La batalla legal -y cultural- está servida: el Tribunal Supremo de Brasil ha revocado la decisión de un magistrado de segunda instancia que permitía al alcalde de Río de Janeiro, Marcello Crivella, censurar libros que aborden temáticas LGTBIQ para no contaminar los pensamientos de los menores. Es una pequeña victoria en la polvoreda de una gran guerra. Todo el zafarrancho viene por un cómic de Marvel donde dos jóvenes, uno rubio y otro moreno, se besaban apasionadamente mientras colocaban sus manos sobre el cuello del otro. Molestó a los intolerantes. Peor aún: a los intolerantes del establishment político.

Son muchas las cuestiones que se desprenden de esta problemática: en primer lugar, el ecosistema homófobo impulsado por Bolsonaro en Brasil -la idea de que la homosexualidad se enseña o puede ser objeto de adoctrinamiento, así como la demonización de cualquier opción que se salga de lo hetero-. Segundo: la represión a la libertad artística en todas sus formas. Esa tendencia desemboca en una nueva tiranía: la cultural, donde sólo se alimente a las masas con los estímulos diseñados por el Gobierno. Muerte a la pluralidad. Muerte a la diversidad. Muerte a la disidencia. Muerte a la inteligencia.

El beso gay censurado.

Si Marcelo Crivella -en su condición de pastor evangélico- se siente ofendido por un beso gay y su misión es eliminarlo de la vista pública, no sólo tiene trabajo, sino que habrá de enfrentarse al arte cristiano que también ha expresado pulsiones homoeróticas. Puede empezar por la Capilla Sixtina, esa obra excelsa de Miguel Ángel, ese centro neurálgico y puro del cristianismo. El genio renacentista ya retrató a dos machos corpulentos besándose y abrazándose nada menos que en su fresco del Juicio Final. Celebraban que habían sido bendecidos. Que estaban salvados. Que eran hermosos, que se deseaban y se querían bajo la atenta mirada de dios: nada malo pasaba.

Besos gays en el Vaticano

La historiadora del arte y profesora de la Universidad de Pisa Elena Lazzarini, en su libro Desnudo, arte y decoro, señala otro ramalazo homosexual en el mismo fresco, pero en esta ocasión, en el espectro de los castigados: es cuando “un condenado es conducido al infierno agarrado por los testículos”.

La venganza de Miguel Ángel.

El pintor también acaba sentenciando al maestro de ceremonias Biagio de Cesana, quien había intentado censurar los genitales de sus obras: Miguel Ángel -genio homosexual- se vengó retratándole con orejas de burro y siendo mordido en los testículos por una serpiente. No iba a permitir que tapase la sensualidad masculina. No pensaba obviar las formas y las curvas; ni, con ellas, el deseo en la mirada del otro.

El hermafrodito.

Lazzarini sostiene que Miguel Ángel encontró la inspiración en burdeles donde otros hombres practicaban la prostitución, y, por eso, “los cuerpos masculinos, muy viriles, que componen el Juicio Final, corresponden con la apariencia de peones y cargadores retratados durante el trabajo, con los músculos tensados y con el cansancio y el esfuerzo reflejados en sus rostros”. El erotismo de Miguel Ángel ya fue reprendido en su momento por la Iglesia que se erigió como dominante tras el Concilio de Trento: hoy volvería a ser mal mirado por beatitos estilo Marcello Crivella. Tampoco se achantaría: siempre reivindicó a los hombres que se deseaban en plena casa de Dios.

En la intensidad con la que Jesús y Judas se miran durante el beso plasmado por Giotto también puede leerse una complicidad masculina bestial, aún siendo el ósculo de la traición. El listado es extenso. En 2017, el Museo del Prado, para celebrar el día del Orgullo LGTBIQ, inauguró una exposición llamada La mirada del otro. Escenarios para la diferencia, donde recorría artísticamente las manifestaciones “de amor no heterosexual”, esto es, todas las representaciones de identidades sexuales que no se ajustasen a las normas sociales del momento.

Jesús y Judas, por Giotto.

Ahí El rapto de Ganímedes, de Rubens, donde el dios Júpiter, convertido en águila, secuestra al joven para convertirlo en su amante. Explicó el comisario de la muestra que durante siglos los artistas habían utilizado la mitología como excusa para abordar el deseo entre personas del mismo sexo. Condición: los protagonistas debían ser dioses que no estuviesen sometidos al imperio de lo cristiano.

El rapto de Ganímedes, por Rubens.

Ojo a El maricón de la tía Gila, de Francisco de Goya: puro personaje queer que esquiva las expresiones normativas de género. No hay aquí, sin embargo, una rareza criminalizada, sino una mirada de ternura, de humanidad, hasta de compasión por parte del artista. Lo retrató porque lo valoraba, porque, de alguna manera, lo respetaba. Goya pintó a ésta y a otras personas que habitaban los márgenes de la sociedad en uno de sus cuadernos de la primera década del siglo XIX, pero no acostumbró a incluirlas en sus cuadros.

El maricónd e la tía Gila. Francisco de Goya.

Puestos a censurar, el alcalde de Río de Janeiro tendría también que acabar con Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda, de Juan Sánchez Cotán. Brígida fue un personaje popular a finales del siglo XVI y representaba a un género entonces considerado “anómalo”, intermedio, incluso demoníaco. Rompe la estructura binaria. Chirría. Aquí sí hay una mirada despectiva, una mirada que señala su condición como algo no deseable. Resulta casi una advertencia hacia el hombre afeminado. En el mismo sentido está el Hermafrodito de Matteo Bonuccelli, una aproximación a la transexualidad. Aquí un cuerpo femenino con pene.

Brígida del Río.

Distinto es el caso de Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes, de Rubens, donde el héroe griego se traviste para engañar a sus compañeros y evitar ir a la Guerra de Troya. El San Sebastián de Guido Reni ha sido directamente considerado como un icono del erotismo gay: a la primera propietaria de esta obra, Isabel de Farnesio, llegó a incomodarle tanto que pidió que se cubriese una mayor parte de su cuerpo. Sin olvidar La muerte de Jacinto, de Giovanni Battista Tiepolo que representa una pasión homosexual que acaba en tragedia. Aquí Apolo mata accidentalmente a su amante, Jacinto. El dios Pan, guardián de la sexualidad masculina, sonríe con una mueca burlona desde el cuadrante derecho.

En la cama, el beso.

Mucho menos frecuente es la representación artística del amor lésbico: especialmente reseñable En la cama: el beso, de Toulouse-Lautrec, que forma parte de un conjunto de cuatro obras donde el artista retrata a prostitutas. Aquí un descanso erótico entre mujeres. Otra buena muestra de nuestro machismo histórico: ha estado más presente el deseo entre hombres que entre mujeres. En cualquier caso, al Brasil de Bolsonaro se le acumula el trabajo: borrar la historia del arte gay es borrar la historia del arte.