Las criadas de Juan Genet -en las Naves del Español en Matadero desde el 9 de octubre al 8 de noviembre- no es una obra social, sino una fábula loca enfrentada a sí misma. Es un juego poético, un fantasma tintineante, una pesadilla cruda, abierta al aire. Hay símbolo y hay recoveco y hay matiz y hay lumpen en esta propuesta traducida y versionada por Paco Bezerra y dirigida por un lucidísimo Luis Luque. Es teatro para revolver las entrañas: no es el teatro amable que te cuenta lo que tú quieres oír de la vida ni con el que te recuerdas a ti mismo que eres una buena persona porque has pensado bien, porque te has puesto del lado de los buenos

No hay buenos en Las criadas, no hay puros, no hay beatos: las dos sirvientas que ambicionan -odian y aman a la vez- la vida de su señora en esta obra nos devuelven con su mirada lo pérfido que hay en nosotros. Y lo legítimo. Nuestras oscuridades nativas y adquiridas. Todos los días, en su ausencia, las dos mujeres pobres se travisten de la rica. La ven -injustamente- hermosa. La idolatran. Y, mientras, planean asesinarla.

¿Podrán ser ellas libres alguna vez? ¿Podrán ser jóvenes, bienaventuradas, guapas? ¿Podrán vestirse como se visten aquellas que acarician el día hasta la hora del té? Qué haremos con la rabia verde y con el miedo blanco. Qué haremos para amasar toda esta inquina y esta orfandad. Qué haremos para triturar la perplejidad y subirnos encima de algo que, al final, fue la vida, pero que por ahí llamaban "mala racha". 

No tengo claro de qué va esta obra: en tu propia visión y versión de Genet, ¿cuál es su tronco, su tema fundamental? ¿Lucha de clases, envidia, admiración, fetichismo, travestismo, revanchismo?

Su tronco es la falta de amor: lo que les pasa a las criadas porque no conocen ni los cuidados, ni el cariño, ni las buenas palabras, ni el buen trato. Se vuelven locas o pierden la cabeza porque no hay nadie que las quiera bien. Para mí va más allá de la lucha de clases: más que eso es querer que las quieran, querer ser guapas, querer vestir bien… ¡lo que quiere todo el mundo!

Ahí aparece la frustración y la locura: cuando el anhelo no se desarrolla. Hay una fractura. Yo he intentado reforzar la compasión que me devolvían los personajes, la humanidad, no la máscara. La máscara ya está en el personaje de la señora. He querido dignificarlas: más allá de mitos o iconos del teatro, son personajes que desean ser amados.

¿Hubiera sido posible otra vida para ellas?

Ellas habían soñado con ser libres. “En tu recuerdo seremos jóvenes y guapas”, dicen. A ellas se les pasó la vida. Aunque no hubieran tenido dinero, quizás hubieran tenido la libertad de viajar, leer, admirar la belleza del mundo, disfrutar, formar una familia… imagino a mujeres humildes y felices. El proletariado, la clase trabajadora, los currantes… no tienen sólo la aspiración de tener dinero, sino de ser felices. En mi casa éramos felices y no había mucho dinero.

Háblame de este componente personal con el que te relacionas con la obra. He leído que sientes guiños a tu madre y quizás a esos orígenes sencillos.

Conozco las servidumbres. Mi padre era portero de finca, que en los años ochenta era como ser mayordomo o amo de llaves del edificio. Mis padres eran gente de campo que emigró a la gran ciudad en busca de una educación buena para sus hijos, como todo el mundo. Mi madre limpiaba en casas, como cocinera y friegaplatos. Desde esa clase popular y trabajadora vivimos algunos desmanes de los burgueses, algunos desplantes. Me acuerdo de las yemitas que nos regalaban en navidades las pijas del edificio. Esa condescendencia hacia el pobre.

Le decían a mi madre cosas como “ah, vosotros no habréis probado nunca el salmón ahumado”… dando por supuesto que había ciertos alimentos que ni conocíamos porque eran muy caros, y bueno, ¡sabíamos lo que era el salmón! Quizás un domingo al mes, quizá un día más especial, pero lo sabíamos. Esa mirada paternalista y condescendiente de las vecinas pudientes siempre la odié. Tener recursos y poder irte a Venecia a cenar no te da derecho a joder ni a maltratar a nadie. Las criadas tiene algo que ver con eso. Esta obra es un grito de rabia. La escribe Genet con 37 años, era su primera función, y era una necesidad. La escribió en la cárcel.

