Dice el músico Guille Galván, integrante de Vetusta Morla, que para él la poesía es una “herramienta de búsqueda y de conocimiento personal” que le sirve de “puente” con el resto de la gente para entender lo que le rodea. Como cuando uno cuelga el cartel de “no molesten” en la habitación del hotel, por dentro, y se dice a sí mismo “espero respetarme toda la noche”. Como cuando uno quiere “el veredicto antes de las pruebas”, “la verdad saltándome el lenguaje”. Como cuando observa a ese espécimen con la batería agonizando y mirándose en el reflejo del móvil: “Se hace selfis para estirarle los mofletes al presente / y que le lancen pescado crudo como a las focas del zoo / en el pase de las siete”.

Habla de su ciudad como de un “chopo enfermo”. Habla de las banderas como “ropa vieja de hostal barato”. Habla de las casas que se rebelan contra sus sueños cuando están a punto de irse a vivir a otra. Habla de la patria como de un beso de buenas noches. Habla de El Palentino en venta y de las “eco experiencias pendientes de ser evaluadas en Tinder, Grinder, Four Square y Airbnb”.

Habla del mundo con ternura, con análisis, con cotidianidad y con cierto desapego, a veces en el estilo a golpe seco de Roger Wolfe o de Karmelo C. Iribarren. Habla de Madrid y de sus grietas. De los pájaros. Del “fósforo de las vanidades”. Del amor romántico y del decadente: “Cuando te apartas / de esa manera tan extraña / cada gramo de nuestra carne / es spoiler de puro hueso”.

Todo lo escribe en Desencontrarnos (Lunwerg), un poemario ilustrado que arranca en la víscera propia para llegar a la colectivo: “El libro hace el recorrido desde lo más minúsculo, que es lo que tiene que ver con el ‘yo’, con uno mismo, hacia la necesidad o la obligatoriedad de entender esa frontera con los demás como parte del conocimiento. O de esto que está tan de moda, ¿no?, la identidad y la necesidad de reafirmarse individualmente. Nada de eso tiene sentido si no es teniendo en cuenta a los demás, si no nos ponemos en el contexto de que somos colectivos”, cuenta a este periódico.

Poemas cerquita del suelo

Los suyos no son poemas sordos, no son poemitas de cristal o de museo ajenos al embate del mundo y a las ruinas leídas en los periódicos: lo mismo escupe sobre la gentrificación que sobre los “anuncios de mierda” de las casas de apuestas. Lo mismo te mete a Securitas direct en una línea y te deja noqueado. Llama a las cosas por su nombre, Galván, no se entretiene mucho en la floritura ni en la cursilería. Hasta usa anglicismos. Rompe la -repugnante- pureza que se le atribuía a los poemas y los regresa a la calle conocida, al banco favorito, a la taberna de siempre. Y a todas las grandes y pequeñas preguntas, más bien cercanas a la tierra y

“Estamos en un momento en el que todo lo que tiene que ver con lo emocional ha ganado la partida en la política a lo racional. Es paradójico, porque si lo basamos todo en lo emocional, tu sentimiento es tan válido como el mío y así no podremos llegar a ningún acuerdo”, explica. “La poesía tiene una frontera interesante y es que consigue poner lo emocional en un contexto más amplio: ahí no puedes poner tu sentimentalismo personal por encima del de otro, o nos estaríamos convirtiendo en reinos independientes con miedo a ser asaltados y ofendidos en cada momento”.

Cuenta Galván que nos meten por todas partes las frases del coaching, del “pensar en positivo”, del “tendrás lo que te mereces”, de “sonríe y lo lograrás”: “La oscuridad, dice un poema, es donde se revelan las fotografías. Gracias a la oscuridad y a tener paciencia con uno mismo salen cosas hermosas y horribles: las grandes manifestaciones artísticas vienen en un momento de pausa. A los médicos no les puedes pedir pausas, porque tienen que salvar vidas, pero nosotros tenemos la suerte de poder tener reflexión en nuestro trabajo y no generar contenidos a lo loco, como lo llaman ahora. Tiempo para crear y para hacer eso recorridos por la oscuridad”.

