológicamente al cuerpo y, por tanto, al patriarcado y convertir el rechazo de la reproducción en un proyecto político, lo que a mi juicio se podría interpretar como “asimilacionismo masculino”; o puede, al contrario, reivindicar la maternidad en condiciones de libertad y de igualdad, poniendo en el centro nuestra condición de “mamíferos” a través de un doble movimiento: desfeminización de los cuidados y desmasculinización del poder.

Si los humanos nos reprodujéramos en vasijas de barro, y no en el cuerpo de las mujeres, quizás no habría ni siquiera diferencia entre hombres y mujeres, aunque con ello no se habrían acabado los problemas. La disputa entre grupos sería en todo caso a muerte; y en condiciones capitalistas, mucho me temo, se habrían ya privatizado las vasijas de barro en favor de la casa Monsanto o del Carrefour.

En ese caso lo razonable y liberador sería exigir su “nacionalización”, como la de los otros medios de supervivencia (el agua, la energía, la salud). Pero ocurre que las mujeres no son vasijas de barro sino sujetos humanos cuyo gran poder, acompañado de una grave responsabilidad, reside en la reproducción de la vida. El patriarcado pretende “nacionalizar entre hombres” la maternidad, como si se tratase de repartirse las vasijas de barro, despojando así a las mujeres de su poder y de su responsabilidad.

O son vasijas o son sujetos libres; y si son sujetos libres habrá que reconocer al mismo tiempo su poder y su capacidad para ejercerlo de manera responsable, sobre todo allí donde felizmente la sexualidad se ha emancipado de la reproducción. Incluso en condiciones de patriarcado, digamos la verdad, las mujeres se han revelado siempre mucho más responsables que los hombres, los cuales pueden asumir su parte de “maternidad responsable” a través de los cuidados. Estoy seguro de que la mayor parte de los abusos sexuales sobre niños, que son masculinos y domésticos, desaparecerían si los hombres cambiasen los pañales a sus hijos (biológicos o no).

¿Cuánto hay de fascismo en las redes sociales? ¿No deberían, a priori, significar democratización, horizontalidad? (A propósito de “los vínculos sociales más retrógrados (…) se difunden en la red; el retroceso hacia formas religiosas muy reaccionarias (…) es directamente proporcional al aumento de nuevos gadgets electrónicos”).

Bueno, esa frase la escribo en mi libro para desmentir el optimismo ilustrado de Marx en 1857, cuando está convencido de que el simple desarrollo de las fuerzas productivas y de la tecnología va a acabar con los mitos y las supersticiones. No ha sido así. Las redes son un espacio básicamente antipuritano en el que todo cabe y en el que, precisamente por eso, dominan la pornografía, la post-verdad y las sectas apocalípticas. También la anti-democracia y la verticalidad de los “personajes públicos” construidos por la “publicidad” de las redes, en la propia inmanencia del medio. El Estado Islámico, por lo demás, maneja las redes mucho mejor que Podemos.

¿Hay fascismo en las redes sociales por sí mismas o el fascismo será su consecuencia, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos -la condena de César Strawberry o que la Fiscalía pida cárcel para una estudiante de Historia por hacer chistes de Carrero Blanco-?

Salvo excepciones, las redes funcionan mitad como urinario público mitad como patíbulo privado; y ello es así porque hay mucha gente con incontinencia urinaria y con ganas de matar. Eso ha ocurrido siempre y no es delito. La cuestión es que las redes, por su propia consistencia tecnológica y su velocidad adictiva, ponen delante lo que hasta ahora estaba detrás y ponen fuera lo que hasta ahora estaba dentro: ponen “delante y fuera” la pulsión, la “ocurrencia mental”, el insulto sumarísimo, todo eso que los cuerpos, en situaciones sociales, suelen reprimir “detrás y dentro”.

Pero es un disparate criminalizar y penalizar las “ocurrencias mentales”, el mal gusto o la mala educación. Y no digamos los chistes. Sólo las dictaduras persiguen los chistes. Sólo Carrero Blanco persigue los chistes sobre Carrero Blanco.

