En la Antigua Roma la homosexualidad sólo estaba penada en el ejército -así se instauró en el siglo II a.C.-, no en la sociedad civil, pero sin embargo estaba mal vista en todos los estratos: era considerada, sobre todo sumada a la pederastia, un gran síntoma de la decadencia griega. Los expertos cuentan que los senadores que tenían amantes hombres lo llevaban con total discreción, pero a menudo este chismorreo era utilizado por sus detractores para intentar derribarles y ridiculizarles. Fruto de la hipocresía, claro, porque en el ámbito privado los deseos de todos campaban a sus anchas.

Los enemigos empleaban otras herramientas infantiles -propias de su bajeza- para menoscabar a los legisladores y tiranos, como atacar a sus defectos físicos. En el sexo, los romanos diferenciaban claramente entre el papel activo y el pasivo, correspondiendo el primero con el varón más poderoso socialmente y el segundo con el más esclavizado o de menor rango.

Una de las víctimas de este bullying antiguo fue Julio César, que se jactaba de haber tenido relaciones sexuales con numerosas mujeres, pero que fue pillado en un romance con el rey de Bitinia en sus años más púberes. Por este cotilleo comenzaron a llamarle “la Reina de Bitinia”. Él lo negó, angustiado, en reiteradas ocasiones (incluso se ofreció a jurar ante testigos que se trataba de una patraña), y para intentar acallar esas voces se casó varias veces y tuvo al menos dos hijos, uno de ellos con Cleopatra, mientras no dejaba de alardear de sus escarceos matrimoniales. 

Su calvario comenzó cuando sólo tenía 19 años. Ahí Julio César en su primer servicio militar en el extranjero. Se trataba e una misión diplomática en Turquía y la misión era conseguir apoyo militar por parte de Bitinia, un reino aliado de Roma que se encontraba al noroeste de Asia Menor. Pronto iban a atacar Mitilene (Grecia) y necesitaban su ayuda. El rey de Bitinia era un anciano sabio que había conocido al padre de Julio César (Cayo Julio César), y que recibió con alegría y cariño al joven líder. Entonces se les acusó de haber pasado demasiado tiempo encerrados charlando y de haber intimado más de la cuenta, compartiendo placeres gastronómicos y otros tantos lujos.

Por alguna razón (seguramente su adolescencia y su escaso poder), se estableció que Julio César fue el sujeto pasivo del encuentro y se le empezó a ridiculizar como amante servicial. Decían de él que era "el marido perfecto de toda mujer y la esposa de todo hombre". Los ayudantes del soberano Bitinia contaron que ellos mismos habían conducido al patricio hasta el dormitorio del rey. Ahí fue vestido con ropajes púrpuras y le dejaron esperando al monarca tumbado en una suerte de cama. El cuento acabó llegando hasta los propios comandantes de Julio César, que lo utilizaban como coña interna, pero nunca dejaron de respetar a su superior.