Ismael Serrano: cantautor, poeta, escritor, militante de la memoria histórica y artista implicado en la izquierda española. Artesano de nuestro imaginario sentimental con sus canciones eternas, desde Papá, cuéntame otra vez a Si se callase el ruido. Ya saben ustedes: "Ruido de patriotas que se envuelven en banderas / confunden la patria con la sordidez de sus cavernas. / Ruido de conversos que, caídos del caballo / siembran su rencor perseguidos por sus pecados". Charlamos con él sobre el Covid-19 y sus tentáculos: ética, cultura, desigualdades y libertad. 

¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

Supongo que es pronto para decirlo. Queda lo más duro. Quizá he aprendido como todos a valorar esa cotidianidad de la que ahora carezco. Existe el tópico de que el hogar del músico es la carretera y este encierro rompe ese mito. Mi hogar es el espacio que habito con los míos, con mi familia, con la gente a la que amo y a la que echo de menos cuando no estoy en casa. Irse de gira es maravilloso. Pero estar en casa también.

No voy a caer en el error de romantizar este encierro. También nos ha enseñado lo frágil que es nuestra seguridad y nuestro bienestar. Y que tenemos que cuidar el bien común y mirarnos más los unos a los otros. Que la realidad no es la que marca la tendencia en Twitter. Y que vivimos más aislados los unos de los otros de lo que creemos: de repente hemos descubierto que tenemos vecinos y que comparten los mismos anhelos y los mismos miedos.

El encierro ha señalado también una terrible desigualdad: en las redes sociales están quienes exhiben sin pudor cómo hacen deporte para sobrellevar el encierro desde sus maravillosos jardines mientras otros viven hacinados en pisos interiores sin ventanas al exterior. Hay quiénes podrán vivir cómodamente sin trabajar este periodo de cuarentena y hay otros que se han visto obligados a acudir a sus puestos bajo amenaza hasta el último momento.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

Esa sensación de irrealidad que lo empapa todo. Decía Pessoa que la poesía consiste en otorgar a lo cotidiano el misterio de lo desconocido. Todo esto es inédito y desconocido así que sobrevuela algo de poesía onírica en nuestro día a día. Lo de onírico no es en positivo. Tiene mucho de pesadilla.

¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?

Creo que los músicos escribimos canciones porque nos aterra la soledad. Y hacer canciones es una forma de evitarla. Somos como críos asustadizos y egocéntricos. De hecho somos dados a pensar que nuestro mundo interior es apasionante, más que el del común de los mortales.

Esto de la creación artística, que es producto más de un déficit que de una virtud, se convierte en un mecanismo terapéutico en tanto nos conecta a los unos con los otros, nos hace entender que no estamos solos cuando nos enfrentamos a nuestros anhelos, alegrías o tristezas. En estos días la música sirve también como testimonio de ese mundo anterior al encierro que está ahí esperando a que la emergencia termine. Toda esa vida, todos esos amores y desamores, todas esas cosas que parecen mínimas en estos días, se revelan como indispensables. Y las canciones nos dicen que volveremos a ellas algún día.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

La verdad, ni idea. Viviremos algo parecido a una posguerra. Saldremos de entre los escombros recuperando quizá una mirada a largo plazo que habíamos perdido. Nos creíamos invencibles, creíamos que el progreso tecnológico y social nos mantendría a salvo de algo así. Esto sin duda dejara una enseñanza.

Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?

Más humanista. Hay una épica en la batalla diaria que no te puede dejar de emocionar. Baste como ejemplo la del personal sanitario dándolo todo a pesar de las dificultades.

Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo?

No estamos hechos para el encierro, creo. Como en el viaje a Itaca al que le canta Kavafis: no se trata tanto de la meta como del viaje, de prolongarlo y saborear el instante. A eso nos llama la vida: a emprender siempre una búsqueda. Somos de alguna manera parecidos a los tiburones, condenados al perpetuo movimiento para poder respirar.

¿Encerrados sacamos lo peor -la verdad- de nosotros mismos, como en El ángel exterminador de Buñuel?

Y lo mejor. No creo en las generalizaciones a ese respecto. El encierro nos hace un poco miserables en tanto en cuanto somos capaces de saber lo que hay afuera esperando, de lo que perdemos. Pero también nos invita a soñar y a crear, a ser inventivos, como al personaje de Jack London en El vagabundo de las estrellas (me temo que estoy romanizando el encierro y no quería).

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?

Sí. Salvo las excepciones habituales. Y no solo por miedo. En contra de esas distopías apocalípticas tipo The Walking Dead que redunda en la idea de que el infierno son siempre los otros y que hay que ser hiperindividualista para salvarse, desconfiando siempre del prójimo, creo que hay una tendencia natural a la responsabilidad cívica y a la solidaridad en momentos de emergencia. Y si no es natural será adquirida pero está ahí.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?

Hemos renunciado a la libertad de manera temporal. Solo el consuelo de que la recuperaremos es lo que nos mantiene cuerdos. Es incanjeable.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión de Sánchez?

Creo que es pronto para hacer valoraciones políticas. Esta emergencia sanitaria ha pillado desprevenidos a todos: desde a la OMS hasta a todos los gobiernos mundiales. Quizá los asiáticos más entrenados en este tipo de situaciones y epidemias y más dados a la disciplina cívica han estado más a la altura.

Esta situaciones pueden servir para recuperar un sentido de Estado que se estaba perdiendo. Resulta casi hilarante leer a quienes a día de hoy siguen defendiendo el turbocapitalismo como solución a los problemas. Nada más alejado de la realidad: solo con un Estado que ampara, con una Sanidad Pública fuerte, con políticas sociales que protejan al ciudadano podremos salir de esta. La Europa de la posguerra se reconstruyó desde las ruinas con el Estado del Bienestar: creo que la salida de esta crisis impondrá sus refundación y fortalecimiento.

¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?

Más aún. Creo que puede servir para reformular el sentido de la patria. La patria no puede ser una bandera o un himno sino una comunidad en la que todos cooperan solidariamente sin dejar afuera a nadie. Y sí, ayudará a relativizar el hiperindividualismo imperante: solo la mirada hacia lo común asegura el progreso.

Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.

Ojalá un libro (o una película o una canción). Por desgracia nos tocará visitar más de uno. Por suerte los hay.