En vuestra propuesta hay una infantilización de las criadas, son los títeres blancos de la señora, sus muñecas viejas, has dicho en alguna ocasión. Es una forma de representar la desigualdad. ¿Qué hacemos con ese paternalismo por parte de los poderosos hacia los pobres, hacia los subyugados?

El pobre tiene que dejar de estar orgulloso de ser pobre y el rico tiene que dejar de estarlo de ser rico. Ojalá nos pudiéramos encontrar en una igualdad humana y reconocernos en el miedo y la alegría del otro. En la infantilización… hay algo. Algo en los uniformes de los criados, algo en la idea de que estén guapos y aseados, y sin identidad. El minimalismo es uno de los tics burgueses y el blanco tiene que ver con mis pesadillas, que son muy en blanco.

Si hay algún infierno, será blanco: no oscuro ni en llamas. Será un sinfín blanco y eso, en sí mismo, es aterrador. La señora tiene a las criadas como dos monjas, como dos muñecas impolutas. Hay un juego infantil y hay elementos del cine negro, del cine de terror de los años cuarenta, de Qué fue de Baby Jane, todos estos elementos de la gente que se queda atrapada… como hitchcoknianos. La fantasía visual está para acompañar el alma de estas mujeres, para contar su personalidad tan rota.

¿Crees que sigue existiendo en 2020 la lucha de clases? Las clases sí, claro, pero ¿y la lucha?

El anhelo existe. El pobre quiere tener más dinero, y el que lo tiene, quiere más, lo quiere todo para él. Hay unas lógicas que no tienen que ver con la lucha, sino con el deseo. Además, en este sistema todo se camufla: la televisión de plasma la puede tener casi todo el mundo, y eso nos hace sentirnos en una igualdad que es inexistente, porque en las crisis siempre vemos quiénes caen primero.

Hay una domesticación.

Sí, porque tenemos un móvil inteligente, ¿no?, y porque hemos podido acceder a calidades en la vida que te hacen perder un poco el norte, además de que por supuesto tenemos que atender y escuchar a un sector que realmente está pasando hambre. Nadie está luchando, sólo se está sufriendo. No hay posibilidad de lucha. Tienes que salir a jugarte la vida en un metro lleno, tienes que salir a trabajar sí o sí. Estamos perplejos. Todo nos está dejando mudos de miedo. Estamos en una ceremonia de confusión tremenda.

¿Es posible una revolución, una revancha histórica contra los poderosos y sus violencias?

No. La tensión entre la pobreza y la riqueza siempre va a existir, como existe el norte y el sur, el verano y el invierno… los polos, las lógicas binarias que nos hemos construido y con las que vamos a seguir tensionándonos. No vamos a vivir ninguna revolución de los criados ni de los pobres, cada vez que se ha hecho una mira cómo ha acabado, como la Revolución Francesa, con diez años del terror más absoluto. No viviré yo un cambio de paradigma. En cualquier caso, suplantar a los ricos por nuevos ricos que antes eran pobres no es la solución de nada. Se trata de repartir, de vivir bien todos, sanos y protegidos.

¿Cuándo se vuelve uno sumiso? Hay un momento en el que nos volvemos miserables y además nos regodeamos en esa miserabilidad.

Tiene que ver con la confusión. Aceptamos la violencia o nos volvemos sumisos cuando al mismo tiempo hay una contrapartida amorosa. Lo vemos en el maltrato. “Te he dicho esto porque te quiero”. Esa unión entre el sacrificio o la exigencia a cambio de amor… ahí es donde entra el maltrato y la sumisión. Lo vemos en las violencias domésticas, en el trabajo, en las familias, en el empresario con sus trabajadores. Cuando uno está confundido con el amor o la admiración, ahí entra la sumisión. La señora de la obra les dice a las criadas que las quiere como a sus hijas, que les quiere dejar todos los vestidos de su casa… aparentemente, las trata muy bien.

La violencia es subterránea, más sofisticada.

Eso es.

Quería preguntarte también por los retratos, a veces maniqueos, que se hacen de los personajes enfrentados, en este caso el rico y el pobre. ¿Por qué históricamente, o artísticamente, se ha tendido a dibujar a los pobres como los santos, como las eternas víctimas? Eso les quita mucho relieve, ¿no? Pienso ahora en Parásitos, donde sí estaban diluidos esos límites.

