María Torrens Tillack Dani Pozo

La seguridad que transmite y el temple con el que expone su trabajo y opiniones llaman la atención cuando se descubre que es más joven de lo que aparenta. Tiene 22 años y se licenció en 2013 de sus estudios de Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo, pero es como si ya hubiera acumulado años de carrera profesional tras de sí.

Acaba de finalizar la beca Masar de la AECID con la que ha estado investigando a la sociedad egipcia en Baseera, un centro de estudios independiente de la capital egipcia. Charla con EL ESPAÑOL sobre el papel de las mujeres en Egipto durante una reciente visita a Madrid en la que expuso los resultados de una encuesta sobre los servicios públicos básicos en Egipto. Dice que las elecciones parlamentarias que comienzan este fin de semana en su país no van a cambiar nada.

Dispuesta a morir. Literalmente. Así se sentía cuando el 28 de enero de 2011 salió a la calle junto a miles de ciudadanos en un “viernes de la ira” que acabaría con la era de Hosni Mubarak. Hoy está decepcionada. Recuerda que muchos murieron en el camino, para acabar -dice- igual que antes. “Yo era optimista, pensaba que se pondría en marcha la modernización del país con gente más abierta de miras en el Gobierno. Pero solo fuimos capaces de descabezar al régimen y el régimen sigue ahí”.

Ella votó a Mohamed Mursi, el primer presidente elegido democráticamente en Egipto tras la Primavera Árabe, del hasta entonces y ahora de nuevo prohibido partido de los Hermanos Musulmanes. Lo derrocó el Ejército en julio de 2013 en un episodio que el Centro de Documentación Internacional de Barcelona (CIDOB) describe como “un golpe de Estado en toda regla, [que] se produjo en el cuarto día de unas gigantescas protestas populares en demanda de la dimisión del mandatario, acusado de autoritarismo, de mala gestión y de pretender imponer una agenda islamizadora”. 

“Yo voté por Mursi, pero después lo odié. Estaba tratando de pintar Egipto de un color que nos gustaba, (…) quería islamizar el Estado y no queremos ser Irán (…). No hubo una ley específica que impusiera el velo, pero el propio ambiente lo fomentaba, porque la primera dama lo llevaba, las parlamentarias llevaban todas velo... ahora vuelve a ser una elección personal”. Aún así habría preferido que siguiera gobernando el resto de su legislatura para “dejar que el proceso democrático siguiera su curso y la gente aprende de las elecciones que toma”.

¿En qué época ha vivido mejor entonces: con Mubarak, Mursi o con el presidente actual, Al Sisi? “Con ninguno de ellos, [sino] en el periodo tras la caída de Mubarak, porque había espacio para que cada uno diera su opinión y dijera cómo veía el futuro. Yo estaba cursando tercero de carrera y hacíamos debates en los que cada uno defendía un punto de vista. Era emocionante”, recuerda.

Basura en las calles y agua sucia para beber

Ahora la ley antiterrorista prevé multas para los medios que den versiones contrarias a las informaciones oficiales sobre atentados y define “terrorismo” de forma tan vaga, según Human Rights Watch, que podría incluir actos de desobediencia civil.

“Pienso que es exactamente el mismo régimen que el de Mubarak, un régimen que trata de transmitir que estamos evolucionando. ¿Pero cómo podemos hablar sobre desarrollo, sin hablar de la satisfacción de las necesidades básicas de tu gente, que está bebiendo agua sucia o [vive con] malas infraestructuras de saneamiento o [una] mala gestión de la basura, [que se amontona en las calles]?”. Esos son precisamente los temas abordados en el estudio presentado por esta joven politóloga en España.

Trabajo presentado por Salma Dahab en Madrid.



Para entender mejor los resultados de la encuesta, Salma Dahab realiza dos puntualizaciones. La primera: “Cuando preguntas por el nivel de satisfacción en Egipto, tienden a responderte que están satisfechos, porque en Egipto tiene implicaciones religiosas. Nuestra mentalidad dice que si dices que no estás satisfecho, estás en contra de la voluntad de Dios”. La segunda: "Las personas con estudios universitarios eran las más reivindicativas, “porque conocen sus derechos”, mientras que personas menos formadas tendían a la satisfacción.

Un coche para vestir como quiera

El día que habla con El Español, Salma Dahab lleva una falda ceñida que llega por encima de la rodilla y una blusa sin apenas mangas. Pero mientras en Madrid se mueve como pez en el agua posando para el fotógrafo de EL ESPAÑOL en la calle, en su Cairo natal nunca saldría así a disfrutar de una de sus aficiones: patearse la ciudad. Asegura que de ir vestida así a un lugar público, la insultarían. Tanto es así, que uno de sus objetivos para los próximos años es “tener coche propio para poder vestirme como quiera”.

