Aspasia era una mujer brillante, genuina, bella, misteriosa, distante: una hembra dinámica e intelectual, una auténtica rara avis allá en sus fueros atenienses, una joven escurridiza y admirada por los maestros de la época que, sin embargo, ha pasado a la historia como una mera prostituta, cómo no, por la misoginia de los autores, aunque no existen datos que puedan atestiguar que fuese concubina. Así lo cuenta el profesor de Estudios Clásicos en Oxford Armand D’Angour, que acaba de publicar Sócrates enamorado (Ariel), un libro que arroja luz en los puntos ciegos de la vida, el pensamiento y la trayectoria emocional del filósofo. El pobre no pudo hacer frente a una mujer como ella, a la que conoció alrededor del 450 a. C., y por quien siempre vivió boquiabierto.

Los expertos la tildan como una de las mujeres más controvertidas y extraordinarias de toda la Antigüedad clásica. Aspasia, hija de Axíoco, tenía sólo 20 años cuando fue en barco hasta Atenas con su hermana y su cuñado, Alcibíades El Viejo. Éste último había sido desterrado de la ciudad de Mileto -que era un centro de comercio bullicioso situado al otro lado del Egeo- por reyertas políticas. Aunque muchos de los investigadores estimaron que Aspasia viajó con su hermana y su cuñado para apañar en Atenas un matrimonio de prestigio con un aristócrata ateniense, lo cierto es que la tesis no tiene mucho sentido, porque sólo un año antes, en el 451 a. C., Pericles había introducido una ley de ciudadanía que impedía que los hijos de mujeres no atenienses se convirtieran en ciudadanos atenienses.

Es decir, esta ley servía para disuadir a los hombres atenienses de clase alta de que se casaran por conveniencia con mujeres no atenienses: la idea es que este cambio mejorase el estatus de las madres nacidas en Atenas y ser “ateniense” se revalorizase. En cualquier caso, Aspasia era toda una joya de joven y no necesitaba un hombre para nada. Sus padres la habían educado en una mentalidad progresista, abierta, y además su formación era bastante ambiciosa. Era persuasiva, hermosa, experta en el amor y en la retórica: con todo ese arsenal sedujo al mismísimo Pericles, que le doblaba la edad y ya tenía dos hijos de otro matrimonio, pero quien se había divorciado hacía diez años.

Su amor con Pericles

A él se unió aproximadamente en el año 445 a. C., dejando a Sócrates con cara de póker. Hay autores que cuentan que Pericles estaba tan enamorado de Aspasia que “durante todo el tiempo que duró su relación, no dejó pasar un solo día sin darle un beso por la mañana y otro por la noche”. Aspasia fue la esposa de Sócrates de facto, aunque no de nombre -Pericles, como es lógico, no podía saltarse su propia ley sobre la condición de ciudadano ateniense-, pero esta circunstancia la minusvaloró a los ojos de la sociedad. Los poetas satíricos se burlaron de esta unión y llamaba a Aspasia “puta”, y a su hijo, el niño Pericles, “bastardo”.

Ahí poetas como Cratino o Hermipo, que soltaban en sus textos bilis y resentimientos contra una mujer tan poderosa como Aspasia; o los biógrafos, que la tildaron de “concubina con ojos de perro”. Plutarco, por su parte, la comparó con Targelia, una cortesana jónica que seducía a hombres poderosos y ejercía su influencia sobre ellos. Lo más bonito que le dijeron fue “hetaria”: una hetaria era una cortesana de alto nivel, bastante más respetable; una mujer que procedía de una familia no ateniense y que se dedicaba al entretenimiento. Las heterias eran jóvenes de exigente nivel educativo e independientes en lo económico que, por supuesto, proporcionaban favores sexuales a cambio de dinero y que ofrecían diversiones refinadas en los banquetes más selectos. Chicas de compañía.

Algunas eran tan poderosas que podían ser consideradas auténticas empresarias, porque eran dueñas de su propio burdel. Sin embargo, ningún dato ni ningún escrito antiguo nos permite suponer hoy que Aspaia era una hetaira. El profesor D’Angour lo deja claro: todo esto pinta a calumnia misógina. Lo cierto es que Pericles amó con locura a Aspasia y que la honró “sobre todas las mujeres” hasta que él murió a causa de la peste en el año 429 a. C.

La mujer que todo lo sabía

Aspasia, no se lo pierdan, aparece en El banquete de Platón bajo el nombre ficticio de Diotima, que significa “honrada por Zeus”: ahí es cuando Sócrates dijo que ella le había enseñado “todo lo que sabía del amor”, parece ser que en calidad de terapeuta sexual y de pareja -la mayoría de sus discursos versaban sobre el amor-. El filósofo reconoce que Aspasia también le había instruido en cuanto a componer discursos fúnebres se refería, concediéndole total solvencia intelectual, y al nombrarla así es capaz de asumir ciertos vínculos con una mujer que no era su esposa ni pariente suya. En un párrafo de Jenofonte, cuando preguntan a Sócrates cómo puede instruirse a una mujer, él responde: “Te presentaré a Aspasia, porque ella sabe mucho más que yo del asunto. Ella te lo explicará todo”. En esa época no era normal valorar así la elocuencia de una mujer.

Tras la muerte de Pericles -por cierto, otro gran orador al que ella preparó-, Aspasia pasó a ser la pareja del político ateniense Lisicles, con el que tuvo un hijo. Nunca volvió con Sócrates, quien pasó a idealizarla toda su vida y a recordar siempre la “inextinguible pasión” que sentía por ella, registrado tal cual en un poema de Hermesianax en el siglo III a. C. El autor cree que no llegó a consumarse este amor y que la relación debió verse obstaculizada por “la preocupación del propio Sócrates por las voces interiores, su tendencia a la catalepsia y su inclinación a seguir un camino en la vida”. No dejó espacio para un torrente como Aspasia de Mileto.