Sé feliz (por cojones) 

Dice el músico que “ya está bien con todo este imperativo de la felicidad”: “Si nos lo llegan a colocar en el siglo XV o XVII diríamos: ¿pero qué nos estás contando? Hemos cambiado el yugo de la religión por la culpa por no ser felices. Genera neurosis tener que estar demostrando todo el rato que eres más feliz que el de al lado, como en Instagram. Señores, dejen de decirme cómo me tengo que sentir y dejen de obligarme a cambiarme a mí mismo, como si fuera una lavadora, cada cinco meses. Eso es: cambiar la culpa de la religión por la obsesión del capitalismo con vendernos productos para ser más guapos y más felices. Esa es la nueva espiritualidad: vendernos cosas para que nos sintamos bien. Pues no, qué coño: nos sentimos mal, y es humano y natural. Es un año de mierda, y no vamos a salir mejores. Ojalá salgamos, pero que encima no nos obliguen a salir mejores”.

Dice que el “amor romántico” necesita a su lado al “amor apretao” -que sería sinónimo del práctico-: “El amor práctico sería la consecuencia sana del romántico. Supongo que este tema tiene que ver con cierta superioridad moral que ha habido durante un montón de tiempo, este ‘yo estoy por encima porque me entrego al amor romántico’”.

Se refiere a un “cambio de paradigma importante”: “A nivel artístico, venimos de un siglo XX en Europa donde la obra siempre va apegada a un personaje masculino atormentado con una vida interesantísima, mucho más que la tuya y la mía, y la lectura se basa en aspirar a tener esa vida. Escritores, estrellas del rock. Y de repente viajas y dices ‘joder, en Colombia o en México esto no lo viven así, lo viven de una maenra que tiene más que ver con la comunidad’. Qué pesada esta imagen de artista europeo heredada del romanticismo. Está cambiando. Como dice Lichis: que se joda la poesía si es a costa del poeta”.

Cultura popular

En sus versos igual cita a Bad Bunny que a Rubén Blades o a Cecilia. “Con el tiempo te das cuenta de que las canciones se completan cuando llegan al público y el público las convierte en populares. No me refiero con eso a que tengas más seguidores o a que tus conciertos estén más llenos, sino a hacer una canción que la gente la cante y no sepa ni de quién es. Algo que todo el mundo se sepa. ¿Qué más da de quién sea? Lo importante es la canción. Ojalá hubiera escrito la sintonía de Barrio Sésamo”, cuenta.

“Yo creo que Cecilia, Bad Bunny o Rubén Blades buscaban lo mismo. La música que nos marca es siempre la que hemos escuchado de adolescentes, luego lo demás lo vas matizando y corrigiendo. Pero yo creo que, en distintas épocas, todos ellos han escrito la misma canción. Cuando pasen doscientos años y las analicemos quizás veamos que hay menos diferencia de la que ahora pensamos”, sonríe.

Con las mismas, reivindica a Perales, ese cantautor mágico al que muchos tachan de caspa. “Yo digo: joder, ¿por qué este tío no está dentro del top de gente como Serrat o como Sabina? Quizás desde el punto de vista del personaje o de la interpretación no ha dado el mismo juego. Perales es excelente y está muy valorado internacionalmente”, subraya.

Tanto es así que nos cuenta una anécdota: cuando fue por primera vez al Sahara, a los campamentos de refugiados, “como eran grandes anfitriones, organizaban una pequeña actuación para nosotros en las dunas o en el centro local”: “Llaman al grupo saharawi de la comunidad que va vestido con sus trajes populares y tal y nos imaginábamos que nos iban a tocar sus canciones. Bueno, pues la primera fue ¡Un velero llamado libertad! Era como el himno no oficial del Sahara, una canción importantísima para ellos: significa su libertad anhelada y su lucha”.

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