El 20 de mayo de 1932, un Lockheed Vega modificado despegaba desde Terranova (Canadá), exactamente cinco años después de que Charles Lindbergh se convirtiera en el primer piloto en unir ambos continentes. Casi quince horas más tarde, Amelia Earhart aterrizaba en algún lugar que un lugareño identificó como Derry (hoy Irlanda del Norte). Sólo entonces tuvo la confirmación de que había hecho historia, convirtiéndose en la primera mujer en cruzar el Atlántico en solitario. Además, había rebajado el tiempo. Y por si fuera poco, no era la primera vez.

En la primera, en 1928, había sido una integrante sin mucha responsabilidad en el vuelo que la llevó junto a dos pilotos desde Nueva Escocia (Canadá) hasta Gales. Pero fue suficiente para convertirla en la primera mujer en atravesar el Atlántico, lo que la hizo acaparar todos los focos y reconocimientos. El publicista que la había reclutado después de que la primera candidata tuviera que retirarse, George Putnam, se convirtió en su marido tres años después, en lo que sería una asociación perfecta que reforzó aún más su estatus de estrella mediática y símbolo de la liberación de la mujer. Su libro Veinte horas, cuarenta minutos, en el que relataba la odisea, se convirtió en un best seller.

En la cabina del Electra, con el que desaparecería en el Pacífico en 1937. Library of Congress

Pero nada comparado con lo que Lady Lindy (así fue bautizada por la prensa por su parecido con Lindbergh), nacida en 1897 en Atchinson (Kansas), alcanzaría tras su hazaña en solitario, que culminaba una pasión por los aviones desde que, en 1920, se subiera a uno durante una demostración. Allí descubrió que nunca más querría bajarse, después de una infancia en la que retaba a cualquier niño a que la ganara trepando a árboles o disparando rifles. Fue condecorada por el presidente Hoover con la medalla de la National Geographic Society y por el Congreso con la Distinguised Flying Cross, la primera mujer en recibirla.

Sin embargo, Earhart tuvo claro que aún no había tocado techo. Una legión de pioneros estaba batiendo récords, trazando cada vez más líneas en el aire y tocando todos los puntos del globo, y ella no quería quedarse atrás. En 1934 se convirtió en la primera persona en volar desde Hawái a Washington con escala en California, una ruta maldita hasta entonces. A partir de ese momento se dedicó a planificar su apuesta más ambiciosa, dar la vuelta al mundo ciñéndose en lo posible a la línea del Ecuador, algo que nunca nadie había hecho antes.

Un primer intento fracasó en marzo de 1937 al perder el control al despegar de la base de Pearl Harbor. Finalmente, Earhart, junto al navegante Fred Noonan, decidieron hacer el viaje hacia el este. A bordo de un Lockeed Electra 10E, el 21 de mayo, justo una década después del viaje de Lindbergh y cinco después de su propia travesía del Atlántico, despegaban de Los Ángeles para acometer el reto.

Amelia Earhart junto a uno de sus aviones.

En sucesivas etapas, fueron pasando por Florida, Puerto Rico, Venezuela, de ahí a África y el Mar Rojo, Pakistán, Calcuta, Birmania, Tailandia, Singapur e Indonesia. Según avanzaba el vuelo, la aeronave fue resintiéndose del esfuerzo y fue necesario repararla. Además, ella enfermó de disentería. El 29 de junio llegaron a Nueva Guinea. El 2 de julio, despegaron para una nueva etapa que debía llevarles a la diminuta isla Howland, donde un guardacostas, el Itasca, la esperaba para darle apoyo y cobertura por radio.

Sin embargo, el Electra nunca llegó. A lo largo del vuelo fue informando de la posición y de las malas condiciones meteorológicas, hasta que cesó toda comunicación. Para el final del día, quedó claro que el avión se había extraviado y que nunca llegaría a Howland. El presidente Roosevelt autorizó el mayor despliegue registrado hasta ese momento para la búsqueda del avión, en el que se invirtieron cuatro millones de dólares y se involucraron numerosos buques de la Marina y un gran número de aviones. Todo en vano.

La explicación oficial fue que el Electra perdió el rumbo, fue incapaz de encontrar su pequeño objetivo, y cayó al mar tras quedarse sin combustible. La noticia causó una honda impresión en el país. Quizá por eso existen varias vías que buscan desmentir la versión oficial. Una de las más en boga en los últimos tiempos, basada en el registro de un esqueleto que pudo pertenecer a la aviadora, sostiene que en realidad lograron llegar hasta la desierta isla de Nikumaroro, donde pasaron una larga agonía de semanas en la que incluso habría enviado mensajes de radio de socorro captados por algunas personas en América. Otra, más rocambolesca, hablaría de que fueron capturados por los japoneses, y o bien asesinados, o bien devueltos con identidad falsa a Estados Unidos, donde Amelia habría fallecido de anciana. El aniversario de su desaparición promete seguir añadiendo argumentos a la leyenda.