El 30 de mayo de 1940 se puso en marcha la operación más difícil en la historia militar británica y una de las gestas más sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial. Las tropas británicas habían llegado a Dunkerque para ser evacuadas ante el avance de las tropas alemanas. Las tropas quedaron varadas durante días, bombardeadas y destruidas por la Luftwaffe alemana, mientras aguardaban el rescate de la Royal Navy. Una flotilla de 887 barcos de todos los tamaños y formas tenían un objetivo: devolver al Reino Unido en cuatro días a más de 330.000 soldados.

Los aviones nazis bombardearon los barcos y las playas. Un pequeño destacamento británico sostuvo durante varios días, en Calais, la presión alemana sobre las playas de Dunkerque. Hasta que fueron asesinados o hechos prisioneros. Estos hombres contribuyeron a la retirada del cuerpo principal de tropas, que se metía en el agua hasta el cuello en busca de las embarcaciones que les salvaran de la muerte. Algunas naves pequeñas se hundían por el número de soldados muertos de pánico que trataban de subirse a ellos.

El éxito de la operación se debió, en gran medida, y en palabras de Wiston Churchill, al trabajo en los cielos de la RAF, que “derrotó decisivamente a la fuerza principal de la fuera aérea alemana e infligió una pérdida de casi cuatro a uno”. Los buques que trasladaron a los soldados fueron atacados constantemente por los bombarderos Junkers. El almirante Jean Abrial, comandante en jefe de las fuerzas navales francesas en Dunkerque, pasará a la Historia como el responsable del éxito de la evacuación y el último en abandonar la ciudad ocupada por los alemanes el 4 de junio.

Hace siete años, el historiador Joshua Levine rescató miles de testimonios grabados de hombres y mujeres que participaron en la mayor evacuación de la guerra, gracias a los archivos sonoros del Imperial War Museum de Londres. En España acaba de publicarlo la editorial Harper Collins. Estos son algunos de los testimonios recogidos en la masacre en los que se inspiró el director de cine Christopher Nolan, que este viernes estrena en las pantallas la operación en el cine:

Sargento John Williams: “Antes de que saliéramos de Francia, mi madre me dijo: “No dispares a ninguno de esos pobres chicos alemanes, ¿vale?”. “No mamá”, le dije, “no lo haré a menos que me disparen primero”.

Segundo teniente Peter Martin: “Esa tarde fui al barbero del pueblo a cortarme el pelo. Me pareció algo sensato antes del comienzo de una batalla”.

Un subteniente que se arrojó al suelo de la cubierta mientras caen las bombas lanzadas por los nazis: “Me levanto tambaleándome y veo una escena espantosa. Hay sangre y carne por todas partes; cuerpos mutilados que diez segundos antes eran hombres a los que conocía personalmente, amontonados en grotescos guiñapos a mi alrededor (...) Consigo subir con dificultad hasta donde está tumbado el artillero, con el cuello y el vientre desgarrados y una mano volada. Todavía respira y gime débilmente”.

Vic Viner, oficial de 23 años enviado a BrayDunes a “organizar el caos”: “Hubo muchos que se suicidaron. Se metían en el agua. “¡Venga, vuelve aquí!”. “¡No, me marcho!”. “¿Adónde vas?”. “Me vuelvo a casa. Inglaterra está allí”. Yo les decía: “Ya lo sé, pero si te metes en el agua te vas a ahogar...”. Y aun así se metían. Estaban rendidos y desmoralizados. Eso es algo que no consigo quitarme de la cabeza”.

El soldado raso Ernie Leggett: “Me estrellé contra el techo y luego oí un estampido. Caí y choqué contra el suelo. Me di cuenta de que me habían dado. Era uno de esos odiosos morteros de tres pulgadas, y me había dado de lleno. Tenía la pierna izquierda completamente entumecida y no notaba la columna de cintura para abajo, no podía mover las piernas y solo veía el suelo cubierto de sangre. Los demás se me acercaron corriendo y uno dijo: “¡Madre mía, Ernie! ¡Lo que te han hecho!”.

Edgar Rabbets, soldado: “Un oficial disparó a otro oficial. El hombre estaba decidido a subirse en un barco. Uno de los barquitos pequeños que llevaba a la gente hasta uno de los grandes. Yo diría que el hombre lo había pasado mal, porque estaba gritando y blandiendo su revólver. El otro oficial se hartó de él y le disparó. Supongo que perdió los nervios".

El viernes 31 de mayo nació la leyenda de Dunkerque. “Aquel día llegó de verdad la Armada. Una procesión de barcos de cabotaje, lanchas, gabarras, botes salvavidas, barcazas, pataches, pesqueros, barcas a motor, esquifes, pinazas, lanchas de salvamento, remolcadores, yates y Dios sabe qué más salió de Ramsgate y puso rumbo a Dunkerque”, escribe Levine.

El convoy medía casi ocho kilómetros de longitud. Frederick Eldred, que servía a bordo del HMS Harvester, explicó que aquella era una imagen maravillosa. “Casi como una escena de vacaciones, con tantos barcos de todo tipo”. El teniente de aviación Frank Howell, del Escuadrón 609, sobrevoló el convoy. En una carta dirigida a su hermano escribió: “La flotilla que hacía la travesía entre Inglaterra y Dunkerque era digna de verse. Nunca volveré a ver tal cantidad de barcos de todas clases y tamaños en un trecho de mar como aquel”.