Salma Dahab posa con soltura junto a la sede de la AECID. Dani Pozo Madrid

“En Egipto, [las mujeres] no tenemos la mentalidad de tener nuestro propio espacio personal, no está bien visto”, asegura. Por eso está planeando hacer su trabajo de fin de carrera sobre el concepto de vivir sola, ahora que en su país algunas mujeres se están decidiendo a independizarse y vivir solas o bajo su propia responsabilidad. “La sociedad considera que la mujer debe vivir bajo la responsabilidad de alguien: de su padre, madre, marido o hermano… Pero no puedes salir y vivir tu vida o tener amigos que sean chicos. En algunas familias sí se da, pero no es lo habitual”.

Ella tiene esa suerte. Cuenta que su madre, con quien vive, “acepta” que tenga amigos que son chicos y que vengan a casa. “Y es lista al permitirlo, porque quiere que yo esté abierta a todo. Pero no aceptaría que yo viviera sola. Ya lo hablé con ella y me dijo que si lo hiciera, no volvería a hablar conmigo”, comenta.

A la madre de Salma le cuesta dejarla volar. Y en su viaje a Madrid la metáfora se hizo literal, pues cuando supo que debía viajar a la capital española por trabajo, su primera reacción fue decir que se apuntaba. “Yo le dije que quería venir sola. Ella respetó mi deseo, pero sé que en su fuero interno estaba deseando venir. Sé que quería conocer una nueva ciudad y viajar, pero también venir por miedo por mí, saber cada cosa que hago… creo que era su motivo principal”, confiesa Salma. Pero no le molesta, habla de ella con enorme cariño y añade: “Creo que tengo suerte, porque mi madre es más tolerante que otras, que no dejan viajar solas, tener amigos que sean chicos, llevar faldas…”.

Saca el siempre recurrente y polémico “tema del velo” como supuesto termómetro de la libertad de las mujeres musulmanas. Comenta que no era algo que preocupase a nadie en Egipto cuando su madre era joven. “Empezó en los años 70, cuando los egipcios empezaron a viajar a los países del golfo [Pérsico]”, explica. Reconoce que aunque con Mursi no hubo una ley específica que impusiera el velo, “el propio ambiente lo fomentaba, porque la primera dama lo llevaba, las parlamentarias llevaban todas velo… pero ahora vuelve a ser una elección personal y si no lo quieres llevar, no lo llevas”.

Aunque indica que algunos padres y madres fuerzan a sus hijas a llevar el velo siendo muy jóvenes. “Podríamos tener una ley que prohibiera llevar velo hasta cumplir 21 años y así ya serían personas maduras y podrían decidir lo que quisieran”, propone.

'Vale tanto como 100 hombres'

Salma se queja de que “para la mayoría de los egipcios, el hombre es más fuerte, más responsable y se puede confiar más en él”. Cita una expresión egipcia que se utiliza para valorar positivamente a una mujer: “vale tanto como 100 hombres”. Se enfada. ¿Cómo puede ser que esa sea la vara de medir?

“Las mujeres en Egipto son poderosas pero no están empoderadas. Son serias, responsables, todo. Las mujeres son espectaculares. Pueden hacer de todo. A veces son mejores que los hombres en su trabajo”, comenta. “Para mí, ver madres egipcias que son capaces de mantener a su familia con un presupuesto muy pequeño y cuidar de sus hijos con todas las dificultades que las rodean, demuestra que son muy fuertes”. Considera que es una cuestión cultural que deben cambiar las autoridades.

Hija de una analista financiera y un banquero divorciados, ha perdido el contacto con su padre y su referencia varonil la encuentra en su hermano mayor. Lo considera un buen amigo, pues dice que “no es como los hombres egipcios, tiene una mente muy abierta”. Esa apertura de su madre y de su hermano le ha facilitado disfrutar no solo de su trabajo como investigadora de la sociedad egipcia, sino también llegar a la gran pantalla.

La polifacética joven egipcia sueña con ser independiente. Dani Pozo Madrid

Sí, Egipto es un gran productor de cine del mundo árabe y Salma es la actriz secundaria de Factory Girl (2014) una premiada película, que llegó a ser elegida como candidata egipcia a los Oscar. También participó en una serie que se emitió en Egipto durante el último Ramadán (Under control), explica contenta, aunque sin ningún ápice de pretensión. Aún así, no se plantea una carrera profesional en los escenarios. Es una afición que -asegura- también le ayuda en su trabajo, pues “me hace mejor al interactuar con la gente”.

Admite que su madre tenía miedo de su faceta de actriz, “porque los actores tienen fama de ser más liberales; cuando voy a un casting me desea buena suerte, aunque se alegra si no me eligen”.

Ahora espera que la acepten en una universidad alemana o británica, donde desea proseguir sus estudios con un máster en sociología política. “Para mí ahora mismo casarme no es una opción, porque quiero centrarme en el máster y en tener una carrera estable, aunque en Egipto está muy bien visto casarse joven”, explica. “Por supuesto intentaré tener más espacio en todo (...). Es triste decirlo, porque hace un par de años pensé que el país cambiaría y que tendría de todo”.

Noticias relacionadas