Miguel Ángel Quintana Paz es profesor de Ética y Política en la Universidad Europea Miguel de Cervantes (Valladolid), investigador, Premio Nacional de Terminación de Estudios en Filosofía y Premio Extraordinario de Doctorado por su tesis Normatidad, interpretación y praxis: Wittgenstein en un giro hermenéutico nihilista. Es un pensador privilegiado, agudo, didáctico, y de recursos infinitos. 

En esta entrevista, el filósofo reflexiona sobre la sumisión del pueblo español ante las autoridades, fantasea con una rebelión contra "los incompetentes" del Gobierno -pero le consta que no se llevará a cabo-, sacude a la cultura de la condición sine qua non de la bondad y apunta a que el discurso de Jorge Javier Vázquez va en paralelo con la Doctrina Marlaska. 

También cree que esta crisis acentuará las diferencias entre los ciudadanos que vivían siempre en martes y los que vivían en viernes y sugiere que "un justo orgullo patriótico es el punto al que debemos aspirar". Pero, como a todos los seres de pensamiento complejo, es mejor leerle y aprenderle más allá de los titulares. Adelante. 

¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás —del ser humano, en sentido profundo—?

De mí, y dado que mi padre falleció hace un mes, he tenido que aprender a ser huérfano. Es una de las cosas que más me está costando en la vida. Por comparación, el mero confinamiento se me ha hecho leve. Ya me quedé en casa varios meses sin salir durante la etapa final de mi tesis doctoral; tiempo, por cierto, en que mi padre solía traerme tuppers a casa, para ahorrarme el tener que cocinar. Ahora he de aprender a vivir en un mundo sin tuppers.

Del ser humano también he aprendido cosas, pero más sencillas. En realidad, solo las he corroborado. Por ejemplo, la historia y la sociología del siglo XX ya nos habían enseñado que los humanos tenemos una inusitada tendencia a aceptar cuanto provenga de la autoridad. Sí que me han llamado la atención los datos que acaba de publicar Bloomberg: que los españoles somos el pueblo que más rigurosamente hemos acatado el confinamiento. Es curioso, pues también estamos en el podio de mayor número de muertos en relación a su población. Sabía que el ser humano era sumiso, pero ignoraba que en España estuviésemos a la cabeza.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

Que los españoles íbamos a rebelarnos contra este Gobierno de incompetentes, con tics autoritarios, que nos guía. Está claro que es un pensamiento absolutamente desconectado de la realidad; pero ya sabe usted, a los filósofos a menudo se nos acusa justo de tal desconexión.

¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo? ¿Cómo valora la actuación del sector cultural estos tiempos?

No creo que la cultura nos salve de nada. Cuando yo era estudiante, durante la guerra de Bosnia, varias de sus peores atrocidades las ordenó Radovan Karadžic, hoy condenado por crímenes de lesa humanidad. Pues bien, Karadžic, aparte de político, era poeta y psiquiatra. Creo que cuando ves cosas así en el telediario te inmunizas para siempre de cualquier fe en que la cultura nos vaya a salvar de nada. Por si no quieres tomarte la molestia de estudiar cuán refinadamente cultos eran muchos ejecutores nazis del Holocausto, claro.

Ahora bien, que la cultura no nos salve de nada no significa que no importe. Tampoco la vida nos salva de nada, de hecho es la que nos pone en todo tipo de riesgos, y no por ello deja de importarnos.

Respecto al entretenimiento: ¿cómo valora que el tema más comentado en medio de una pandemia sea el llamado Merlosgate, polémica liderada por Sálvame, donde Jorge Javier Vázquez ha pasado a convertirse en un icono de la izquierda?

No seamos injustos con Jorge Javier Vázquez. Ha tenido la virtud, reservada a pocos intelectuales de la historia, de sintetizar en pocas palabras un sentimiento extendido. Cuando se quejó de que sus tertulianos critiquen al Gobierno, reflejó perfectamente la doctrina Marlaska, según la cual la guardia civil debía tenernos a todos los ciudadanos vigiladitos estos días, por si creábamos un clima adverso a nuestros gobernantes.

Cuando Jorge Javier Vázquez añadió “¡Este es un programa de rojos y maricones!” tampoco estoy seguro de que se alejara demasiado de los sueños de Marlaska para España. Advierto ya que yo no tengo excesivo problema con la segunda parte, pero que convertirme en rojo me va a costar un tanto. A mi edad, me da pereza hacer lo que Jorge Javier o Marlaska anhelen para mí o para nuestro país.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra futura concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

Ya antes del coronavirus habitábamos un mundo de desigualdades en que algunos, como decían las Vainica, vivían siempre en martes. Mientras, otros teníamos la fortuna de ganarnos la vida con lo que nos apasiona, es decir, vivíamos siempre en sábado, o al menos en un viernes perpetuo. La arrolladora crisis que se nos viene me temo que acentuará estas diferencias.

Si fuésemos inteligentes, aprenderíamos de esta pandemia que muchas de las cosas que antes hacíamos de manera presencial pueden hacerse de forma más cómoda y ecológica desde casa. Si fuésemos inteligentes, retomaríamos el proyecto que algunos nos creímos cuando empezó internet: que nos permitiría a muchos vivir y trabajar casi desde cualquier lado, lo que vendría bien para la España despoblada, pero también para la España hacinada que es hoy Madrid. Si fuésemos inteligentes… vale, me doy cuenta de que de nuevo caigo en el vicio filosófico que le mencioné antes, el de la desconexión con la realidad.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿Con qué se canjea?