Si el capitalismo funciona como un relato de multiplicación y eso apela al deseo -¿incorregible?- de infinitud, ¿cómo funciona el comunismo? ¿Podría España abandonar el sistema capitalista y pasar al comunista? El periodista Paul Mason sacó hace poco un ensayo llamado Postcapitalismo que explica que el neoliberalismo agoniza por no adaptarse a la tecnología de la información. Cree que, dentro de no mucho, el mundo funcionará a partir de la economía colaborativa (Wikipedia, por ejemplo), apenas tendremos que trabajar y la mayoría de las cosas serán gratuitas. ¿Qué opinión le merece esto?

Una pintada en Buenos Aires decía: “capitalismo, tienes los milenios contados”. Si no los tiene es porque es terriblemente destructivo, incluso para sí mismo. Es cierto, como dice Zizek, que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo; y más desde una Europa post-revolucionaria en la que el comunismo, a los ojos de las mayorías sociales, parece mucho menos apetecible que el neofascismo. La única economía “colaborativa” que va a funcionar en un capitalismo en crisis, amenazado políticamente por discursos “corporalizadores” de derechas, va a ser, como siempre, la familia, y ello en detrimento de las mujeres.

Lo que sí hay que pensar son las transformaciones en la esfera de la producción, con la robotización y la creciente emergencia de cuerpos excedentarios, transformaciones que dejan fuera de juego las reivindicaciones de los sindicatos clásicos. Incluso algunos gestores del propio capitalismo están contemplando como única solución el establecimiento de una renta básica ciudadana. Es lo más cerca del comunismo que podríamos estar por el momento; y no es poco.

¿Hay algún partido político en España que no sea falocentrista?

Todos los partidos son falocentristas. Es posible que la propia “forma partido” lo sea. Pero unos lo son más que otros; y sobre todo unos luchan contra él más que otros. La CUP es menos falocéntrica que Podemos y Podemos menos que el PP, C's o PSOE.

¿Cree que una de las razones de la derrota de Clinton ha sido ser mujer?

Clinton no perdió por ser mujer, sino por ser una neoliberal elitista urbana representante del establishment.

¿Es posible ‘desfalizar’ el mundo, a largo plazo? ¿La única alternativa sería ‘vaginizarlo’ o pueden lograr un equilibrio ambos géneros? ¿Es factible la coalición o para que algún día sea posible debe implantarse antes un matriarcado y equilibrar la balanza histórica?

En un pasaje de mi libro hablo de la costumbre entre los niños varones de Bali de agarrarse a su propio pene cuando comenzaban a caminar y tenían miedo de caerse. Sujetarse al propio pene es una estupidez. El patriarcado ha generado una situación en la que el hombre busca sujeción en su pene y la mujer en el hombre, por lo que los dos caen al mismo tiempo desigualmente unidos. La solución es “agarrarse” juntos a algo exterior a los genitales.

¿La sociedad puede llegar a superar la importancia de la belleza? ¿Quizá cuando los cuerpos desaparezcan… cuando los cuerpos ya no importen?

Creo, en efecto, que la belleza está asociada a los límites en el espacio, a la necesidad de intervenir en él -puesto que no podemos intervenir en el tiempo- y, por tanto, a esa chapuza finita que llamamos cuerpo. Las cosas bellas lo son, entre otras razones, porque han resistido; porque se ve el esfuerzo que hacen por resistir. Por eso es bella la catedral de Orvieto o la sierra de Gredos. Por desgracia la belleza es políticamente tan poco decisiva como la razón.

¿Qué porcentaje de importancia tiene el físico -más allá de la belleza- de un líder político en su éxito o en su credibilidad?

El “físico” mucha; el cuerpo no tanto. No soportaríamos fácilmente un político con cuerpo. De hecho cada vez que Podemos ha intentado introducir cuerpos en el Parlamento -pienso, por ejemplo, en la hija de Carolina Bescansa- la respuesta ha sido furibunda.

¿Cómo es compatible que el cuerpo se esté anulando -”porque cada vez me pasan cosas más lejos de él”- pero vivamos en una era del culto al cuerpo? El otro día fue noticia que Naturhouse -tienda de productos dietéticos- ha abierto 156 centros en 2016, alcanzando las 2.279 tiendas. Por otra parte, el segundo libro más comprado en Reino Unido -que casi hace sombra a J. K. Rowling- es el de Joe Wicks, un entrenador personal que dice que también puede adelgazarse comiendo hamburguesas.