En Viridiana hay una escena terrible donde los criados comen, no sé si te acordarás: donde comen y se roban entre ellos y se maltratan. Esa visión del alma humana dentro de un parámetro de pobreza me interesa un montón. Ya no es un ejercicio paternalista -que lo odio- ni una lógica terrible y binaria de los pobres son santos y los ricos son malos, porque hay pobres que son muy hijos de puta y con los ricos pasa igual. El alma humana es una cosa, otra es la condición social, que te puede complementar la maldad o la bondad.

Es la mirada paternalista que se ha tenido hacia el pobre. A mí me gustan las historias donde los pobres albergan maldad, sueñan, ambicionan, detestan, aman… no son buenos, no son unos angelitos, son seres humanos. Genet era un ladrón. Y la mujer de Goytisolo le decía “no lo invites más a la casa, que cada vez que viene se lleva cuatro libros”. Fue a prostituirse a Barcelona. Sublimaba la maldad del asesino y eso me atrae. No era un condescendiente. Entendía el lumpen.

¿Qué hay de la idea de que la señora esté interpretada por un hombre, Jorge Calvo? Dejó dicho Genet que todos debían ser interpretados por hombres, ¿por qué?

Porque era un provocador. Fue la primera función que hizo en la cárcel y fue con hombres, y ya dejó dicho que la idea es que las criadas las interpretaran hombres y jóvenes. Hay mucho en esta obra también de fetichismo y de travestismo, hay cosas de su universo. Pero yo sí quise rescatar las figuras femeninas en las criadas y la figura masculina para convertir a la rica en un monstruo, para otorgarle esa cierta monstruosidad… aunque las sirvientas la ven como si fuera espectacular y preciosa, virginal, magnífica…

¿No tiene que ver entonces con darle al varón un patrimonio de la violencia y del autoritarismo?

No, es más bien por el mariconismo de Genet y por la búsqueda de la mujer o de la burguesa monstrua. Las criadas ven a una diosa, se creen que están sirviendo en casa de Beyoncé. Pero el público ve a un señor calvo al que no le hemos puesto pelucas y que no actúa con ademanes. No pone la voz. Lleva un traje de Balenciaga increíble y es perfecto. Es temible.

¿Hay alguna lectura de género en esta obra?

No por mi parte, para mí hay asesinas en serie, tías que lo han intentado y lo van a intentar. Toda la España negra me fascina, y tiene más que ver con eso: con la envenenadora de Valencia, con Puerto Hurraco, con la dulce Neus… con todos esos personajes tan siniestros de la España reciente. A Genet le daba igual el compromiso social, le daba todo igual, en realidad: sólo defendió un poco a los Black Panter de EEUU y era más bien por su fijación con la raza negra, que era más carnal que social.

Donde haya lumpen, está Genet, que nos decía que había que escuchar al monstruo. Que era un ladrón, un prostituto, un falsificador de documentos… y vinieron Sartre y Cocteau a salvarle de la cadena perpetua. Él sabía que todo villano debe ser escuchado, que no debe ser enterrado. Todo monstruo encierra humanidad. Ahí los grandes monstruos de la historia de la literatura, Frankenstein, el hombre lobo, etc.

¿Dónde hueles tú la sexualidad en esta obra?

En que a las criadas les excita la humillación. Son sadomasoquistas. Se agreden y se excitan en lo oculto, lo siniestro… y lo subliman. El sufrimiento de la señora porque el señor está en la cárcel les parece maravilloso. Una maravilla, el sadomaso. Esto de “me gusta que me insulten”, “me gusta que me humilles”… Paco (Bezerra) tiene una fantasía de imágenes de la naturaleza muy interesante que entronca muy bien con Genet, pero es directo, y muestra claramente a través de su poética que a ellas les gusta ser humilladas. Que en el sufrimiento las personas adquieren belleza. Cuando uno está mal, está más guapo, ¿no?

Quizá por eso de que ya no aspira a nada, de que no hay nada que ganar.

Sí, con la cara lavada, hecha polvo y fantástica.

¿Hay impunidad en esta obra?

Bueno, la hay porque si no no hay conflicto. Es una fantasía poética, no es una obra social. Es una tragedia y la protagonista no puede coger la maleta y salir, aquí nadie decide irse y se va: aquí las criadas cometen un error trágico y eso hace que los acontecimientos se precipiten. La enseñanza es que no hay salida. No hay moralejas. Sólo la locura y el caos. No hay camino. Y no podemos salvarlas.