Días convulsos los que está viviendo el expríncipe Andrés (65 años). El hijo de la difunta reina Isabel II ha sido despojado de todos sus títulos y honores, y este lunes, día 3 de noviembre, una fiesta sexual, celebrada en el año 2000, vuelve a colocarlo en el centro del escándalo.
Según el libro Windsor Legacy, escrito por el periodista Robert Jobson, el festejo, en la residencia real de Sandringham, fue organizado por Andrés en honor al cumpleaños número 39 de Ghislaine Maxwell, entonces pareja de Jeffrey Epstein.
Aunque el encuentro fue descrito públicamente como un "fin de semana de caza", los detalles revelados por el personal del Palacio apuntan a una atmósfera muy distinta.
De acuerdo con testimonios recogidos por Jobson, los empleados reales quedaron sorprendidos al encontrar en los baños del recinto preservativos, lubricantes y poppers, sustancias utilizadas para intensificar las experiencias sexuales, según relata Daily Mail.
El príncipe Andrés, en una imagen de archivo.
Estos hallazgos, lejos de ser anecdóticos, refuerzan la imagen de un Andrés vinculado a ambientes inapropiados para un miembro de la Familia Real británica.
La presencia de Epstein en propiedades reales no era excepcional en aquella época, pero la naturaleza de esta celebración ha sido descrita como "inquietante" por fuentes cercanas a la Casa Real.
El libro también recoge episodios que ilustran el comportamiento del entonces Príncipe durante sus viajes oficiales. Un asesor del Palacio relata que Andrés tenía una marcada preferencia por recibir masajes de mujeres jóvenes y atractivas, algo que solicitaba con frecuencia en sus desplazamientos.
En una ocasión, durante un viaje a Nueva York, pidió a su asistente que organizara un masaje en su habitación. Cuando la profesional enviada resultó ser una mujer corpulenta, Andrés la despidió inmediatamente, sin permitirle comenzar el servicio.
Este tipo de actitudes, aunque no constituyen delitos, han sido señaladas como inapropiadas y arrogantes, especialmente en el contexto de su posición institucional.
Estos comportamientos, sumados a sus vínculos con Epstein y Maxwell, han contribuido a deteriorar la imagen pública de Andrés, que durante años fue considerado uno de los miembros más activos de la Familia Real británica.
El expríncipe Andrés en una fotografía de 2016, en Londres.
Su participación en actos oficiales, misiones comerciales y eventos diplomáticos se vio interrumpida abruptamente tras el estallido del caso Epstein y las acusaciones de Virginia Giuffre, quien lo señaló como uno de los hombres que abusaron de ella cuando era menor de edad.
El proceso de desintegración institucional de Andrés comenzó en 2019, tras su desastrosa entrevista con la periodista Emily Maitlis en el programa Newsnight de la BBC.
En ese encuentro, el entonces duque de York intentó justificar su relación con Epstein y negó categóricamente las acusaciones de abuso sexual.
Sin embargo, su falta de empatía, contradicciones y tono defensivo provocaron una ola de indignación pública que obligó a la Casa Real a tomar medidas. Desde entonces, Andrés ha sido despojado de todos sus títulos militares y patronazgos reales.
En octubre de 2025, el rey Carlos III formalizó la retirada de sus estilo, títulos y honores, y anunció que Andrés pasaría a ser conocido como Andrew Mountbatten Windsor, utilizando el apellido reservado para los descendientes de Isabel II.
Además, se le ordenó abandonar el Royal Lodge, su residencia en Windsor, y trasladarse a una propiedad más modesta en Sandringham. La decisión del monarca fue respaldada por el resto de la Familia Real, que ha optado por distanciarse completamente del expríncipe.
En un comunicado oficial, el Palacio de Buckingham expresó su "solidaridad con las víctimas y supervivientes de cualquier forma de abuso", y dejó claro que Andrés "continúa negando todas las acusaciones en su contra".
Virginia Giuffre, presunta víctima del príncipe Andrés, temió morir como esclava sexual
La publicación de Windsor Legacy no sólo revive los episodios más turbios de la vida de Andrés, sino que también plantea preguntas sobre la cultura de permisividad que habría existido en torno a su figura durante años.
Hoy, Andrew Mountbatten Windsor vive apartado de la vida pública, sin funciones oficiales y con una reputación gravemente dañada. Aunque no ha sido condenado judicialmente, el juicio social y mediático ha sido implacable.