No es culto al cuerpo. Es culto hiperdúlico al “alma por fuera”: la imagen, sobre la que hoy se trabaja mucho más que sobre el propio cuerpo, siempre escondido bajo la alfombra. Es la metáfora del “vampiro inverso” que uso en mi libro. Los vampiros son todo cuerpo -solo cuerpo- hasta el punto de que no se reflejan en los espejos; los egos en la época de su reproductibilidad industrial son todo espejo -solo espejo- hasta el punto de que las imágenes ya no tienen correspondencia en el mundo. La frecuentación de gimnasios, el consumo de cosméticos, el gasto en cirugía estética han aumentado, y no disminuido, con la crisis, y esto como resultado, claro, de la necesidad de competir en el mercado laboral, pero también bajo esta ansiedad un poco maníaca por liberarse del cuerpo en favor de la imagen. ¿Quedan vampiros? Los inmigrantes, los refugiados, los enfermos, los ancianos, y -ya amenazados- los niños.

Si “no hay nada liberador en el sexo y menos aún en librarse de él”, ¿cómo ser libres?

Ahí estamos. En ese atolladero tenemos que maniobrar. No se trata tanto de ser libres como de ser civilizados; es decir, de no hacerse daño a uno mismo y, sobre todo, de no hacérselo a los demás. En ese margen habrá que gestionar el deseo, que es una cadena con toda clase de eslabones -uno de los cuales es precisamente la castidad. Todo son cadenas. Es muy hermoso, en todo caso, encadenarse a otro cuerpo un rato. Lo decía Sciascia y estoy de acuerdo: no hay amor sin intervención del cuerpo. Pero, ¿por qué confundir la belleza, el amor o el simple placer con la libertad?

¿Qué debe hacer Europa con la polémica del velo islámico?

Ser realmente laica y dejar a las mujeres vestir como les dé la gana. Y no promulgar leyes religiosas contra un credo determinado, contribuyendo así a construir un “enemigo interno” que justifica los retrocesos democráticos y alimenta las radicalizaciones de todo signo -las islamistas y las islamófobas.

¿Está de acuerdo con Pérez-Reverte en que “los yihadistas van a ganar; ellos tienen cojones”?

Unos tienen “cojones” y otros aviones y drones y cañones -y misiles y cámaras de tórtura y amigos dictadores muy viriles, que no rima con “cojones” pero son bastante más eficaces. A los gobiernos europeos no les pediría “cojones” -ya han hecho bastante daño sin ellos o con su versión metonímica- sino más democracia y más Derechos Humanos. Los yihadistas, que matan sobre todo musulmanes, no van a ganar, los neofascistas europeos -con toda su testosterona pérez-revertiana- puede que sí.

Si la compasión es una “media distancia”, ¿es hipócrita decir que sentimos compasión por los refugiados?

La compasión, como trato de demostrar en mi libro, está llena de matices y de peligros. En todo caso las “medias distancias” son las que mejor definen eso que aún llamamos realidad. La inmediatez del placer -o del dolor- suprime el mundo; las largas distancias -lo que no puedo ver ni representarme con la imaginación- lo vuelven inasible e indiferente. La vida digna -el amor y el pensamiento- son fruto de las “medias distancias”.

El problema es esa “cercanía sin cuerpo” que nos ofrecen las imágenes en televisión o en las redes. Como ha demostrado el caso de Siria, con su saturación de imágenes de dolor, es que la cercanía total acaba siendo la máxima distancia. Lo que vemos lo vemos precisamente porque no está ocurriendo. Y así, como decía un periodista, la red se ha convertido en el cementerio más grande del mundo

¿Cuál es el límite del poder de la palabra? ¿Qué es lo que la palabra no puede asir / conseguir? ¿En qué debe apoyarse cuando no es suficiente?

La palabra es la acción humana por excelencia, la más demiúrgica, porque construye precisamente el cuerpo. Pero el cuerpo se nos escapa por todos las rendijas. Huimos y caemos. Y la caída es lo que finalmente impone su ley, contra todas las ilusiones mercantiles: la dependencia, el dolor, el envejecimiento y la muerte.

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