Cuenta Ruth Sánchez -autora junto a Jessica Belda de la obra Españolas, Franco ha muerto, dirigida por Verónica Forqué, que llega al Corral Comedias de Alcalá el 29 y 30 de enero- que cabría preguntarse si el dictador ha muerto de la misma manera para los hombres que para las mujeres. “Efectivamente, no ha llevado el mismo ritmo de muerte para unos que para otras. La Transición fue un momento muy abrupto para todos y en aquel momento se levantaron ciertos estereotipos sobre lo que debía ser una mujer”, sostiene.

“Ahí pareció que ya habíamos ganado la igualdad, que no teníamos que reflexionar ni analizar nuestras propias historias y nuestras desigualdades particulares. Pero no partíamos de la misma línea de salida que los hombres”. Explica la autora que existe una suerte de herencia en cuanto al “arquetipo de mujer” que se nos inculcó entonces. “Era una idea de mujer única. El franquismo se ocupó de ello gracias a la Sección Femenina y a la Iglesia, y consiguieron que toda mujer que se desviara de esa idea férreamente construida fuera severamente castigada, no con las leyes, sino condenándola a un ostracismo social, que es también un ostracismo interior”.

La tesis que desarrolla la pieza teatral es que a las mujeres nos dieron gato por liebre cuando abrazamos, felices, la Constitución, para sacudirnos casi cuarenta años de castración nacionalcatólica: “Paciencia -nos dijeron-, es el tiempo de la democracia, no del feminismo”. “Fue un borrón y cuenta nueva ficticio”, relata Sánchez. “Pareció que nosotras teníamos que trabajar nuestra propia igualdad, hacer méritos para ser tan buenas como el hombre de al lado. Esa experiencia nos llevó a vivencias muy neoliberales. Tuvimos que obviar por decreto que no partíamos del mismo lugar y que esas mujeres no tenían las mismas condiciones que sus compañeros”.

Machismo transversal

Los ochenta, dice, fueron unos “cimientos de barro”. “La Transición de las mujeres no ha estado bien analizada ni afrontada”. ¿Por qué nunca tuvimos, entonces, una Constitución feminista? “El porqué es sencillo: el machismo es transversal, de izquierda a derecha, del fascismo a la democracia. Nosotras hicimos bastantes entrevistas antes de ponernos a escribir y una cosa quedaba clara: todas las luchadoras por la igualdad o por el feminismo tuvieron que aparcar o retrasar esa lucha en pos de la democracia. Era una especie de excusa”, resopla.

¿Nos engañaron? “Sin ser experta en temas constitucionales, creo que no había que haber olvidado la desigualdad milenaria y haber contado con más leyes a favor de la inclusión por parte del Estado. Mas becas específicas para mujeres, por ejemplo. Cuotas. Lo contaba también Justa Montero con respecto a la seguridad social y las cotizaciones durante los noventa y hasta los dos mil. El Supremo ya ha avalado que las jornadas parciales coticen el mismo número de días que las jornadas a tiempo completo, pero era una cuestión de desigualdad porque las parciales las hacen en su mayoría mujeres”.

Y continúa: “Que yo recuerde, hasta finales de los ochenta, los estudiantes en las universidades eran mayoritariamente hombres. Las mujeres, con su propio esfuerzo, han tenido que ir ganando cuotas sin diferenciar entre si eras hombre o mujer en las becas. Tenía que haber quedado más atado de forma constitucional, no haberlo dejado al albur de las políticas y de las leyes posteriores que dependiesen de la ideología de cada partido. Como sucede con el aborto: el hecho de que se pueda estar legislando sobre él dependiendo del signo político es porque no está lo suficientemente bien expresado en la Constitución”.

Desideologizadas

En su investigación, le sorprendió descubrir “que había habido un intento de amnistía por los delitos específicos de la mujer, que había existido esa petición de amnistía en las Cortes Constituyentes”, esboza, acordándose de Maria Dolors Calvet. “Ella y muchísimas otras estaban convencidas de que no eran delitos comunes, sino delitos políticos: la prostitución, el adulterio…”. Otra cosa que le llamó la atención. “Aunque lo sabía, me hice más consciente del vacío brutal que vivieron esas mujeres que estaban iniciándose en el feminismo: les cercenaron toda conexión con el pasado”, lamenta.

“No habían podido conocer, como conocemos ahora, a sus antecesoras, a las que pedían libertades, a las sufragistas… ni siquiera habían tenido a la posibilidad de conocer a una mujer de su propia familia que tuviese alguna profesión. Estaban completamente desarraigadas en lo ideológico, sin referentes de ningún tipo. También sucede ahora de alguna manera, porque en el imaginario popular quedan, como nombres de la Transición, Felipe González, Carrillo, etc., pero hablar de Justa Montero o de Lydia Falcón parece circunscrito a los estudios de género. No sabemos quiénes son las mujeres que hicieron tanto por nosotras”, explica.

El destape

También cuestiona la presunta liberación sexual femenina que se dio en los tiempos del destape: “¿Esa hipersexualización de finales de los setenta venía del deseo real de las mujeres de vivir su sexualidad de otra manera, o respondía al deseo de los hombres heterosexuales? ¿A quién servía? Es importante hablar de eso, y de la reivindicación de las feministas de ser madres cuando quisieran, y de la anticoncepción. Hubo cosas alucinantes: hasta principios de los setenta, podían llevarte fácilmente a una especie de reformatorio por haber mantenido relaciones sexuales con tu novio”.

¿Qué hay de todo eso en el presente? ¿Cómo valora la irrupción de Vox en medio de la última ola del feminismo? “Hay dos tipos de mujeres: las de Vox, por ejemplo, a las que no les importa ser machistas; y otras como Patricia Botín que son feministas liberales. ¿Por qué lo hacen? Porque pueden. Igual que los negros de EEUU pueden decir, una vez conseguidos determinados derechos civiles, ‘ni racismo ni antirracismo’. Si fueran esclavos, no podrían decirlo”, señala.

Su manera de no sufrir por ello, apunta, es “no confiar en nadie”. Y se explica: “No creo ya que la ideología vaya aparejada a un comportamiento x. Hay muchas personas de izquierdas que son machistas igualmente. Tampoco creo, a estas alturas, que nada esté exento de discusión. Con eso voy tirando”, sonríe.

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