A lo largo de la historia de la filosofía ha habido, por resumir, dos nociones muy distantes de qué es la libertad. La primera incide en que ser libre es poder hacer cosas. Cuantas más cosas puedas hacer, más libre eres. Está claro que esta cuarentena nos ha quitado libertades ahí.

Sin embargo, una segunda idea de libertad insiste más bien en que ser libre equivale a no vivir dependiendo de otros. Es la idea de Spinoza: eres más libre cuanto más dependas tan solo de ti.

Fíjese en que estas dos ideas de libertad pueden resultar opuestas: a veces, cuanto más dependo de otros (por ejemplo, cuanto más dependo como amante de alguien que me mantenga) más cosas puedo hacer (más viajes, joyas o incluso un pisito puedo permitirme). Es decir, sería poco libre en el segundo sentido, pero mucho en el primero. Y también puede darse la situación opuesta.

En esta línea, creo que el confinamiento será ambivalente. Por una parte, a algunos nos ha enseñado, nos ha forzado, a aprender a vivir mejor con nosotros mismos. Nos ha hecho más libres, spinozianamente. Pero la espeluznante crisis que se nos viene también encenderá los deseos de depender de cualquiera (el Estado, la UE…) a cambio de poder seguir haciendo las cosas que hacíamos antes. A Spinoza, en este segundo sentido, lo dejaremos un tanto de lado.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?

Otra cosa que tenía clara Spinoza es cómo maneja el poderoso a quienes aceptan depender de él: a través del miedo y la esperanza. Nuestro Gobierno se ha prodigado en una cosa y la otra. Pedro Sánchez nos ha intentado atemorizar con que, si no se prorroga el estado de alarma, no habrá ayudas económicas; todo el PSOE nos ha tratado de asustar con que, si difundíamos lo que ellos consideren bulos, podría castigársenos. A Pablo Iglesias, por su parte, le ha tocado engatusarnos con esperanzas: os pondré un “escudo social”, no sufriréis esta crisis demasiado gracias a que yo os gobierno, etcétera.

Por lo tanto, los españoles afrontamos, como tantas otras veces en nuestra historia, una disyuntiva. Si nos creemos los miedos y esperanzas con que quieren manejarnos, entraremos en una era ominosa. Ya tenemos tuits de la policía nacional incitando a que nos denunciemos unos a otros, por cosas tan vacuas como “si no somos solidarios”. No descarto que en el futuro nos trasladen también mandatos como el de ser obedientes u honrar a nuestros líderes. Un montón de paparruchas éticas, que no superarían un curso de 1º de Filosofía, pero que, oye, si te lo dicen unos tipos con una pistola al cinto te ves forzado a prestar atención.

¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad; reforzará el sentido de Estado? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?

Parece que la última encuesta del Real Instituto Elcano mostraba un aumento del orgullo de ser españoles, incluso entre la gente de izquierda. Confieso, sin embargo, no tener ni idea de a qué se debe. ¿Al igual que en mayo de 1808 los españoles nos crecemos ante las dificultades y entonces batallamos por nuestro país? ¿Acabaremos montándole un Dos de Mayo al gobierno cuya inepcia tanto daño y muertos nos ha causado? ¿Derribaremos de su trono mediático a Jorge Javier Vázquez, que terminará animando a jubilados los jueves por la tarde en un hotel de tres estrellas de Salou?

En cualquier caso, hay que felicitarse si el orgullo por nuestro país repunta. Vivíamos en un mundo loco en que se nos decía que era superimportante para cualquier mal estudiante conservar su “autoestima”, hiciese lo que hiciese; pero a la vez era tremendamente peligroso que, como país, tuviésemos unos mínimos de esa misma estima propia.

La verdad es que, sin orgullo propio, estás sujeto al arbitrio de cualquier cantamañanas que te quiera someter. No es de extrañar, pues, que muchos nos negaran ese derecho. Ante ellos hay que recordar el justo medio de Aristóteles: la soberbia patriotera está mal, pero no peor que el acomplejamiento pusilánime. Un justo orgullo patriótico es el punto al que debemos aspirar.

Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.

Parece que los neurólogos han demostrado que las canciones tristes nos alivian momentos ídem. Por eso voy a recomendar When I am laid in earth de Henry Purcell; quizá la pieza más afligida de toda la música clásica. Y mencionaré una película que hace buen uso de esa composición: El pájaro de la felicidad, de Pilar Miró. Toda una señora reflexión sobre si la soledad nos permite ser felices: no me explico que no sea una cinta más famosa.

En cuanto a libros, por seguir con la racha, mencionaré el que la protagonista de ese filme, interpretada por Mercedes Sampietro, lee casi obsesivamente: Palabra sobre palabra, de Ángel González. “Es la felicidad lo que hoy lamento. / No el dolor verdadero / que enmudece; / sino esa sutil forma de tristeza / que no es apenas nada / más que ausencia de dicha”.

Foto de Rodri García. The Objective.